AL PIE DE LA CRUZ : ASISTIENDO A LA SACRÍLEGA DEMOLICIÓN DE LA FE
AL PIE DE LA CRUZ
PROLOGO
Leyendo el libro Guerra en el Vaticano, cuyo autor
recordado Dr. Julio Vargas Prada Peirano
lo considero uno de los mejores relatos descriptivos sobre la enorme e
histórica demolición de nuestra Sagrada Religión, por aquellos enemigos
capitales y muy antiguos , así como los judas de hoy haciendo pacto diabólico
en darle de baja a la sociedad salvadora como es la Barca de Pedro bloquearle
el efecto de la gracia Redentora de Cristo que posee su Iglesia en beneficio de
millones y millones de almas a través de las generaciones .
Libro apasionante en verdad, extracto
del original hecho agenda para ejercicios espirituales bajo el nombre de AL PIE DE LA CRUZ – ASISTIENDO A LA
SACRÍLEGA DEMOLICIÓN DE LA FE muy adecuado para meditar su drama anclando
con metafísicas oraciones que de cada creyente según su espíritu y devoción inteligente, ha de entonarle más
suspiro cristiano al asunto de la grave crisis. Leyendo paso a paso la Pasión que sufre la Iglesia sugiriendo ser parte protagonista con desagravio reparador con el
conocimiento insondable de cómo las fuerzas
secretas han logrado causarle tanto daño a la catolicidad en toda dimensión sea filosófica, teológica, litúrgica
y pastoral desde hace más de 50 años posconcilio.
El autor del libro, ha vivido una
época de cambios bruscos y reformas antojadizas como peligrosas en el ámbito
político y religioso, testigo de estas oscuridades se empeñó en luchar por permanecer fiel a la Iglesia de acuerdo a
la Tradición y a su Magisterio… valiéndole desprecios y amenazas incluso
contra su vida, ya que, en no pocas oportunidades encaró y desafío al enemigo
frente a frente, valor que creo que hoy cualquier cristiano no lo tendría
frente a pruebas de fuego.
Lo importante de esta obra, es
encaminarnos a conocer mejor al enemigo y quien
es en realidad y cómo actúa,
sacarlo de las sombras con nuestras plegarias y asiduas alabanzas a Cristo Rey y orando el Santísimo
Rosario a la Reina del Cielo y
formales prédicas , además estamos nosotros los tradicionalistas evitando
en tiempos actuales el aborregamiento mental que las
autoridades eclesiásticas coludidas
con el sistema desacralizador nos
tienen acostumbrados con tanto engaño y suspicacia luciferina.
Hoy la verdad histórica se encuentra
envuelta en nubarrones oscuros
que no nos permiten verla como
realidad trascendente
Si tenemos un pasado glorioso en la
Fe
¿Por qué no volver a ese pasado? y
de eso
depende que nuestro presente y
futuro
Sea Cruz gloriosa.
Ante todo mal ¡Resistencia Católica
¡
Marco Antonio
Guzmán Neyra,
pda,jc.av.
Introducción :

Muchos años después, en 1946, tuvimos la
iniciativa de hacer lo propio con un
grupo de jóvenes seglares
universitarios. Fue, es preciso decirlo, por una clara y enfática inspiración divina.
La idea nos llegó como un rayo
de luz. Y se convirtió en realidad.
Junto con Alfredo Moreno Mendiguren, Carlos Palacios Moreyra, Cesar de la Jara Saco, Javier Ortiz de Zevallos y Samuel Pérez Barreto, nos pusimos a trabajar con la asesoría de monseñor Luis Lituma
Portocarrero.

En 1948 participaron por Radio América intelectuales hispanoamericanos, como Hernán
Vergara, de Colombia. Y en 1950 organizamos las Siete Palabras por Radio
Madrid, con introducción de José Maria
Pemán. Nos acompañaron en esa jornada
proselitista los intelectuales españoles José Maria Ruiz Gallardón, en Enrique Llovet, José García Nieto, Manuel Benítez
Sánchez-Cortés Antonio Zubiaurre y Juan Sánchez Montes.
Luego vino una larga pausa que sólo la quebramos en Lima
tras toda una vida de duro
batallar, cuando en 1984,junto con un excepcional discípulo, Rodolfo Vargas
Rubio, actualmente es un seminario español, explicamos las Siete Palabras por
Super FM y Radio Pregón o Selecta. En 1985 lo volvimos a hacer
con la participación de
Tomas Santillana Cantella y Vargas Rubio. No fue posible repetirlo
en 1986.
Primera Palabra
“PADRE,
PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
Creyentes o no, que nos escuchan en este momento, les rogamos tener muy presente que la primera palabra de Cristo en la Cruz
es de perdón. Porque no hay perdón verdadero sin amor autentico. Y ese amor infinito sólo
puede ser el amor de Dios.
Cristo clavado en un madero, humillado,
torturado, ofendido, ni se rinde ni de desespera.
Eso
sería el triunfo del demonio. Se rinden aquellos que carecen de valor que
confieren las certidumbres éticas
inspiradas en la promesa divina. Sin fundamente espiritual del hombre
egocéntrico, el soberbio, el infatuado, ese que pretende ser como Dios,
repitiendo el pecado original, o ignorara a Dios, como quería Carlos Marx, se
abate como pámpano de otoño ante el soplo
mortal del pecado. Cristo no se rinde. Cristo sabe por qué muere. Ha
tenido miedo, sí hermanos, mucho miedo, hasta sudar sangre en el huerto de los
olivos, porque estaba consciente de que debía quedar a merced de los judíos para que se consumara se
sacrificio redentor. Jesucristo
aceptó el dolor y la muerte para salvarnos. ¡Súrgite, eamos
hinc! Levantaos y vamos de aquí, exclamo
de pronto. “¿Adonde? A morir por los hombres de la cruz”.
Cristo tampoco desespera. La pérdida de la
esperanza implica falta de fe y carencia
de amor. Cristo tiene fe y es puro amor. Es Dios y es hombre al mismo tiempo.
¡Misterio! Misterio insondable, como un abismo, que salvamos por los puentes
luminosos de la fe. Cristo tiene esperanza en nuestra salvación. Santo Tomas
explica que es posible esperar para otro
la vida bienaventurada siempre que con él nos una un vínculo de amor. Esto
es precisamente lo que hace Cristo y lo
que motiva la hostilidad protestante
contra la innovación a los santos.
Por
eso, desde lo alto del madero, implora al
Padre por el perdón de quienes lo están matando.
“PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”. Están cegados por el error.
Entonces ahora. El error impera en el mundo. Ciertamente hace falta en
todo tiempo la primera palabra de Cristo en su entrega total, porque “no das
cuando das. Das cuando te das “.Hace falta perdón, el difícil y cristiano
perdón. ¡Cómo nos cuesta perdonar!. Y que necesario lo es frente al error. Pero para adoptar la verdad
es Claro que la única condición imprescindible es abandonar el error. No
se puede compartir ambas cosas. La verdad es un valor y el error
un contravalor. Es imposible vivir- se diría convivir- ala mismo tiempo
con la verdad y el error. Este es el
único divorcio que Dios prescribe. ¡Terminen los falsos vínculos entre la
verdad y el error! Lo tremendo, lo
sobrecogedor, lo increíble es que el error, llámese liberalismo, modernismo,
protestantismo o marxismo, haya cambiado se diabólica táctica, y que ahora,
cerca de dos milenios después de Cristo,
en vez de atacar frontalmente la verdad, se haya infiltrado con sutileza
ofídica en algunos sectores de la propia obra de Dios: la Iglesia Católica.
Esto se hace fácil, pero es doloroso y muy grave. Y exige
prudencia en su exposición. Prudencia no es silencio sino tratamiento apropiado. Prudencia no significa necesariamente término medio.
A veces, como en las circunstancias actuales,
puede demandar una posición extrema,
firme, clara, leal.
¿Qué está pasando en la Iglesia? Hace 41
años, cuando iniciamos esta obra de apostolado seglar del hombre por el hombre,
asesorados por el talento y animados por el coraje de monseñor Luis Lituma, ilustre prelado y maestro cuya ausencia sentirnos muy de veras, la Iglesia era una (aparente) fortaleza
espiritual. Todo su sistema funcionaba coherentemente en torno a la fe.
La
sagrada suprema Congregación del Santo
Oficio era el eje de la actividad vaticana. La Iglesia era una, sus obispos
tenían uniformormidad de pensamiento y de acción. La Iglesia no era una democracia
sino una monarquía instaurada por Nuestro Señor Jesucristo. La
Liturgia era igual en cualquier
parte del mundo. La misa no era
conmemoración, ni asamblea, ni rito gimnástico, ni desenfreno
musical, sino la renovación del santo sacrificio de Cristo en la Cruz. Roma se
enfrentaba a todos los errores
cumpliendo su misión de intransigencia
en salvaguarda de la verdad revelada y de continuidad en el supremo
magisterio. Entonces para nosotros solo cabía afrontar a los enemigos de afuera, a los declarados
adversarios de Cristo y llegar a los
corazones con la Gracia de Dios.
Hoy, hermanos- triste es decirlo todo ha
cambiado. Las afirmaciones de San Pio X, el último Papa canonizado, no fueron
debidamente atendidas.
En si
encíclica “Pascendi” advirtió con claridad
y firmeza:” Los modernistas traman la ruina de la Iglesia no desde afuera sino desde adentro; en
nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y los
golpes dados por tales enemigos son tanto más seguros cuanto más fondos conocen
la Iglesia “. Y por otra parte, en el
mismo documento, reiteraba el Santo Padre: “Los artífices del error no debemos
procurar buscarlos entre los enemigos
declarados. Ellos se ocultan en el seno y gremio mismo de la Iglesia, y ello es objeto de grandísimo dolor y
angustia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos
declarados”. Esto, hermanos, data de 1907. Y no escosa nuestra aventurarnos a emitir juicios sobre tan
delicado asunto sin ajustarnos a la palabra del Magisterio Pontificio.
¿San Pio X veía fantasmas? No, no eran
fantasmas. Quizá hubiera sido preferible que, víctima de alucinaciones o piadosas y engañosas visiones imaginativas, afirmara tan serias
advertencias. Pero el augusto y santo vicario de Jesucristo estaba en plenitud
de verdad. Ya a mediados de la pasada centuria el Papa Pío IX había hecho
publicar las actas de la logia carbonaria Alta Venta, que decían: “Dentro de un siglo los
obispos y el clero creerán que caminan
detrás de la bandera y las llaves de San
Pedro, cuando es nuestro estandarte
el que seguirán”.
En lo que atañe a nuestra experiencia, hace 41 años todavía nos
gobernaba la mano sabia y fuerte de otro
gran pontífice romano, que aguarda al pie de los altares su consagración definitiva:
Pio XII. De su pluma es esta significativa apreciación: “El
día que la Sagrada Congregación que vigila la Fe afloje la mano, entonces
habrá llegado el momento del futuro
ataque a la fortaleza de la Iglesia
perpetrado por aquellos elementos incrustados en su propio seno”. Tan
admonitoria afirmación está contenida en
carta a Monseñor Antonio de Castro
Mayer, Obispo de Campos, Brasil. Y data
de 1953.
La Iglesia estaba, pues, advertida. Y hace
falta mucho amor para perdonar sus
yerros y flaquezas. Tampoco nosotros queremos rendirnos ni desesperar, y
preferimos recurrir al Padre y
clamar con si divino Hijo: ¡Perdón por
los enemigos de la Iglesia. Perdón por
las traiciones y las tristes entregas.
Perdón por aquellos ministros, hijos pródigos de Dios!
Hermanos, fijemos posiciones para que no se nos
haga decir lo que no hemos dicho.
Es un principio inconmovible que no hay salvación fuera
de la Iglesia. Aunque el concilio Vaticano II. – Pastoral y no dogmático-pretenda lo contrario en su
decreto “Unitatis Redintegratio” sobre ecumenismo. El deber insoslayable
en esta hora de tinieblas es permanecer en la Iglesia, con fidelidad a las escrituras y a la
tradición, unidos en torno al Papa en el respeto y la veneración que su investidura exige, pero con el
discernimiento aconsejado por la propia
Iglesia para advertir el error. Y el error está destrozando el
Cuerpo Místico de Cristo. Puesta la infalibilidad a salvo
de todo reparo, tenemos la
disyuntiva de atacar la verdad o el error. Sin duda, nos sobrecoge la idea de pecar por desobediencia. Pero no caben
neutralismos. O Con Cristo o contra Cristo.
“O fieles o traidores” según la tajante expresión de Monseñor Lituma.
“Más por cuanto eres tibio y no frio ni
caliente, estoy para vomitarte de mí boca” dice Dios, Nuestro Señor, en la
Sagrada Escritura. La neutralidad ante
el mal es inmoral. Y no es cosa
exclusiva de la Jerarquía eclesiástica. El asunto atañe a todos los miembros
de la Iglesia, sacerdotes y laicos, obispos y monaguillos, a tí y a mí, que debemos tener
ojos de ver y oídos de oír.
Permanecer fieles a Roma y a los que ella
define y enseña como parte integrante de
la revelación es un deber ineludible y
esencial. Pero más allá de esta
fundamental exigencia, que acatamos con respeto y amor al sucesor de
Pedro, debemos atender a la confesión de su antecesor, Paulo VI. Quien denunció la
“autodemolición” de la Iglesia. Es decir
que algunos de sus propios Ministros la están destruyendo.
Creemos que los fieles debemos convencernos de que vivimos en una época
de revolución y persecución desde y contra la Iglesia de Cristo, más
sutil y peligrosa que nunca.
Lo ha dicho
el Papa de Concilio Vaticano II,
el cuestionado Pontífice de las reformas
pos-conciliares, que en diversas
oportunidades ha tratado de mitigarlas
en sus lamentables efectos.
No
tenemos derecho a dudar de su palabra,
que tiene visos de arrepentimiento. No obstante, es posible y hasta probable
que vuelva sobre muchos fieles la torturante idea de la desobediencia. ¡
Como nos vamos a atrever a erguir nada? El temor al esperpento del pecado cunde
con no poca razón por toda la Iglesia Peruana, quizá
porque-como lo ha dicho Monseñor
Lefebvre- la última maniobra del príncipe de la tinieblas consiste en destruir
a la Iglesia Católica so pretexto de la obediencia.
Por eso, en esta tarde de pasión, viendo con
los ojos del alma a Cristo en la cumbre del Calvario,
pendiente de la Cruz, asumamos con valor
la fidelidad verdadera, la que nos
une a Roma, a la Roma tradicional, a la Roma de siempre, Y por
amor y obediencia a Cristo recordemos los pronunciamientos esclarecedores de los doctores de la Iglesia, para quienes el espíritu de obediencia queda sujeto
al respeto y veneración al Papa, pero sin seguirlo en el error.
Santo Tomas de Aquino, cumbre del pensamiento
católico, expresaba que “habiendo peligro próximo para la fe, los prelados
deben ser argüidos, inclusive públicamente por los súbditos”.
Destaquemos
sus notas esenciales: deber, argüir, públicamente. Quiere decir que no
es opcional sino obligatorio impugnar públicamente a la jerarquía cuando la fe está en peligro. Bien, pero ¿en qué
situación queda entonces la obediencia? La obediencia, hermanos, es
una virtud, virtud moral, al servicio de
una moral, al servicio de una virtud
teologal: la fe. Puestos antes esta disyuntiva tenemos que elegir la fe.
¿Porque? Porque la obediencia no es un fin
en sí mismo sino tiene carácter instrumental: esta ordenada a que la fe
sea mejor servida.
Téngase presente que los santos son ejemplos consagrados por la Iglesia. Y todo
ejemplo postula seguimiento,
consecuencia y adhesión. Con este
sentido de fidelidad a los
arquetipos del catolicismo hemos de recordar uno de los más
impresionantes ejemplos de rebeldía: el
de San Bruno, Obispo de Segni, ante el Papa
Pascual II que había cedido al emperador Enrique V las investiduras, sometiendo lo espiritual a
lo temporal.
“Yo os estimo
como a mi padre y señor- decía el
obispo rebelde de entonces- Debo
amaros; pero debo amar más aun a aquel
que os creo a Vos y a mí. Yo no alabo al pacto tan horrendo, tan violento, hecho con tanta traición y contrario a toda piedad y religión”. ¿Saben ustedes, hermanos, la respuesta del Papa?
“Obré como hombre porque soy
polvo y ceniza.
Confieso que hice mal, pero os ruego que
oréis a Dios para que me perdone “¡Que
humildad tan valiente y ejemplar,
hermanos! ¿Tendrán ecos las
palabras de Pascual II, en
nuestro siglo?
Sin embargo, nada resulta más
estremecedor que el alegato de
San Norberto de Magdeburgo ante el peligro
de que el Papa Inocencio II cediera similar
derecho al emperador Lotario III.
He aquí sus palabras: “Padre ¿qué
vais a hacer? ¿A quién entregáis
las ovejas que Dios os ha confiado, con
riesgo de verlas, devorar? Vos habéis recibido
una Iglesia libre, ¿vais a reducirla a la esclavitud? La silla
de Pedro exige la conducta de Pedro. He prometido por Cristo la obediencia a Pedro y a Vos. Pero
si dais derecho a esta petición,
yo os hago oposición a la faz
de toda la Iglesia”. Otra vez, hermanos, se percibe aquí el deber de argüir públicamente.
En España, Francisco de Vitoria, el gran teólogo dominico del siglo XVI,
explicaba en Salamanca: “Si el Papa, con
sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir a impedir la
ejecución de sus mandatos”. El
maestro recurre a una suerte de interdictum, que es prohibición o veda en el buen juicio de Cicerón, para
impedir la demolición de la Iglesia. Y el jesuita Francisco Suarez, llamado el eximio
por su alquitarada sabiduría, afirmaba
con impresionante convicción: “Si (el Papa) dictara una orden contraria
a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifestante
opuesto a la JUSTICIA Y AL BIEN COMUN, será licito resistirle”. Las notas que hemos
destacado en la afirmación tomista parecen grabadas con vigor en las palabras del doctor eximio.
Por su parte San Belarmino, quien luego sería
declarado Doctor de la Iglesia por Su
Santidad Pio XI, consultados por
los teólogos de Venecia respondió afirmativamente a estas dos
proposiciones: “La obediencia al Papa no
es absoluta. Esta no se extiende a los
actos donde sería pecado
obedecerles”. Y, la segunda,” Cuando el soberano pontífice fulmina con una sentencia de
excomunión que es injusta o nula, no se debe recibirla, “sin apartarse, sin embargo, del respeto debido a la Santa sede”. No se limitó el Santo, consultor del
Papa, a estos simples comentarios.
Afirmo por su parte que “Así como es licito resistir al pontífice que agrede el cuerpo, así
también es licito resistir al que agrede
las almas… o, sobre todo, a
aquel que tratase de destruir a la
Iglesia”. Y, sin soltar el tema,
remarcaba con firmeza: “Es licito resistirlo no haciendo lo que manda e
impidiendo la ejecución de su voluntad”.
No otra cosa realizo el incansable San
Bernardo predicando la resistencia
católica al demoledor Papa Anacleto II, quien resulto un judío marrano infiltrado en la cúpula de la
Iglesia.
Téngase muy presente, además,
que el Concilio Vaticano I - no el segundo –en su sesión IV, sobre la constitución
Dogmática de la Iglesia de Cristo “
Pastor Aeternus” , declaro que “ no fue
prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su
asistencia, santamente custodiaran y fielmente
expusieran la revelación trasmitida por los Apóstoles o depósito de fe”. Las últimas y santas rebeliones son,
probablemente, las del purpurado húngaro y mártir del siglo XX, Joseph
Mindszenty, y la del arzobispo Marcel Lefebvre. Para complacencia del comunismo húngaro, la Santa sede exigió enmudecer al cardenal Mindszenty.
La respuesta
del cardenal está en sus
memorias, de 1975:
“Pedí al Nuncio que
comunicase a las autoridades
pertinentes. Que ahora entre nosotros reinaba
el angustiado silencio de las tumbas, y que yo retrocedía espantado de tener que callar
también en el mundo libre”. No,
no lo haría, porque el cardenal Mindszenty se debía primordialmente a Dios.
Paulo VI. Le pidió entonces su renuncia y contestó negativamente. Murió de
pena, desposeído del Primado de Hungría,
para beneficio no de la comunidad católica
como se presente, sino del comunismo
materialista y dialectico, rotunda y definitivamente condenado
por Pio XI en la encíclica “divini Redemptoris “.
En cuanto a Monseñor Lefebvre, quede en claro que es falso que haya sido
excomulgado. “No puede serlo. Porque la pretendía rebeldía del
Mons. Lefebvre consiste en hacer lo
mismo que hizo durante treinta años: formar auténticos
sacerdotes católicos, mereciendo el encomio y la simpatía de Pio
XII. Por triste paradoja el
arzobispo Lefebvre fue acusado en la
curia reformista por ser fiel a Cristo, a su Iglesia y al
Papa. La pretendida suspensión a divinis
resultó, pues, írrita e inválida por carecer de motivo. Y la hermandad sacerdotal
de San Pio X no ha sido
disuelta. Solo puede decretarlo la Santa Sede. Y Juan Pablo II no parece dispuesto a hacerlo. Es más, la carta circular de octubre del año 1984,
reconociendo la vigencia de la
misa tradicional, significa un desagravio a Mons. Lefebvre. ¡Gracias, Juan Pablo II!
Sin embargo, estamos viviendo,
hermanos, una nueva reforma que
no es solamente contra Roma, sino que es
la de una Roma, crecientemente ocupada. La crisis en la Iglesia se manifiesta
al fin como la fiebre tras largo proceso
incubador. Y de pronto aparece el
problema en torno al discutible Vaticano II
y a sus consiguientes reformas.
El cambio tiene por objeto un
nuevo humanismo, a la manera pelagiana, con el hombre en el centro, en vez
de Dios. Hoy imperan en la Santa sede
los modernistas, que pretenden uncir la Iglesia al signo de los tiempos.
Se quiere hacerla admisible por el mundo
moderno, prefiriendo dejar de la sombra
la vía de la fe, que resulta
demasiado exigente y conflictiva, intolerante con el error, enhiesta en su fundamento
divino. Y se pretende una suerte de sincretismo religioso, guardando en el desván del vergonzoso desuso lo que obstaculice el
ecumenismo transigente y la componenda
con los herejes y cismáticos, con los
miembros de otras religiones y hasta con
los ateos. Se busca así la unión universal, contrapartida seudo-religiosa de un sistema masónico que postula el gobierno mundial de
la era tecno trónica. Y se pacta con el
comunismo en la llamada ostpolitk, o
política de distensión con los
regímenes comunistas, olvidando que quien pacta se entrega.
Hay en esto un solo y gran sacrificado: Cristo. Históricamente
bajo de la Cruz, descendió a los
infiernos, resucito al tercer día y
subió a los cielos; pero místicamente continua
clavado en la Cruz, sigue penetrado de espinas en su divina frente, herido en el costado
, mofado, negado, vendido… Hoy también suenan
30 monedas de plata. Y el
tintineo se escucha en Roma como un eco de Wall Street.
Se ha hecho preciso desvirtuar
la liturgia suprimiendo el énfasis en el sacrificio y acercándose a la liturgia herética de luteranos, anglicanos y demás sectas
protestantes, para concelebrar con sus
falsos sacerdotes.
Se ha
modificado el sacerdocio adaptándolo a estos nuevos conceptos de ecumenismo. Y sea suprimido,
claro está, la congregación del Santo
Oficio, metamorfoseada y disminuida por la reforma de la Curia hecha en 1967.
En vez de esa institución clave, a la que aludía Pio XII, hoy predomina la
secretaria de estado desde donde se gobierna
a la Iglesia con prelados sobre
los que pesa la acusación de pertenecer
a sectas masónicas. Y la masonería ha
dejado de ser condenada explícitamente
por el nuevo código de Derecho Canónico, de recentísima promulgación, para
pasar a una prohibición implícita,
sujeta a interpretaciones contingentes o modificables.
No se ha vacilado, estaba en los planes de
los enemigos infiltrados, que
denuncio San Pio X, llegar a esta
abominable Biblia católica, la vulgata
latina que distinguía a reformistas
y contrarreformistas. Más aun, por iniciativa de la Secretaria de Estado se ha logrado que los estados supriman en sus cartas Magnas
su condición confesional, para incurrir
en el malhadado pluralismo que los enemigos de Cristo reclaman. Porque- y esto es lo más grave – se
ha decretado la equiparidad entre la verdad y el error, mediante la lobuna
libertad religiosa o creencias,
que erige ala hombre como árbitro
para tomar o dejar a Cristo. Y
esa misma libertad subjetiva y contraria
a la verdad revelada que la Iglesia tiene que exigir sin ambages, pretende alzarse en
principio de los llamados derechos humanos, algunos de los cuales, como el que citamos,
están condenados en forma
específica desde, el Papa Pio VI.
¿La Iglesia
debe ser entonces tan
retrógrada y retardaría frente a los avances
y libertades contemporáneos? ¿no perderá la aquiescencia de la juventud?
¿No quedara marginada del mundo, trastornada su misión salvífica? Sabemos muy bien la argumentación delos católicos liberales; rechazada
y condenada por los Pontífices
Pio IX, San Pio X y Benedicto XV, responderán casi m invariablemente que somos hombre de mentalidad cerrada, que tenemos el cambio , que vivimos en el pasado y,
finalmente que somos ignorantes y
tercos. Los masones agregaran que hay
que rechazar todo dogmatismo y dar paso a la libertad de pensamiento. Todo esto es ya una vieja
historia.
¿La Iglesia
debe ser entonces tan retrógrada
y retardaría frente a los avances y
libertades contemporáneos? ¿No
perderá la aquiescencia de la juventud?
¿No quedará marginada del mundo, trastornada su misión salvífica? Sabemos muy bien la argumentación de los católicos liberales,
rechazada y condenada por los
Pontífices Pio IX, San Pio X y Benedicto XV. Responderán casi invariablemente que somos hombres de mentalidad cerrada, que tenemos el cambio, que vivimos en el pasado y,
finalmente que somos ignorantes
y tercos.
Los
masones agregaran que hay que
rechazar todo dogmatismo y dar paso
a la libertad de pensamiento. Todo esto
es ya una vieja historia. La Iglesia, hermanos, es y
no puede dejar de serlo jamás, una tradición viviente, invariable en sus
dogmas, cuidadosa del depósito de fe que componen las Escrituras y la Tradición, y consecuente con el Magisterio solemne
de todos los tiempos.
El
ecumenismo transigente y modernista del
Concilio Vaticano II ha contrariado en
varios temas la doctrina católica o cuando menos
la ha silenciado, como en el caso
del comunismo, no queriendo
condenarlo para facilitar la presencia
de unos prelados ortodoxos sin
ordenación ni consagración válidas y peleles
del Kremlin. Las consecuencias
son evidentes. Los seminarios y las
parroquias están despoblados.
En el silencio de esos Claustros vacíos solo se alcanza a escuchar la risita siniestra
de Lucifer. ¡Más de 50,000
sacerdotes han colgado sus hábitos! Y se han marchado de la Ciudad de Dios a la ciudad de los hombres… y de las mujeres. Gran viraje. De la Civitas Dei a la Civitas
diaboli, no en protesta sino en fuga. ¿ Perdónalos , Señor ,
Perdónalos aunque ellos sí sepan lo que hacen!
Tu amor es infinito, Dios mío, buen tamaño para los pecadores de quienes
te abandonan colgado en la Cruz.
Perdónanos a nosotros, Padre mío, porque
no hemos tenido suficiente firmeza para renunciar ante la traición a tu divino hijo. Y haciendo el papel de
seglares sumisos, verdaderamente
confiados, no hemos sabido discernir entre la Verdad y el error. Perdona a quien te ofende, perdona a quien te olvida, perdona de manera especial a los obispos que han caído
en las garras del enemigo y son sus instrumentos. Te rogamos, Dios mío,
por el Papa y su Santa Iglesia, por
nuestros pastores y nuestros
hermanos. Confiamos en tu perdón
porque confiamos en tu amor. Amen.
Segunda Palabra
“EN
VERDAD TE DIGO QUE HOY MISMO
ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO”
Y estamos
nosotros en el Calvario. Pero no
para hacer el mismo papel de los romanos en el Circo, es decir no para
ver morir al justo, sino para acompañarlo
y asistirlo con nuestras oraciones. Porque, en definitiva, solo hay
estas dos actitudes ante el deicidio, simbolizadas
por los propios apóstoles: o
estamos con Juan al pie de la Cruz o nos
quedamos cómoda o cobardemente escondidos junto con los
demás, atisbando por la rendija de la
escoba el indescriptible cuadro de la pasión de Cristo, tal como se puede asistir a una tragedia griega, amparados
en la obscuridad de nuestra posición
y dos milenios de distancia.
No es cosa
entonces de presenciar sino de
participar, de subir a escena, de
acercarse a Maria, nuestra madre, cuyo
dolor alcanza profundidades
insondables, de unirnos al discípulo bien amado y entregarnos, con nuestros cinco
sentidos, al supremo hecho de la historia: nuestra propia redención.
Todo será ahora diferente, Antes y después de Cristo. La
historia se está partiendo en dos, como se abre una montaña desgarrada por un
sismo. Necesitamos quedarnos en la
cumbre del Gólgota, para siempre, sin
nostalgia del mundo, entregados a Dios. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo ganar la vida
eterna?
Hermanos: la lección discurre ante nuestros
ojos. Cristo esta clavado entre los
ladrones. Sabemos quién es el Salvador,
conocemos su promesa y su palabra, sufrimos su pasión y su dolor, entendemos
humanamente sus enseñanzas, pero sobre
todo creemos en El. Tenemos fe en
Cristo. Es el Dios hecho hombre. No es el hombre soberbio que pretende ser como Dios. Debemos estar
alertas porque algunos teólogos emplean indistintamente las expresiones Dios- hombre y hombre Dios. No es lo mismo. No es lo mismo.
Intercalen, hermanos, la palabra “Hecho”. Dios hecho hombre es Cristo, el hijo
de Dios, encarnado para sufrir por
nosotros y salvarnos del pecado
original. El hombre hecho Dios es el hombre rebelde, como nuestro padre Adán y
sus imitadores de todos los tiempos,
gritando con satanás: ¡No serviré!
Los
necios son incontables, porque de hombres endiosados está lleno el mundo. Son aquellos que han
ideado una sociedad antropocéntrica, los científicos infatuados que siguen descubriendo el cómo de la vida y el cosmos pero sin descifra el porqué de la existencia, los políticos para quienes el poder les llena la cabeza de humo y de egoísmo el corazón, los
filósofos que pregonan sus verdades
porque no quieren atacar la verdad
revelada.
Y
también, lamentablemente, los malos obispos sacerdotes que hoy más que
nunca desconocen la palabra de Dios, la
contradicen, la desobedecen, la
sustituye para marchar heréticamente, al compás
del signo de los tiempos en el satánico ”aggiornamento”,
expresamente condenado por San Pio X
cunado la Iglesia todavía no acataba a sus invasores. Claro está que hombres
justo y hombres pecadores siempre los hubo, pero esto no es un consuelo
sino una razón decreciente escándalo.
Y bien, hermanos, estamos con Cristo, sin concesiones ni cobardías, junto a la Cruz que se levanta como el emblema divino de nuestra salvación.
Y vamos a escuchar, a observar, a meditar, a sentir un dialogo de enorme
trascendencia. Un dialogo donde el
comienzo no participa Nuestro Señor Jesucristo. No habla Dios.
Hablan los hombres, los ladrones, el infame Gestas clavado a la izquierda de Cristo y el arrepentido Dimas puesto a la derecha del Salvador.
Hay en
esta escena de luces y sombras, de afirmaciones y renunciamientos, aquella
contraposición entre las blasfemia de
Gestas que tienen resonancias de
eco infatigable rebotando en las
conciencias y en los siglos para
restallar cada día de nuestros días, cada hora
de nuestras de horas, con
creciente estrépito, en todos los rincones del mundo de la historia; y las
palabras conmovedoramente creyentes de
Dimas, el buen ladrón, humilde, limpias, fehacientes puesto que hacen fe de conversión sin igual. Esta voz de arrepentimiento
certidumbre parte de la derecha del
Señor, derecha cristiana, religiosa
religante con Dios, de sentido espiritual, que no se conforma con llamarse cristiana, sino que lo es integral y auténticamente. Porque el cristianismo es uno
y no admite excepciones, ni parcelamientos, ni modalidades.
Se es o no se es cristiano. Y Dimas lo es sin
ambages no claudicaciones, herido por la luz divina. Por supuesto, hay derechas
que no son cristianas aunque no utilicen
ese apellido. Son derechas suplantadoras, engañosas y falsas. Derechas
peores que las mismas izquierdas porque
agregan al error engaño el engaño y la trampa. Derecha autentica es la
que acata toda la verdad y no pacta con
el error, porque la verdad es por definición
intransigente.
¡Qué
duro suena esto en tiempos de componenda, de esquiva línea media, de liberalismo, de modernismo, de
progresismo, de claudicación…! Y, en cambio, que leve es la carga para el creyente.
Pero escuchemos, escuchemos hermanos, al
izquierdista del calvario, al siniestro Gestas que ataca, hiere y se rebela contra Dios gritándole: “¡Si tú
eres el Cristo, sálvate a Ti mismo y a nosotros!”. Es un desesperado. No tiene esperanza porque
carece de la fe y no ama a Dios. Está perdido. ¡Qué importante es la esperanza, hermanos!
Aquella fiducia, confianza, con fe, que demuestran los auténticos cristianos,
vale decir los católicos. Sin la esperanza
no hay salvación por libre y
responsable decisión del hombre que no confía en Dios. Y no confía porque no
lo ama. El amor es entrega, patética donación de sí.
Las tres virtudes teologales componen un todo, porque se postulan y apoyan entre sí. Y bien, Dimas no acepta las ofensas de Gestas. Y lo increpa: “¡Cómo! ¿ ni aun tu
temes a Dios, estando, como estas, en el mismo suplicio? Nosotros, a la verdad,
estamos en el justamente, pues pagamos
la pena merecida por nuestros delito: pero Este ningún mal ha hecho”.
La reacción
de Dimas cierra el dialogo entre los hombres y abre el dialogo con Dios:
“Señor, acuérdate de mí cuando hayas
llegado a tu reino”.
Y
Jesus le responde en medio de sus
acerbisimos dolores: “ en verdad te digo
que hoy estarás conmigo en el
paraíso “. Y con estas palabras Dimas
queda canonizado en vida por Dios mismo. ¿No es esto de una
significación impresionante? Analicemos, hermanos, porque estamos ante la
respuesta ¿Cómo hacer para ganar la vida eterna?
Dimas es un Santo. San Dimas es como todos los santos un ejemplo. Puesto
por Dios para que lo imitemos., Esta claro que la canonización de Dimas tiene dos aspectos: uno, pedir a
Dios, lo cual no es solamente una permisión
sino una obligación. Hay que orar, hablar con Dios, pedirle
misericordia y perdón por nuestras falsas, e implorar su gracia vivificante salvadora. Pero Dimas es
ejemplo de que también es necesario luchar contra el error y combatir al demonio, padre de la mentira.
Dar la batalla en el mundo y contra el mundo.
No
podemos aceptar el error, la blasfemia,
la Herejia, la profanación, el sacrilegio, la apostasía, donde quiera que la
hallemos. Dimas no acepta las Blasfemias de Gestas. Por ahí comienza su
salvación. Sin duda hace falta valor
moral para vivir el intenso
conflicto espiritual que plantea la
militancia católica. Aquí no caben
neutrales. Es necesario decir sí, sí, no, no, La ofensa de Gestas es contra Dios. Y sin
embargo, le sale verbalmente al paso,
porque si somos cristianos formamos el cuerpo místico de Cristo.
Y no
somos ajenos a Dios, obligación perentoria que se fundamenta no en el odio al
hermano descarrilado, sino al erro. Y justamente por amor al prójimo-“lo que
mando es que os améis unos a otros”- debemos corregirlo hasta dos veces según Pablo. Esta obligación nos exige pensar con Cristo.
Hace algunos años, quizá ya muchos años,
cuando desempeñábamos una misión
diplomática, percibimos un buen
día, bueno de verdad, la discusión del jardinero de la embajada con parte del personal
de servicio. Y escuchamos con asombro como negro-así se hacía llamar el jardinero – increpaba la
conducta de sus compañeros llamándolos
al orden y, empinado sobre su ignorancia, les decía
admonitoriamente “¡Hay que tener cristerio” Hermanos, Negro tenía razón .
Negro no concebía el cristerio como pensamiento
secularizado. Había que pensar con Cristo. ¡Tener cristerio! Medité Largamente sobre el neologismo
escuchado y la profundidad doctrinaria
que encerraba. Negro se había expresado con la certidumbre y el fundamento de un teólogo consumado, de
un teólogo autentico; no de estos que
ahora han trastornado la vida de la Iglesia con absurdas y heréticas
afirmaciones o negaciones. Y desde el jardín
bien cuidado ese hombre de color
carbón, viejo, humilde, que parecía revivir la imagen
de San Martin de Porres, apoyándose en el rastrillo que utilizaba para barrer las hojas muertas, me había dado, sin saberlo el, una
lección de militancia católica.
El
tema del enfrentamiento con el error
registra graves implicancias en
estos años de prueba y de crisis en la
Iglesia. A partir del Concilio Vaticano II, es necesario decirlo, se ha
desarrollado una doctrina herética bajo
el nombre tradicional de ecumenismo. En efecto, buscando el retorno de los
llamados “hermanos separados” se ha
caído en los extremos repetidamente
condenados de pactar con el error, de
respetar el error, de modificar la propia
y revelada verdad, para hacerse digno de
ser aceptado por los no católicos.
Es una caricatura, un falso ecumenismo que
conduce a la Herejia. El Dimas de
hoy no increpa nada al Gestas
blasfemo. Y con equivoco sentido
de unidad prefiere buscar una
armonía moralmente imposible
con los enemigos de la Iglesia.
Es un proceso cada vez más acentuado que desconcierta y abruma. ¿Es
este, acaso, el famoso tercer secreto de Fátima? Recordemos que debió
revelarse, por petición de la Virgen, en 1960, antes del Vaticano II. Y es
evidente que estamos viviendo lo que Juan XXIII. No estimó
conveniente dar a conocer: la división de la Iglesia. Cardenales contra
cardenales, obispos contra obispos, la “demolición “de la Iglesia, “el humo de
satanás” encareciendo su atmosfera
espiritual, la persecución a los tradicionalistas, la abominación de los
últimos tiempos. Gestas blasfemando contra
Cristo. No, no encontramos en la
cumbre del calvario ejemplo para tamaña traición. La Iglesia de Dimas ya
no lucha contra el error, no defiende la verdad, pacta con las Gestas de hogaño. Se pasa a la izquierda de Cristo. Esto no es retórica. El cardenal Bea pacto con Katz. Maestre de la masonería judía en Nueva York y luego
pacto con los protestantes en
Ginebra. Y el ahora el cardenal
Willebrands pacto con Moscú. Todo en vísperas del Concilio
Vaticano II. Y, esto es lo más
grande, la Iglesia cumplió con ejecutar
esos tenebrosos acuerdos. ¿Qué paraíso
podemos esperar de semejante
conducta?
La Iglesia solo puede ser una. Una
siempre, con unidad de fe, de culto
y de gobierno. El Pluralismo es
herético. Lo repito: el pluralismo es herético.
La Herejia
se opone a la unidad. El
pluralismo se opone a la unidad. Ni las llamadas iglesias
protestantes ni las ortodoxas
poseen la nota de unidad eclesial, porque carecen de unidad de fe, de culto y de régimen.
El ecumenismo, el verdadero, el
tradicional, es un movimiento de caridad
mediante el cual la Iglesia católica se
esfuerza por convertir y reintegrar a herejes y cismáticos. Forma parte de su hacer misionero, pero exige de los protestantes y de todos los demás acatar sin reservas a la Iglesia fundada por Nuestro
Señor Jesucristo, con sus notas
distintivas de unidad de fe,
de culto de gobierno, ya mencionadas. No hay nada que pactar. Pero estamos asistiendo, como ha
dicho Monseñor Lefebvre, a la ONU de las religiones. Absurdo esfuerzo por reunir
a todos los que se dicen cristianos
e incluso a los de otras
religiones, judío, islamistas, hinduistas, budistas, hechiceros, y pieles
rojas, también ateos y librepensadores en una
magna confederación religiosa universal
que ya ha tomado forma y
revelando su claro sentido masónico.
Nada tiene que ver el ecumenismo católico
con este sincretismo que
tiende a la relativización de los dogmas
de fe. Esta organización
universal será cualquier cosa menos católica. El falso ecumenismo, ese que
se anida en Roma, se abre a todos los
herejes pero sintomáticamente se cierra
a los fidelísimos tradicionalistas.
Ya se ve, que para Roma hoy no hay
enemigos a la izquierda .El enemigo es
San Dimas, la voz afligida de la derecha
de Cristo, Nuestro Señor. Esta Iglesia
de hoy votaría por la
libertad de Barrabas como ha proclamado la reivindicación de Lutero, el gran apostata de los tiempos modernos, y ha levantado el
estigma deicida a los judíos talmudistas que se solidarizan con quienes
vociferaron ¡Crucificadle!
¡Crucificadle! Ante el pretorio
de Pilato, olvidándose que “quien
niega al hijo no puede llegar al padre”.
Hermanos no vamos a abrumarlos
con la multitud de citas y pronunciamientos papales, algunos absolutamente infalibles,
como Syllabus y la encíclica Quanta cura
de Pio IX. Que han señalado las
características o requisitos del
ecumenismo y prohibido los congresos
ecuménicos de Paris y Ámsterdam.
Pero no podemos dejar de señalar
la monumental encíclica de Pio
XI, Mortalium Animos mandando que uno
solo es el camino a la unidad: el regreso de los disidentes a la Iglesia católica. Tampoco podemos
olvidar que Pio XII se opuso
a las reuniones de oración con los
no católicos. Nadie en la Iglesia
tiene licitud de contravenir la tradición
bajo pena de excomunión, según lo asevera el Papa en el texto de su propio juramento al asumir la suprema autoridad eclesial.
¿Y qué
dice la tradición? San Juan en su epístola
segunda es concluyente : “ Todo aquel
que no persevera en la doctrina
de Cristo, sino que se aparta de
ella, no tiene a Dios: el que persevera en ella, ese tiene al padre y al hijo. Si viene alguno a vosotros, y no
trae una doctrina , no le recibáis , ni saludéis. Porque quien le saluda, comunica con sus
acciones perversas”.
¿Y qué es lo estamos viendo?
Un Concilio Vaticano II aprobando
la declaración Nostra Aetate,
puerta abierta para la revolución.
Por
esa puerta sobre libertad religiosa han forzado
el paso numerosos pronunciamientos de la actual Iglesia “Conciliar “, como la llamada Mons. Benelli. Juan Pablo II ha declarado en
la catedral de Westminster: “El bautismo es el fundamento de la unidad que todos
los cristianos tienen en Cristo;
unidad que debemos tratar de perfeccionar”. Hermanos parecería que la unidad
de la Iglesia no es perfecta y que
es de tal naturaleza que puede ser perfeccionada. Nos enseñaron
otra cosas los Papas de antaño: la unidad ha estado, esta y seguirá estándolo,
perfecta en la Iglesia Católica.
El que
se va deja el cuerpo Místico, no pertenece a él. La Iglesia siempre está
completa en su unidad porque no puede haber sino una Iglesia, la fundada por nuestro
Señor Jesucristo. Y la verdad
revelada no admite transacciones. El bautismo es también, como no, la condición para ser apostata.
Respetuosamente resistimos al error. No
somos jueces pero comparamos y no
adherimos a San Dimas con todo
nuestro corazón.
En Asís, recientemente, se han consumado episodios increíbles. Una Iglesia para cada secta. Un templo, una casa de Dios verdadero,
para cada falsa religión. El 27 de octubre de 1986, en el templo consagrado a San
Pedro, los budistas han
cubierto el tabernáculo y el Crucifijo.
Y allí han instalado una estatua de
Buda.
En la
antigua basílica de San Nicolás pusieron
sobre el pavimento del altar mayor el monograma de Alá… Un mes antes, a manera de preparativo – grotesco y sacrílego
precedente- había tenido lugar, en el
centro de la Basílica de San Francisco
de Asís una ceremonia ecuménica, en la cual una muchacha hindú, vestida de rosa, bailaba sobre un
tabladillo en presencia de budistas, hinduistas, judíos, musulmanes, y también “cristianos”, así,
entre comillas…
Hay más. Si es desconcertante, por decir lo
menos. En la cripta donde se conserva
el cuerpo de San Francisco, el “poverello
“de Asís, se ha realizado una ceremonia
religiosa declarado gemelos
espirituales a este templo católico
y el templo budista de Konzanjy,
en Kioto, Japón. Se ha visto al piel roja invitado por el Papa preparar y fumar su pipa en el altar de la Iglesia de San Gregorio, y
al Dalai Lama situado a la izquierda del Papa porque no es representante de una religión sino el Buda
mismo reencarnado ¡ídolo
viviente!
Y mientras en Asís todo era hospitalidad para los infieles, un grupo de
peregrinos tuvo la osadía ¡imagínense
hermanos! De llegar el mismo 27 de
octubre desde Calabria con una
estatua de la Virgen de Fátima. ¡Horror! ¿Qué dirían los luteranos
y calvinistas? No. la Virgen fue
detenida al ingreso de Asís. ¡Válganos
Dios! Parece fantasía, una
obra de ficción, una pesadilla… ¡Es una pasmosa y terrible realidad!
“El colmo de esta ruptura con el
Magisterio del anterior de la
Iglesia se ha cumplido en Asís… El pecado publico contra la unicidad de Dios… Juan Pablo II animando a las falsas religiones a
rezar a sus falsos dioses, escandalo sin medida y
sin precedente”. (Declaración de Mons. Lefebvre y Mons. De Castro de Mayer). ¿Qué podemos pensar de semejante ecumenismo? La respuesta está en
las palabras de San Pablo en su primera carta a los corintios: “No
queráis unciros en yugo con los
infieles. ¿Porque que tiene que ver la justicia
con la iniquidad? ¿O qué compañía
puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿O que parte tiene el fiel con el infiel? ¿O que
consonancia entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros
sois templo de Dios vivo… Por lo cual
salid vosotros de entre tales gentes, y
separaos de ellas, dice el Señor, y no
tengáis contacto con la inmundicia”.
¡Palabra de Dios! Te alabamos Señor.
Hermanos: Unamos nuestras preces a las
inmortales palabras de Dimas y pidámosle a Cristo crucificado que
se acuerde de nosotros, sumidos en esta
hora de tinieblas y, por su infinita
misericordia, nos salve de los mil peligros que nunca como hoy
acechan a los miembros de la
Iglesia, religiosos y seglares, para que rechazados los errores
y en comunión con sus divinas enseñanzas
merezcamos el paraíso de la vida eterna en la visión de Dios. Uno y trino, Creador, Padre y Redentor nuestro. Amen.
Tercera palabra
“MUJER AHÍ TIENES
A TU HIJO. AHÍ TIENES A TU MADRE
Y
desde aquel punto encargóse de
ella el discípulo y la tuvo consigo en
su casa. Lo dice el propio Juan. Es dogma de fe.
Hermanos: El simbolismo de este pasaje es el Calvario es fácilmente asimilable. María Virgen, Madre de Dios y
corredentora del género humano, asume la maternidad espiritual de la Iglesia. Y el discípulo encarna a la Cristiandad que
la acoge, la eleva, la ama y le pide todos los dones que por su intermedio Dios concede
con infinita bondad.
Después del culto de Latría o adoración, que solo se rinde a la Santísima
Trinidad, se halla el culto
de hiperdulía que se ofrece a la
Virgen Maria. Es cosa aparte. Ocupa un
lugar especial en el plan divino. Esta
unida a Dios de modo mucho más íntimo
que el de los santos y aun de los Ángeles. Solo en Ella el Verbo
se hizo carne. Solo su humildad,
su fe, y su acatamiento, su fiducia en la voluntad de Dios.
Y su dolor y su amor, hicieron
posible nuestra salvación, inclusive
la de aquellos jerarcas de la
Iglesia, que hace pocos años, en el Concilio
Vaticano II, le rindieron el torpe homenaje
de ponerla en su sitio…
advirtiendo sobre la exageración del culto
mariano, porque lo consideran peligroso
para el ecumenismo. Una medida acaso
conciliadora, tristemente conciliadora
y de aproximación a los “hermanos separados”, como con cierto eufemismo se
acostumbra llamar a los herejes y cismáticos
protestante que niegan los atributos excepcionales de la Virgen Maria.
Los griegos recuerda Don Gaspar
en un reciente artículo,
escribían con letras de oro en la base
de las estatuas de Maria el motivo de
ese culto preeminente: Theotokos, que quiere decir Madre de Dios, designación defendida por San Hipólito de Roma y definida en el Concilio, dogmático, de Efeso del año 431. Porque en ella se da la
unión hipostática del Hijo de Dios con
la naturaleza humana. Por lo tanto es, sin pecado concebida y no sufre la corrupción
de la muerte.
Jesus y Maria son objeto de una misma
voluntad divina. Nadie está hablando de
una diosa, sino de la más excelsa de las criaturas nacidas al soplo creador de Dios, llevada junto a EL, en cuerpo y alma , y permanente intercesora
para beneficio de la humanidad, inclusive de quienes
la desoyen y la ofenden. Perdonar
es su oficio porque nos ama como
Cristo, con todo su corazón.
En estos años de tantos desconcierto, hasta
el punto de que la actual crisis de la
Iglesia sea considerada como la más profunda
en todas su historia, más grave que cada una de las doctrinas heréticas o cismáticas y mayor aun que la reforma protestante, tenemos que orar a la Virgen, hermanos, por su Santidad, Juan Pablo II sobre quien recae una difícil tarea y una excepcional responsabilidad. El
Papa es como Juan, el discípulo amado,
al pie de la Cruz. Su misión desciende
de los labios del Crucificado: “Ahí
tienes a tu Madre”. María es amorosa
pero no es débil. Se la
representa pisando a la serpiente. Pisando al
demonio. Protegiendo a la Iglesia. Atender al consejo maternal de María y desechar la perfidia del demonio
es la misión que Dios señala, al
Santo Padre y a todos los católicos,
unidos por el amor a Dios y a su Santísima
Madre.
Nos aproximamos, sin embargo, al abismo. Esto
no necesita de comprobación especial.
Está a la vista. En todo los órdenes. Por ello
el ejemplo de Maria es
salvífico y al mismo tiempo dimensional para calcular la magnitud de
nuestros errores. Prestemos atención a la escena del calvario. ¿Qué es lo que pasa allí? Agoniza un
hombre. Su madre lo acompaña. Ese hombre es el divino Salvador. Sin El estaríamos
perdidos. Pero la verdad es que
contra El, libre y absurdamente
nos estamos condenando. Olvido
impresionante del evangelio. “Yo he venido
a poner fuego en la tierra ¿Y que
he de querer sino que arda? …
Pensáis que he venido a poner paz en la
tierra? No, sino desunión “. Ya se
entiende: guerra y no paz al error y al pecado.
La paz de Dios es la conformidad
con su Divina voluntad. Esta es la paz
que nos dejó y esta es la paz que deseamos para el mundo. La paz no es
el silencio de los sepulcros sino el
cantico de alabanza a Dios, “Paz en la tierra” ¿a quienes? “a los hombres de buena voluntad “es
decir a los son de la verdad, a quienes siguen los consejos
de Maria. La exaltación de la Madre de Jesus solo puede acarrear gracias
abundantes para esta pobre humanidad
envilecida que rechaza los valores esenciales como, por ejemplo,
los dela familia. No podemos, no
debemos, no tenemos derecho a renunciar
a estos valores.
Si Maria hubiese sido como las Marías de nuestro tiempo, que abortan con
tanta facilidad y escasez de
escrúpulos, no tendríamos esperanza, así
de simple y definitivo. Pero la soberbia
demoniaca que se agita en el mundo
desde siempre, se ha enseñoreado
actualmente en el corazón de los
hombres. Y ahora somos árbitros de vidas inocentes. Los revolucionarios, los liberadores, los modernistas, los hombres
de avanzada, los librepensadores, los legisladores, los enemigos de la pena de
muerte, son asesinos. Han implantado en varios países el aborto legal. Y
acosados o no, por su conciencia, en
ocasiones han recurrido al expediente dudoso, por decir lo menos, de la
consulta popular, como si la ley Dios
pudiera estar sujeta a la opinión de las
multitudes. Es el revés hermanos. Las multitudes deben sujetarse a la
ley de Dios. ¡Pobre democracia! “El
número no hace la verdad “.
Miles de miles inocentes son extraídos del
Claustro materno. Hemos visto partir de países
escandinavos aviones repleto de
mujeres jóvenes y hermosas que iban,
todo gasto incluido, a abortar a Londres. Y en Nueva York, la ciudad talmúdica por excelencia, el golpe de los cráneos
en los recipientes metálicos es un repique llamando al Cielo para que llueva
fuego. Las Cartas de los derechos humanos a las que el poder
pagano inciensa hipócritamente, registran el derecho a la vida. ¡Gran novedad! No matar es un mandato divino que desde hace más de tres mil años está grabado en las tablas de la ley
que el Señor entregó al pueblo elegido. El Decálogo es la mejor pauta
para el comportamiento humano. Pero hay quienes, como amnistía
internacional, con sede precisamente en Londres, se horrorizan de las víctimas
de los desórdenes latinoamericanos y acusan a estos y a otros pueblos, de
atentar contra los derechos humanos tras dudosas investigaciones que
culminan en enfáticas condenas. Por
nuestra parte, sin cohonestar las muertes en guerra subversivas-represivas, nos preguntamos,
hermanos, ¿con que títulos morales pueden emitir juicios los poderes humanos
que en sus propios lares autorizan la matanza de inocentes e indefensos seres
humanos? Recapaciten los autores de
semejantes tropelías y vuelvan sus ojos
a los vientres de sus esposas y sus hijas, y defiendan el derecho a la vida que
allí palpita y ellos pregonan respetar.
Lo más doloroso es que naciones tradicionalmente católicas han seguido el mal ejemplo. Y se percibe, casi se diría
que se palpa como hecho físico, como una cosa repugnante a los sentidos, la
campaña insistente y diabólica, que podría enarbolar banderas negras, en países
como el Perú donde todavía el
aborto es un crimen. Se desliza así el
engañoso argumento de que preferible es el aborto clínico legal que el
practicado por empíricos, a fin de salvar a muchas madres desesperadas. ¿Y a
los hijos, quien los salva? Lo que se propugna es el homicidio aséptico.
Igualmente reprobable es el criterio de
que solo la madre puede decidir sobre el
aborto. ¡Donde está el fundamento moral de semejante licencia para matar? La
libertad de la persona consiste en la
capacidad de elegir el bien en vez del mal. La libertad, hermanos, no es
el mundo de la gana sino la más comprometida
de las facultades del hombre. ¿Y en que consiste el bien
en un embarazo no deseado? En acatar el quinto mandamiento, asumir con
entereza la responsabilidad
consiguiente, y amar y defender al hijo que se agita en las entrañas de
la madre.
A lo expuesto se suma el otro aspecto del problema: la prevención
artificial - no natural-artificial, de los nacimientos. Para esto corre mucho
dinero por el mundo. Y se esgrimen todos
los argumentos posibles para considerar
el control demográfico como una necesidad
perentoria. Unas veces con sofismas seudocientíficos o simplemente estadísticos,
otras veces con cinismo economicista, se arguye y se compra, se engaña y se ofende
la función suprema de la mujer. El presidente Johnson de los estados
unidos, en memorable alocución ante la
Asamblea de las Naciones Unidas, sostuvo en celebración del vigésimo aniversario de la organización,
estas reveladoras ideas: “Actuemos sobre
el hecho de que 5 dólares invertidos en control
de población equivalen a 100 dólares invertidos en crecimiento
económico”. Hay que agradecer, por lo menos,
la franqueza o el cinismo de ese
mensaje, porque nos pone sobre aviso en el Perú. Y tanto más después de las experiencias practicadas en países
vecinos hay en nuestro medio mal
disimuladas veleidades controlistas que instrumentalizan el sentido espiritual o religioso
de la “ paternidad responsable”, erigido
sobre continencia , ovulación y ritmo,
introduciendo los procedimientos mecánicos o químicos aplicados por los estados
u organizaciones internacionales, como la Fundación Rockefeller y la fundación Ford,
absolutamente rechazados por la iglesia. No, no es paternidad responsable
recurrir a estos métodos artificiales.
Como sostuvo Gibson en la Asociación
Americana de la Población “El hombre necesita salus
material, pero no al precio de
perder su alma. A esto no hacen excepción las dificultades ecológicas que surgen del aumento
o desequilibrio de la población”.
Durante el año de 1984 el gobierno del Perú
agradeció al de los EE.UU. por la
donación de cuatro toneladas de píldoras
anticonceptivas, realizando una política diametralmente opuesta a las
enseñanzas de Juan Pablo II. Detrás de todo
está el egoísmo. 15 dólares en vez de 100! Que poco vale la vida de los demás para quienes así piensan. Y la campaña arrecia ante la
blanda actitud de nuestros obispos
alcanzando lo más altos estratos
gubernamentales. Continua la ayuda” de
EE.UU no para aumentar la producción de
alimentos para bebes, sino para
impedir su nacimiento. Lo dicho: se pregona amor a los niños, pero solo a los sobrevivientes.
Señores, gobernar es también asumir una
responsabilidad ante Dios. No lo
olvidemos.
El llamado derecho de información es otro de los argumentos controlistas que no podemos compartir. Presten atención, hermanos que no escuchan, a esas encuestas
frecuentes que algunos medios de
comunicación social deslizan
“inocentemente”. Se le pregunta a una docena
de madres humildes cuantos hijos tienen. La respuesta varía entre siete
y diez hijos. Y entonces el encuestador
lanza el dardo:¡ Sabe usted de los medios apropiados
para no tener tantos hijos? La mujer sonríe nerviosa y confiesa su ignorancia. La conclusión que
se nos propone es dar información y dejar luego que la pareja decida. Si como
lo enseña el Magisterio Eclesiástico, la
anticoncepción artificial es moralmente
mala, el ofrecimiento de información es
exactamente como emplear los fondos del erario público en hacer lo mismo y agregar
servicios gratuitos, sobre prostitución, drogas estupefacientes y
bebidas alcohólicas, para que luego cada
cual elija. ¡¿Cómo les parece?!
Recordamos un decisivo pasaje de la pastoral del Cardenal Concha, de Bogotá, en 1967: “ A nadie le es
licito proponer a los padres de
familia el uso de métodos anticonceptivos condenados por la
Iglesia Católica, con el falso pretexto de que
se hace dejando en libertad a los padres
el usarlos o no usarlos”.
El otro ejemplo saltante
de María es su pureza y lealtad familiares. La familia tiene un sino
espiritual. Por eso el matrimonio alcanza
la dignidad de sacramento. La Sagrada Familia es
ejemplo. Ejemplo de lealtad, unidad y cohesión. Y gira en torno
a la mujer. La mujer es hogar, la
mujer es continuidad, la mujer es dolor
y amor. Y el hombre, el esposo, ejemplarizado por José, es responsabilidad y lealtad, guía y protección, trabajo y
espíritu. Pero, atención, hermanos, excluir del matrimonio el sacrificio es excluir
la idea cristiana del matrimonio.
Comparemos, hermanos, comparemos con cuanto
nos rodea.- El divorcio ha pulverizado a la familia Peruana. Nada de este ejemplo bíblico tiene ya vigencia. Y se va al matrimonio con la idea preconcebida de divorciarse si las cosas no marchan como
se desea. Es más, ya no se va. Ahora, la moda, aquí, en el Perú,
es el amancebamiento o trato ilícito y habitual
de hombre y mujer. Por la brecha del divorcio se ha llegado
a la disolución total de la vida
familiar.
Ya nada
nos puede impresionar, ni siquiera
la decisión del arzobispo de Marsella en la Semana Diocesana de 1976,
sobre la posibilidad, para los
sacerdotes, de bendecir con una pequeña ceremonia religiosa a los novios que quieran usar del matrimonio sin recibir todavía el sacramento. Y no fue suspendido a
Divinis. El sirvinacuy de nuestros aborígenes, o matrimonio a prueba, no es
otra cosa que la herética autorización
de ese arzobispo que dice ser católico.
Frente al divorcio corresponde a los hombres de Derecho dar ejemplo de honradez. Sabemos bien que una ley sin fundamento ético
es pura arbitrariedad. Y nadie hasta ahora ha podido demostrar que el divorcio es moral. Claro, si en la
constitución de los estados se borra
la confesionalidad católica, a veces a pedido de la Secretaria de Estado del Vaticano, en
provecho de un pluralismo desintegrado,
se carece entonces de la norma positiva
orientadora para equilatar el fundamento
ético de las leyes. Pero queda la
doctrina y permanecen los
principios que hemos jurado defender. Y
estos nos dice que los abogados no
debemos aceptar causa del divorcio y los
jueces no deben concederlo. ¡Resistencia a la ley? Si, resistencia a la ley cuando la ley es inicua
y contradice el Evangelio. “Dejara el hombre a su padre y a su madre
y juntarse ha con su mujer. Y los dos compondrán sino una sola carne. No
separe, pues, el hombre lo que Dios ha juntado “. A si está
escrito y así tendrá que ser.
Deseamos ardientemente que nuestros
obispos asuman una clara y rotunda participación
en la vida de la comunidad
nacional, batallando en defensa de la
familia, de3 acuerdo con las enseñanzas del dogma y la tradición. Porque hay confusión en la grey. Y las palabras han sido vaciadas
de su contenido autentico para dotarlas de nuevas y heréticas acepciones. La
función de los obispos – lo recordamos
con respeto – es hablar. No en vano su cargo
tiene el nombre de cátedra. Que la cátedra del Perú
haga eco del magisterio de la
Iglesia, vigorosamente, en defensa de la
vida para avanzar contra la
corriente homicida que amenaza a nuestro pueblo.
Recordemos con monseñor
Lefebvre la necesidad de escuchar
a la Virgen. No hace mucho el ilustre prelado
decía: “ Que cristiano consciente, que católico piadoso no experimenta hoy la
necesidad de orar, de hacer penitencia, en las circunstancias actuales del mundo?
Estamos en cierta manera como aquellos
que en Cana invitaron a sus amigos a las
bodas y que, al acabarse el vino,
se volvieron hacia la Madre de Dios con miradas suplicantes para Ella se dirigiera hacia su divino
Hijo y les disipara la preocupación de no poder
ofrecer más vino a los invitados.
Entonces Maria se volvió a Jesus y le dijo: ya no tienen vino. Fue
entonces cuando Jesus realizo el milagro de transformar el agua en vino.
¡He aquí que la imagen de la situación
en que nos hallamos hoy! También nosotros volvemos nuestras miradas hacia la Virgen Maria… porque el vino no es sino el símbolo
de la sangre de Jesucristo, quien nos da
la vida divina. Escucharemos, pues, la
palabra de la Santísima Virgen, que dijo a quienes venían a pedirle ese milagro: Haced
todo lo que Él os diga. Y bien, nosotros
también tomamos la decisión de escuchar a la Virgen Maria y de hacer
todo lo que Nuestro Señor nos dice”.
Hermosas palabras. En la Cruz Cristo nos ha
dicho:” He aquí a tu madre”. Y por eso hemos de escucharla, como en Fátima y en
Garabandal, demandando nuestra real y efectiva
adhesión a la voluntad de Dios.
Maria intercede, como en la boda de cana, y su hijo la atiende tanto que no habiendo llegado todavía
su hora, sin embargo realiza el milagro por amor a su madre. Hay vino para
los invitados, como habrá salvación
segura, no para todos como quieren
algunas sectas protestantes, sino
para los que acaten la ley de Dios.
Esta intercesión al pie de la Cruz dulcifica
la demanda salvífica de Cristo. Él nos dirá, como explicaba Victor Andrés Belaunde, maestro de nuestra
juventud “Yo te he dado mi sangre. Dame tus lágrimas”. Pero, agregamos, Maria,
abogada nuestra, se interpone para
decirnos “Yo he dado mis lágrimas. Danos
tu amor”. ¡Maria corredentora, Maria de los siete puñales, Maria de los
dolores, sufre y pena también por
nosotros y dulcifica y amengua la
exigencia que desciende de la Cruz! ¡Ay, Maria que nos inundas con tu celestial fervor! Eres digna de todas las gracias. Y por eso nuestras letanías a Ti son como rosario de místicos piropos: ¡Estrella
de la mañana, Rosa mística, Puerta del Cielo, Torre de Marfil, Reyna de la paz!
Ruega por nosotros. Amen.
Cuarta
palabra
“DIOS MIO,
DIOS MIO ¿POR QUE ME HAS DESAMPARADO?
De pronto Jesus ha lanzado al cielo
estas misteriosa e
impresionante pregunta, que tiene visos
de angustia y de protesta. Sin cultura
religiosa esta cuarta palabra de Cristo
en la Cruz movería a escándalo. ¿Cómo…
Él no es Dios? ¿Solo es un hombre como nosotros? ¿Por qué reclama como un hijo abandonado por su padre? La fe parece tambalearse.
También los hombres sin fe se alzan contra el cielo ante una desgracia lacerante: la muerte de un
ser amado, la injusticia sufrida en carne
propia, el dolor infecundo que para lanza del Vasto es el infierno mismo.
¡Cuántas veces hemos escuchado gritarle
a Dios un aterrador porque! Como queriendo emplazarlo demandándole una explicación. El motivo puede
ser cualquiera: un inocente que sufre, un niño
que muere, un ser amado que traiciona. Y no hemos querido entender
que nuestros males no tienen no
tienen su causa en Dios sino en nuestra naturaleza pecadora. Pero, además, ¿Quién puede
descifrar los altos designios de Dios?
Parece necesario recordar su palabra
reprendiendo a Job: “¿Pretendes tu acaso invalidar mi juicio, y condenarme a Mi
por justificarte a ti mismo?” (Job 40). “¿Quién me ha dado algo primero, para que deba restituírselo?2 (Job
41). “ ¿Sabías tu entonces que hubieses
de nacer y estabas instruido del número de tus días?” (Job 39) “¿Dónde estabas cuando se formó en masa el polvo de la tierra, y se endurecieron los terrones?”(JOB, 39).
“¿Quién de los mortales le quitara a leviatán la piel que lo cubre?” (Job, 41).
Hermanos: Hace falta humildad, conformidad,
espíritu de sacrificio, hoy casi totalmente perdido
y, sobre todo, fe en Dios.
Acatemos sus juicios aunque no
logremos descifrarlos. ¡Misterio! El misterio
nos circunda y nos prueba. El misterio nos redime y nos salva. Bien merece
la ofenda de nuestro amor.
¿Qué
significa entonces esta cuarta palabra? Nada menos que el
misterio de la Redención. Cristo
no está blasfemando, ni rebelándose contra su destino, si no repitiendo el salmo XXI de
David, compuesto ¡ mil años antes ¡ En
el extremo de su dolor y de su vida da
testimonio de que la Profecia se está cumpliendo. En ese hermoso salmo leemos:
Dios mío,
Dios mío, ¿Por qué me has
desamparado?
¡Lejos estas de mis plegarias, de las palabras de mi clamor ¡
Todos cuando me ven se mofan de mí,
Tuercen los labios, mueven la cabeza:
“Confía en el Señor: ¡que le libre!
¡Que le salve si le aman ¡”
Como agua me disuelvo
Y están descoyuntados todos mis huesos.
Mi corazón ha quedado como cera,
Derritese en mis entrañas.
Seca esta
como una teja mi garganta
Y mi lengua está pegada a mis fauces,
Y a polvo de muerte me has reducido.
Porque me rodea multitud de perros,
Una caterva de malhechores me cerca.
Taladraron mis manos y mis pies,
Contar puedo
todos mis huesos.
Más ellos miran, y de verme se gozan;
Repartense entre si mis vestiduras,
Y sobre mi túnica echan suertes.
Ciertamente, hermanos, es la hora del
calvario anunciada por David. Jesucristo
pertenece a la familia de David, de la tribu de Judá, de Belén en la
tribulación ha recordado el verso inicial del poema del gran rey, su antepasado
lejano y cercanísimo anunciador; porque el profeta se hace presente en el cumplimiento de la promesa por la anunciada. La Profecia no es una afirmación que se deja atrás en el discurrir del tiempo. Ella es, por su
propia naturaleza, continuidad y
permanencia hasta su cumplimiento. Después se transforma en experiencia. La Profecia
de David en el salmo XXI ha tenido la
virtud señalada al vivir en la tradición del Antiguo Testamento. Y, ahora, a
partir de su ejecución, con abandono, mofa, blasfemias, tortura, claveteo de
manos y pies, y reparto de vestiduras
del Divino Salvador, será historia, experiencia, pasado esclarecido. Más no sorpresivo como un hecho inesperado. Lo
admirable de la Profecia es su trayectoria
anímica: el anuncio, la
espera, el cumplimiento. Quizá porque,
como decía Gabriel Marcel, la espera solo es posible en un mundo donde hay lugar el milagro. Esto nos plantea
una angustiosa pregunta. ¿Hay lugar para el milagro, es decir, para su
aceptación en los cuadros jerárquicos de nuestro tiempo? El Papa Juan Pablo II durante su primera visita a Alemania se refiere al Tercer
Secreto de Fátima ante los alumnos universitarios que lo
entrevistan. Pero después leemos al cardenal
Deskur calificando de “leyenda” o “pseudo
Profecia” o “pseudo revelación”, el
texto entregado por sor Lucia con el
mensaje de la Virgen para ser
difundido en 1960. Por eso la pregunta.
Una circunstancia nos preocupa: ¡como negarlo! Las profecías de los últimos tiempos han sido realizadas por la Virgen
Maria. Y Ella es el tropiezo
mayor de los ecumenistas porque la Madre
de Dios y de la Iglesia, Corredentora del género humano, y mediadora de todas las gracias, no es
acatada con todo estos legítimos títulos
por los protestantes, los idolatras y los paganos.
La Profecia, hermanos
supone la espera que solo será esperanza si se proyecta hacia el Bien. Y castigo o desesperanza si se dirige
hacia el Mal. La crucifixión, con todo lo terrible que implica, está dirigida hacia la Redención. Por eso fue una
esperanza, hecha realidad en el día más importante de la historia.
Queda por explicar, de todos modos, las primeras palabras del poema de David, que escapan
como un suspiro de los labios
resecos de la Victima expiatoria. Es
cierto que Jesucristo está abandonado. Abandono externo e interno. Condición necesaria para cumplir su Misión salvífica. En otras palabras, debía quedar
a merced de sus enemigos. Y Él lo sabía.
Este abandono lo hace el espíritu
Santo que deja de protegerlo, no
obstante de que en virtud de las circunminsesion o
perisoresis, donde esta una de las
tres Personas Divinas, están las otras
dos, sin separación ni confusión. ¡Otra vez el misterio y otra vez la fe! El Espíritu Santo no se apartó como Persona.
Tampoco el Padre. Todos estaban en la Cruz. Simplemente ceso la protección. Ceso desde que Jesus se enfrentó
a la turba que venía a prenderle.
Recordemos la escena del Huerto de los Olivos. Jesus ha terminado de orar y sudar sangre. Despierta a los discípulos y les anuncia
que ha llegado la hora en que “será entregado en manos de los pecadores” (Mateo, XXVI, 45). Judas se adelanta y le da el beso traidor, señal convenida para mostrar a la Victima.
Nuestro Señor sale a su encuentro
y les dice: “¿A quién buscáis?”. La
respuesta es concreta: “A Jesus Nazareno “. Diceles Jesus: “Yo soy” Y nos relata
Juan que apenas escucharon aquel
¡yo soy! “retrocedieron y cayeron en tierra “(XVIII, 6). Quizá, hermanos, esa fue la última defensa del Espíritu Santo. Luego, de nada valió
que Pedro desenvainara su espada.
Jesus, lo detuvo anunciando a sus
verdugos algo aterrador: “esta es vuestra hora
y el poder de las tinieblas
“. (Lucas, XXII, 53). Una afirmación
realista que sacude todas nuestras fibras. Y tanto más cuanto que, hoy mismo,
estamos a punto de repetirlas a los enemigos de N.S.J.C., a los judíos talmúdicos, a los masones, a los modernistas, marxistas,
progresistas, liberales, a los
infieles, cismáticos, herejes,
paganos, idolatras, ateos, que han
penetrado en el huerto de la Iglesia para prender y destruir el Cuerpo Místico del Divino Salvador. La consumación del prendimiento contemporáneo, está confirmada por
Paulo VI. Y la percibimos directamente con hondísima aflicción.
El “humo de satanás…, la
autodemolición de la Iglesia…” Veredicto
desgarrador, hermanos, conciencia de una traición. Aceptación de una crisis que no
se intenta conjurar que acaba de
ser reafirmada en sus causas durante el
Sínodo extraordinario de 1985 al declararse: “Celebramos el Concilio Vaticano
II. Como una gracia de Dios y un don del
Espíritu Santo”. ¿Una “gracia de Dios” la “autodemolición “? ¿Un
“don del Espíritu Santo” el “humo de Satanás”? ¡Tinieblas hermanos, tinieblas y rechinar de
dientes vivimos hoy en este Viernes Santo, cuando estamos más cerca
de Judas que de Dios!
“Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has
desamparado “ Jesus sintió en lo profundo
de su alma lo que llamamos
desolación. Aquella aflicción causada por la soledad interior.
La experiencia personal nos ilustra.
Cuantas veces nos hemos sentido
solos en medio de una multitud. Pero esa
soledad nos anonada cuando es interior. Entonces tenemos una sensación
de vacío, que nos trae paz sino angustia. Nos hiere con
con espadas de seda y asfixia con la ausencia o el
desamparo. Solo Dios puede curar
esas heridas y colmar nuestros anhelos, poblándonos, nutriéndonos y
salvándonos. No basta que Dios habite entre nosotros. Hace
falta, además, que habite
con nosotros, para que vivamos en El.
Nuestro Señor experimentaba, pues, la desolación que sigue al abandono. Sin embargo, ¿no se han preguntados ustedes,
hermanos, porque tenía que ser Jesus y no un hombre enviado por El, quien
redimiera con su muerte al hombre
pecador? Hubiera sido una reparación
imperfecta. Tengamos presente que
la magnitud de la ofensa, está en relación
con el sujeto ofendido. Y el
pecado del hombre adquiere una gravedad
inconmensurable porque ofende a Dios. Toda medida es en este tema de la Redención de un tamaño que escapa a nuestro entendimiento. No alcanzamos a
imaginarnos la eternidad porque nuestra experiencia sensible es insignificante. Y
tenemos que contentarnos con saber que lo finito postula la idea de lo infinito, como lo temporal a lo eterno.
De todas las notas o potestades que caracterizan al Dios personal,
uno y trino, solo podemos tener una vivencia valedera por la fe. Se ha dicho que “la fe mueve montañas”.
Agreguemos con reiteración pedagógica que por la fe salvamos los
abismos del misterio.
El
conmovedor “Dios mío, Dios mío ¡ Porque me has desamparado?” tiene una
connotación importantísima: es el mensaje
de Cristo a su pueblo, al
pueblo que no lo recibió, al pueblo que
exigió su muerte. El pueblo elegido
esperaba al mesías. Estaba anunciado.
Pero en su espera deformó el sentido
redentor de la Nueva Alianza,
canalizando, temporalizando, mundanizando la gran promesa. Al cabo del pueblo
judío aguardaba un caudillo cuando nació
Jesus. No quería propiamente un
salvador, sino un jefe que le diera el control del mundo, la revancha contra las naciones que lo habían sometido y expoliado. Y no creyó en Jesus. Solo un
pequeño grupo de elegidos creyeron en El. A estos, lo dice la
Escritura, “dioles potestad de llegar
a ser hijos de Dios” (Juan, I,
12). Era, pues, necesario que, cumplida su Misión Salvífica, Nuestro Señor
le dijera a ese pueblo
incrédulo que la muerte del
Crucificado era el cabal cumplimiento, palabra por palabra, hecho por hecho, de
lo anunciado por el profeta David. Si,
para que los judíos tuvieran conciencia
de su falta y se arrepintieran de la tremenda ofensa.
No lo entendieron así los barbaros que
escucharon desgranarse de los labios
divinos las palabras del abandono. Torpes, cegados por el odio,
embrutecidos por el maligno, al escuchar “Eli, Eli…”, voz hebreo-siriaca, olvidaron que denota a
Dios en el sentido de “Mi
fuerza” y, turbados, se
miraron entre si preguntándose
si Cristo no estaría llamando al
profeta Elías. Eli es la fuerza que me
defiende o sostiene contra mis
enemigos, vale decir el Espíritu Santo. Desde entonces el pueblo judío tiene dos vertientes: la cristiana y la talmúdica. La misericordia de Dios
ha puesto a los primeros en la posibilidad
de salvarse, en tanto que a los otros, a
los de aquella época y a quienes a lo
largo de los siglos persisten
en rechazar al Mesías y
aprobar el deicidio , los considera
“hijos del diablo “ (Juan VIII,44), No
sin antes decirles cara a cara “ tratáis de matarme , porque mi palabra
no halla cabida en vosotros”.
Esto lo dice, señores el propio Jesucristo.
No es cosa de comentaristas. La Sagrada
Familia es judía, como los profetas que los antecedieron y los apóstoles y mártires
de los primeros siglos. La
religión cristiana posee todas las
características de la
espiritualidad trascedente del
pueblo elegido, su Antiguo
Testamento es de la Cristiandad, como el Nuevo Testamento es la continuación verdadera del antiguo. Y David, citado por
Jesus en el Calvario, pertenece a la
Cristiandad.
Por eso, cuando en los años presentes advertimos un movimiento
eclesial que pretende descargar
de responsabilidad deicida al pueblo judío, y la más
encumbradas autoridades de la Iglesia
prometen respeto a los
seguidores de Anás y Caifás, a los “
hijos del diablo” según el evangelio, y el Papa acude a la sinagoga
romana para rezar junto a un rabino, nos preguntamos si esto es posible atendiendo
a las enseñanzas de Nuestro
Señor Jesucristo continuadas por sus apóstoles. Y repetimos
con santo temor que “Cualquiera que niega al Hijo, tampoco reconoce al
Padre” (Juan V, 12).
“En esto se conoce al Espíritu de Dios: todo
espíritu que confiese que Jesús es el Cristo, venido encarne, es de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no
es de Dios sino del Anticristo, de quien habéis oído que viene, y ya ahora está
en el mundo” (Juan, IV, 2,3).
Lo está, qué duda cabe. El poder judaico
controla al mundo. Desde los niveles más bajos ha sabido avanzar capitalizando
las debilidades de los cristiano. Y
mediante la usura, convertida en banca y
moneda, imperio del oro y emisión del dólar; la internacional masónica, sistema
de sociedades secretas que penetra y captura las clases elevadas; y el
marxismo, cual instrumentaliza para manejar la internacional proletaria, para
manejar la internacional proletaria, al Gran Sanhedrín de los tiempos modernos
ejerce un imperio que sólo nuestra falta de sensibilidad y espiritualidad,
puede soslayar o ignorar. Los medios de
comunicación, los que forman la llamada opinión pública, están en sus manos :
agencias informativas, cadenas de diarios y revistas, el cine y la televisión,
cubren el mundo con sutiles formas de quebrantar la moral cristiana. Wall Street es una de sus guaridas. Pero los judíos se distribuyen por todos los
continentes, con o sin Estado de Israel.
Han domeñado a todos los gobiernos más poderosos y a las organizaciones
internacionales, hasta intentar mediante la llamada Comisión Trilateral,
neocapitalista, el soñado gobierno mundial, donde la idea de Dios desaparecerá,
lo dicen ellos, para dejar paso a una humanidad manejada por la mano enguantada
de los ordenadores. Nada de esto es
ficción, sino espantosa realidad. ¿Cómo
nos puede llamar la atención que se acuse a la Santa Sede de tener un centenar
de dignatarios pertenecientes a las logias masónicas? ¿No es sintomático, por
decir lo menos, que la excomunión de los masones sea ahora gracias al nuevo
Código de Derecho Canónico, una disposición desaparecida? Apenas sí, se deja
todavía que el tema sea materia de interpretación cambiante de los Secretarios
dela Congregación para la Doctrina de la Fe.
Recordemos, hermanos, las palabras de San Pío X citadas por nosotros al
explicar la Primera Palabra : Los artífices del error se ocultan en el seno y
gremio mismo de la Iglesia. Esto explica
por qué la crisis de la Iglesia
reaparece en cada comentario de las Siete Palabras como el tema de una sinfonía
enlazando todos sus movimientos.
Embozada o desembozadamente, según sus
intereses, el judaísmo talmúdico, enemigo teológico del judaísmo cristiano,
dirige la gran conspiración, coludido con todos los adversarios de la Verdad
revelada. Nada más lógico, entonces, que
volvamos nuestros ojos hacia Roma. Pero
¿qué dice Roma? Lamentablemente Juan
Pablo II ha dicho al Comité Internacional de contacto entre la Iglesia Católica
y el judaísmo, el 28 de octubre de 1985, que está “Inaugurando del todo una
nueva era en esta relación”. ¿Qué ha
pasado? ¿Los judíos se han convertido, como lo anunció Pablo en su carta a los
romanos? No. Nada ha pasado. Todo sigue igual. ¿Entonces? ¿Por qué “una
nueva era”? Ah… es el signo de los tiempos…
la referida Comisión dio a publicidad unas “Notas” donde leemos :
“Deberíamos así asumir nuestra responsabilidad de preparar el mundo a la venida
del Mesías, operando juntos por la justicia social, el respeto a los derechos
de la persona humana y de las naciones…”
Apabulla el entuerto, hermanos.
¿Qué es esto de “preparar el mundo a la venida del Mesías” ¿Qué
operación conjunta cabe con quienes niegan al Hijo? ¿Acaso Jesucristo puede ser
puesto al margen porque incomoda en la “nueva era”? Aplicando el Evangelio, que es la Palabra de
Dios, y, siendo perfecta, no puede en consecuencia sufrir corrección,
preguntamos : ¿Los rabinos de la sinagoga de Roma, los judíos del citado Comité
Internacional, los cristianos que con ellos oraron o pactaron, unieron sus
voces para confesar a Jesús? No. Para confesarlo no. Y bien, entonces esos espíritus no son de
Dios sino del Anticristo. “Si no
creyereis ser Yo el que soy, moriréis en vuestro pecado”. (Juan, VIII, 24).
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
desamparado?
¡Qué tremenda desolación sufre la Iglesia
Católica como resultado del Vaticano II y de su malhadada declaración sobre
libertad religiosa! Nostra Aetate afirma
que todos los hombres de fe viva deben respetarse, superar cualquier
discriminación, vivir juntos y servir ¡cómo no! A la fraternidad universal, que
es el nombre masónico de una falsa religión con el Gran Arquitecto en vez de
Jesucristo. Pero… lo exige el
ecumenismo. Sólo que este ecumenismo
transigente está condenado por el Magisterio de la iglesia y en particular por
la encíclica Mortalium Animo de Pío
XI. No es lícito dejar a Cristo de lado
para “vivir juntos y servir a la fraternidad universal”. Por otra parte, en Casablanca el Papa ha
dicho a los musulmanes : “Nosotros creemos en el mismo Dios, el único Dios, el
Dios vivo”. La tierra tiembla ante estas
palabras. La cristiandad se
sobrecoge. Y se oye la voz de un
sacerdote que dice : “No, Santidad, nosotros los católicos no creemos en el
mismo Dios en que creen los musulmanes. Nosotros creemos en el Dios que se
reveló plenamente en Nuestro Señor Jesucristo; los musulmanes rechazan a la
Santísima Trinidad como una forma de politeísmo. Nosotros creemos en el Dios cuya Segunda
Persona se encarnó en Nuestro Señor Jesucristo para redimirnos; los musulmanes
rechazan la Encarnación y niegan la necesidad de la Redención”.
Y continúa el Padre Taveau : “Habéis dicho :
Este testimonio de fe, que es vital para nosotros…. Se hace en el respeto a las
otras tradiciones religiosidad…” “No ,
Santidad. El respeto de las otras
tradiciones religiosas… equivale al respeto del error, y al error no se le
respeta sino se le combate porque es contrario a Dios”.
La Carta Pública del ahora director de la
revista Sí, Sí, No, No prosigue diciendo “Inmediatamente después agregasteis :
“Estas son diferencias importantes que podemos aceptar con humildad y respeto
en una mutua tolerancia”… Santidad, consideramos que es nuestra obligación
deciros que, aún hoy nuestro ojos no dan crédito a los que ven. Vos, el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, el sucesor de aquel que mereció el Primado
por su Fe, vos habéis pedido tolerancia para la Religión Católica…. Vos habéis
pedido para la Verdad reevelada aquello que se pide para el error”.
El salterio de David recobra plena
vigencia. Y sus versos iniciales
escuchados en la cima del Gólgota, descienden hoy sobre la ciudad terrena,
alcanzan a roma, entran en la Basílica de San Pedro y tocan a las puertas de
los aposentos vaticanos, reclamando el testimonio de Dios ante los
hombres. Un solo Pastor y un solo
rebaño, sí, pero sobre todo, una sola Verdad.
Dios mío, apiádate de tu Iglesia, ten misericordia de todos nosotros y
ampara con tu Divino Poder a quienes no queremos abandonarte porque de todo
corazón no deseamos morir protestantes, musulmanes, budistas o hinduistas, sino
católicos, fieles a Roma en tanto Roma sea fiel a ti, Mi Señor y Mi Dios.
Quinta
Palabra
“TENGO SED”
Hay palabras de Cristo en la Cruz que son del
Hijo de Dios, mas hay otras que son propias del hombre. Este “Tengo sed” sobre el que se precipitan
con fervor los oradores para aplicarlo a las mil cosas de las que Dios puede
tener y, sin duda, tiene anhelo de que le ofrezcamos nosotros, se presta a una
retórica un tanto expansiva. Que Cristo
quiere esto y que Cristo quiere aquello.
Cristo tiene sed de cada una de las virtudes de que estamos dotados por
su misericordia divina, es verdad. Pero
también lo es que el Hijo de María lleva casi veinte horas de padecimientos
continuos : sudores de sangre, flagelación, marchas y contramarchas, nuevas
afrentas, el Vía Crucis con el madero sobre sus hombros y esta crucifixión
larga, desangrante, entumecedora, febricente, agoniosa, todo lo cual ha secado
su boca. Ya apenas si puede hablar. Si lograse divisar desde lo alto del Calvario
el marco de su sacrificio, vería un campo cubierto de verdor. Llegaba la primavera. Hierba fresca y trigales mecidos levemente
por una brisa prometedora de alivio, bajo un cielo cargado de nubarrones. Cristo se preguntará dónde está la samaritana,
aquella mujer que al borde del pozo de Jacob le dio agua de beber y recibió el
agua viva de Dios. Y sus ojos, casi
cerrados por falta de fuerzas, mirarán con la memoria la lejana escena de
Moisés tocando con la vara de Dios una roca, para convertirla en manantial y
saciar la sed del pueblo que ahora rodea a Cristo demandando su muerte.
El Divino Salvador había prometido la gloria
al que, en su nombre, diera de beber al sediento. Pero nadie parece anhelar esa gloria. Y por ello, desde el fondo de su alma, dolido
y emplazador dice : “Tengo sed”. No pide, no
ruega, no llora por aquella gota de agua que mitigaría su aflicción. Simplemente confiesa su sed, con dignidad,
planteando un problema que no sólo es suyo sino de la humanidad. ¿Quién saciará la sed de Cristo? ¿Quién tendrá
el valor de ofrecerle el agua que Él está esperando? ¡Nadie! Históricamente nadie. El hisopo empapado en vinagre será mayor
tormento. Tendrá más sed. Por supuesto, hermanos, el símil con los
tiempos que han seguido al sacrificio del Calvario, salta a la vista. Y mucho más ahora cuando la crisis de la
iglesia y del mundo no es otra cosa que un enorme hisopo empapado en vinagre y hiel.
De las múltiples enseñanzas y aplicaciones
que se derivan de la Quinta Palabra de Cristo en la cruz, creemos que en las
presentes circunstancias la más notoria se refiere al sacerdocio. Veamos porqué.
Nuestro
Señor Jesucristo es esencialmente sacerdote. Su función es la de ofrecer un sacrificio
redentor. El sacerdote, lo sabemos por
definición es el personaje ungido y ordenado para ofrendar sacrificios a Dios. Cristo se entrega Él mismo en
sacrificio. Su sacerdocio es así total,
heroico, insuperable, santo. Agreguemos,
ejemplar. He ahí el modelo para los
sacerdotes de la iglesia por Él fundada.
La iglesia es continuidad de la obra de Dios y, por lo tanto, la iglesia
es sacerdocio. Cristo transmitió su sacerdocio a los Apóstoles en
la noche del Jueves Santo.
“Haced esto en conmemora-ción mía”.
Y convirtió el pan en su Cuerpo
y el vino en su Sangre. A esto
se reduce, en última instancia, la misión del sacerdote : a repetir el sacrificio, la
ofrenda de Cristo; sin restar importancia a la predicación de la Buena Nueva,
ni a la administración de los Santos Sacramentos restantes, en suma al Culto, al Magisterio y al Gobierno,
funciones tradicionales.
Cuando tantos incrédulos que pululan dentro y
fuera de la Iglesia se duelen de no haber presenciado algún milagro como los de
las Sagradas Escrituras, o
condicionan su fe a ese requisito, que les parece imposible de satisfacer,
cuando quisieran ver hombres que resucitan, ciegos que ven, leprosos que se
limpian, panes que se multiplican, he aquí que les bastaría mirar con atención
hacia el altar de una Iglesia Católica y observar cómo cada vez el sacerdote,
el verdadero sacerdote, realiza el milagro de la transubstanciación y renueva
el Santo Sacrificio de Jesucristo, Nuestro Señor.
¿Cómo es
ésto posible? Porque el sacerdote, el verdadero sacerdote, es un hombre
ordenado por los obispos, que son los sucesores de los Apóstoles. La gracia de la cual participan los
sacerdotes es la gracia de unión. No es
la gracia santificante de la cual participamos por el Bautismo. La gracia
santificante nos libera del pecado original. Los sacerdotes son hombres que participan de
la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo al participar de su carácter sacerdotal. Monseñor Lefebvre explicaba muy claramente en su
famosa homilía de Econe del 29 de Junio de 1976, que “la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo estaba
penetrada por la divinidad del Verbo de Dios y es así que Él ha sido hecho
sacerdote, que ha sido mediador entre Dios y los hombres”. Y es de esta gracia que participan los
sacerdotes. Ellos también serán
intermediarios entre Dios y su pueblo.
No serán solamente los representantes del pueblo de dios, ni serán
solamente los presidentes de la asamblea. “Serán
sacerdotes para toda la eternidad”.
Por supuesto, si un sacerdote, beneficiado
con la participación de esa gracia extraordinaria que es la gracia de unión, no
creyese en la presencia real de Cristo en las especies consagradas o
pretendiera que Cristo no es el Dios-hombre sino un hombre-Dios, se estaría
negando a sí mismo como sacerdote y como cristiano y, lo más grave, estaría
renunciando al milagro de la Redención. Si sólo se erigiese en presidente de una
asamblea, en un repartidor de pan o en un vinatero generoso, estaría ofendiendo
a Dios y engañando a la comunidad. Algo de esto hay en los predios
eclesiásticos y por eso es obligatorio hablar de crisis. Los liberales,
modernistas y progresistas, junto con los francmasones, pretenden
secularizar al sacerdocio despojándolo de su carácter
sacramental y sobrenatural.
Ellos son los que nos dicen a cada paso : “El sacerdote es un hombre como los otros”. Y por allí abren todas las puertas del mundo, del demonio y de la carne.
Desde el punto de vista intelectual, el racionalismo excluye todo
misterio. No acepta sino lo que el
hombre entiende. Y como entiende poco,
rebaja la vida religiosa a la arbitrariedad de los hombres. En evidente consecuencia el racionalismo es pluralista, puesto que
no acepta la verdad objetiva. Allí aparecen
las religiones
personales. Estas que
nuestros amigos, o familiares nos dicen con énfasis : “Yo estoy con la iglesia,
pero eso sí, a mí no me parece que se debe ser humilde. Te tratan como te ven. Y si te rebajas te dan encima”. O bien : “Lo que tú quieras, creo en Dios,
pero detesto a los curas”. O esta otra y
usual expresión : “Todo está muy bien, pero no me impongan ideas. Déjenme que yo elija”. El Papa
León XIII explicaba magistralmente cómo este racionalismo es la tendencia masónica vertida en
insospechables formas de vida y pensamiento, absolutamente condenadas.
Vean, hermanos, cómo en la vida diaria, en
los discursos de los líderes, en las noticias, en los comentarios, en las
conversaciones incluso intrascendentes, está de moda el empleo de los términos
pluralista, modernista, progresista y el de liberación, con un sentido de
avanzada que descarta todo lo anterior.
Esta tendencia adquiere tonalidades más obscuras cuando penetra en el
campo eclesiástico. Y aparecen los curas
de nuevo cuño, los de apertura a la dinámica de los tiempos, los porosos a las
ideas evolucionistas, de los conciliadores con las herejías y los comprometidos
con la revolución social. Algunos
obispos, desgraciadamente cautivos de estos errores, precipitan la crisis, que
colma toda medida y se desborda. Se hace
mundana y mundial.
Hay hombres que están celebrando esta
crisis. Son los liberales que, pese a las repetidas condenaciones, han
insistido con tanta habilidad que ahora leemos confesiones de satisfacción y júbilo. En su libro “El Catolicismo Liberal”, escrito
en 1969, el senador Prélot, de Francia, dice : “Nosotros hemos luchado durante un siglo y medio por hacer prevalecer
nuestras opiniones en el interior de la Iglesia y no habíamos tenido
éxito. Por fin llegó el Vaticano II y
hemos triunfado. En adelante la tesis y
los principios del catolicismo liberal son definitiva y oficialmente
aceptados por la Santa Iglesia”.
Hay triunfalismo en estas expresiones. Y dolor, dolor profundo en nosotros. ¿Dónde están las enseñanzas de Gregorio XVI
en su encíclica Mirari vos, donde la
condena a los católicos liberales por Pío IX en su carta Per Tristísima y, sobre todo, en su encíclica Quanta cura, donde,
en fin, las advertencias de San Pío X
y Benedicto XV? El Magisterio de los Papas ha reprobado
insistentemente al liberalismo. Y en el caso específico de S.S. Pío IX, satisfaciendo las cuatro
condiciones para habla ex cáthedra o
infaliblemente : Como Pastor y Doctor de todos los cristianos, sobre asunto de
fe o de costumbres, definiendo la Verdad, y obligando a los fieles a aceptar el
pronunciamiento pontificio. Porque el
Papa, al ser Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, tiene como misión ser enteramente
fiel a la doctrina de Nuestro Divino Redentor, y custodiar y transmitir el
Depósito de la Fe encerrado en la Tradición y las Escrituras. El Papa tiene que ser y no debe dejar de
serlo, jefe del tradicionalismo católico.
Sin embargo el Concilio Vaticano II contradice directa y claramente la
encíclica Quanta cura mediante su
“Declaración sobre la libertad religiosa” que fundamente el júbilo de los
enemigos de la Iglesia.
Entre éstos, los masones celebran por igual otro de los muy lamentables
errores del Vaticano II el cual es el ecumenismo
transigente, una suerte de mercado común de ritos y creencias con herejes y
cismáticos, que monsieur Marsaudon encomia en su libro “El ecumenismo visto
por un francmasón”, porque para
los masones semejante mescolanza de religiones facilita el debilitamiento de
los dogmas. Y los dogmas constituyen
el punto de incompatibilidad esencial entre la masonería y la religión
católica. No por nada el Papa León XIII,
de tan gratísima memoria, sentenció : “Que
ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación
juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo
prohibieron nuestros antecesores”.
Detrás de todo este movimiento anticatólico que
afecta a la función del sacerdote y a la
Iglesia, repta el judaísmo deicida, enemigo implacable de Cristo y de su
obra. La Santa Sede
ha suavizado su posición con respecto al judaísmo, pero hay
suavidades que debilitan. Y no parece
haber encontrado correspondencia. Israel
acaba de prohibir el estudio del Nuevo Testamento. Sin duda deber impresionante ser judío,
pertenecer al pueblo de Nuestro Señor
Jesucristo, ser como Él, como Pedro y los Apóstoles y, singularmente, como
María, la Madre de Dios. Nos referimos,
en cambio, a la histórica y contumaz posición anticristiana de una parte del
pueblo judío. A la de aquellos que
precedidos por su pontífices y ministros – son palabras de Juan – “alzaron el
grito diciendo : Crucifícale”. ¿La razón? “Porque se ha hecho hijo de Dios”.
Lo que hemos afirmado al comienzo : Dios
perdona. Pero podemos estar seguros de
que el Señor no desea que su Iglesia sea gobernada por judíos marranos, que no
son verdaderamente católicos. ¿Cómo explicar entonces la elevación de un
sacerdote judío hasta la altísima dignidad de arzobispo de París? ¿Será porque
la colonia judía es muy numerosa en la capital de Francia? No hay nada de equívoco en ello. Ojalá que muchos judíos aceptaran el llamado
de Cristo y vinieran a la iglesia por Él fundada. Lo que nos conturba es la posición persona de
monseñor Lustiger en declaraciones a “Documentation Catholique” del 1° de Marzo
de 1981. Preguntado ¿Habiendo sido usted
mismo convertido, es usted favorable a la misión proselitista de la Iglesia en
el ambiente judío y particularmente entre la juventud? Respondió : “Proselitismo no, pues no tiene
sentido, sería una infidelidad. Tanto la
fe judía como la cristiana es un llamado de Dios”. ¡Increible…!
De modo que hacer llegar el Evangelio, el mensaje de salvación, a los
judíos, ¿Sería ir contra la voluntad de Dios…?
Significativo rechazo a la predicación de Jesús y sus Apóstoles en toda
Tierra Santa. Considerar que la fe judía
es un llamado de Dios equivale, a sostener que Dios hace un llamado para negar
la divinidad de Jesucristo. ¡Que feroz
lanzazo ha clavado el arzobispo Lustiger
en el costado de Cristo! Pero, no
importa… el liberalismo lo arregla todo.
Ya recibió el capelo cardenalicio.
Y el judío de la sede de París es ahora papabile. Puede ser elegido
Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Después de todo esto, ¿no es verdad, hermanos, que vivimos una
crisis honda que sobrecoge a las almas.
La sed de Cristo ya tiene caracteres que nuestra imaginación no alcanza
a concebir. Es una sed metafísica, quizá
la de mayor tortura en su espantosa agonía.
Pero no desesperemos, hermanos.
“Las puertas del Infierno no prevalecerán”. Hagamos luz en medio de estas tinieblas : En
la Iglesia hay factores divinos y factores humanos. Las cosas divinas son buenas e
invariables. Las cosas humanas pueden
ser buenas o pueden ser malas. ¿Hay
cosas malas en la iglesia? Las hay, pero
pertenecen a la esfera de lo humano. Lo
malo es cosecha nuestra. Sólo Cristo y
la Santísima Virgen fueron indefectibles.
Todos los demás seres humanos, el Papa, los obispos, los sacerdotes, y
nosotros, los seglares, somos capaces de pecar.
Y como explica Tomás en la Suma Teológica, solamente no se puede desviar
quien tenga por regla del obrar su propia mano; de esta manera por donde vaya
irá bien. Pero esto sólo lo tiene
Dios. En consecuencia, en la Iglesia hay
cosas malas, que causan escándalo. Pero
es bueno saberlo para corregirlas. No.
No es cosa de acostumbrarse. No podemos
acostumbrarnos al mal. Tenemos el deber
de rechazarlo. Por esto y con el debido
respeto, no podemos compartir el criterio –que debió ser cristerio- del
arzobispo de Arequipa, monseñor Vargas,
cuando desde su anterior cátedra, de Piura, sostenía que esto “no debe sin
embargo llevar a escándalo, pues no hay que olvidar que en la Iglesia, amada
por Cristo desde todos los tiempos, coexisten los buenos y los malos. El misterio dramático de una Iglesia pura
con impuros… una comunidad santa por la Santidad de Cristo y pecadora por las
negaciones de sus miembros, no es mayor novedad”.
Que nos disculpe su Excelencia Reverendísima, pero no hallamos fundamento para
eximirnos del escándalo por las cosas malas que se dan en la Iglesia Católica. Lo grave sería monseñor acatar su consejo y no escandalizarse. El escándalo implica una trampa, ardid o
tropiezo que induce a pecar. Es un hecho
abominable que ofende a Dios y, por lo mismo, merece absoluto y total rechazo,
sin que la falta de novedad pueda dejarnos confo0rmes con el pecado. Refiriéndose al Concilio Vaticano II y sus
consecuencias, monseñor Lefebvre se preguntaba
en carta al Papa Paulo VI “Queríamos que se nos explicase como el hombre
puede tener un derecho natural al error? ¿Cómo puede tener un derecho natural a
causar escándalo? ¿Cómo es que los protestantes que han asistido a la reforma
litúrgica pueden afirmar que la reforma les permite en lo sucesivo celebrar la
Eucaristía según el nuevo rito? ¿Cómo es
posible entonces que esta reforma sea compatible con las afirmaciones y los
cánones del Concilio de Trento? En fin
¿cómo se puede concebir el acceso a la eucaristía de personas que no tienen
nuestra fe, el levantamiento de la excomunión para aquellos que se adhieren a
sectas y organizaciones que profesan abiertamente el desprecio de Nuestro Señor
Jesucristo y de nuestra Santa Religión,
contrariamente a la Verdad de la Iglesia y a toda su Tradición? Se trata de
nuestra fe, por lo tanto, de la vida eterna”.
Nos escandaliza –hermanos- que la Iglesia
Peruana no informe a la feligresía la autorización para decir la Misa de
siempre, según carta –circular de octubre de 1984; nos escandaliza la comunión
en la mano por seglares, por mujeres, por monaguillos, por los propios
asistentes a la Misa, porque eso es sacrilegio.
Nos escandaliza que los templos católicos sean cerrados para los
tradicionalistas y abiertos para budistas, musulmanes y protestante, como ha
ocurrido en Europa. Nos escandalizan las
oraciones improvisadas, la inclusión de Marx en el santoral del Misal francés,
las misas ye-ye de roma, las “experiencias litúrgicas” de la misa de marihuana,
la misa con galletitas y whisky como elementos para la consagración, la misa de
los adolescentes norteamericanos, con Coca Cola y sándwiches de salchichas, la
misa de los negreríos en el Brasil y las de Papúa en el oriente, con danzarinas
semidesnudas, mujeres con los pechos al aire subiendo al altar de Papa para
leer la Epístola, danzarines brujos ahuyentando a los males a la hora del ofertorio,
en presencia de Juan Pablo II. Nos
escandaliza el ecumenismo de la iglesia conciliar, que no exige conversión y
acatamiento, sino desfiguración de los propio.
Y no podemos ocultarlo. Nos
escandaliza el homenaje del Papa a Lutero, condenado por el Concilio de Trento
y por todos los Pontífices durante más de trescientos años. Cuando el Papa Pablo VI confesó la
“autodemolición” de la Iglesia, no sólo sentimos temor, también sentimos
escándalo. Y mucho más al conocer los
pactos de Roma con la Logia Judía B’nai B’rith,
con el Consejo Mundial de las Iglesias y con Moscú, para armonizar con
los librepensadores, los enemigos de Cristo, los herejes y cismáticos y los
comunistas, a quienes el Concilio no condenó como debía, cumpliendo lo pactado.
Nos escandalizan las ordenaciones de hombres
casados, porque su generalización destruiría el celibato. Nos escandalizan los pretendidos matrimonios
homosexuales, la música popular en la Misa, la protestantización del culto, los
sacerdotes que no creen en la transubstanciación y engañan a la grey que la
Iglesia les ha confiado.
El escándalo no será novedad, pero no deja de
ser escándalo. Tampoco el pecado es
novedad y no deja de ser pecado. Nos
escandaliza que el propio arzobispo de Arequipa persiga a un sacerdote porque
continúa diciendo la Misa Tridentina, canonizada para siempre por San Pío
V. Nos escandaliza, que a ese sacerdote
usted, monseñor, le ofrezca dinero para que se confeccione un saco-pantalón
protestante y se despoje de la sotana que el Papa Juan Pablo II ha pedido ¡ya
no ordena! Que se restablezca en todo el mundo.
Y que usted, excelencia, le prohíba a ese sacerdote rezar con los fieles
el Santo rosario en el pasaje de Santa Rosa, de Arequipa. Nos escandaliza que se alteren las palabras
de la consagración. Y se suprima el
“mysterium fidei” en la fórmula consagratoria del vino en Sangre de Cristo y se
cambie el “Sangre que será derramada por vosotros y por muchos”, como está
contenido en el Depósito de la fe, para imponer “que será derramada por todos”
contradiciendo el Misal Canonizado y soslayando la explicación del Catecismo de
Trento, según lo escucharemos en el comentario de la Sexta Palabra. Pero sobre todo nos escandalizan los malos
sacerdotes.
Cristo tiene sed de sacerdotes, de sacrificadores,
de santificadores, todos unidos con Él, obedientes a sus leyes y a las
definiciones infalibles de sus vicarios. ¿Qué podemos hacer los seglares para la calmar la sed de Cristo? Hay un remedio para esa sed. Y ese remedio lo podemos administrar nosotros,
aún los más humildes y desamparados. Ese
remedio es la oración. La oración calma
la sed de Cristo, la oración mitiga su dolor, la oración reaviva su
misericordia y su amor. De ahí la
importancia de la vida contemplativa, tan marginada por el tiempo fáustico que
nos toca vivir. Ante el desmoronamiento
de una civilización, víctima del liberalismo (“cada uno con su religión, cada
uno con su moral”) y del materialismo (universo sin sobrevida, sin nada después
de la muerte), es preciso dar lugar a la vida contemplativa. El que reza hace mucho más que el que
trabaja. Pero ¿cómo podemos lograr esto?
Vivimos en el tráfago de una batalla espiritual y material, no es un monasterio
donde las horas se desgranan ente Laudes
de la aurora, Prima a los rayos del
sol, Tercia antes de la Misa, Sexta
con el sol en el cenit (Vos coronáis la
mañana de esplendor y de fuego el mediodía), Nona en la declinación, Vísperas
al caer la tarde y Completas antes
de que la luz se vaya. Y en el correr de
la noche la seráfica interrupción de los Maitines. No. Para orar, hermanos, hay muchas
circunstancias en el día, en la calle, viajando, aguardando, antes de probar
alimentos, en el silencio de la fresca madrugada, en la soledad de la noche,
cuando amenguan las pasiones y nos reencontramos con nosotros.
Por lo demás, claro que hay tiempo para orar
si le restamos al programa tonto de una película de violencia, a la trama de un
peculado, a la copa de licor y al comentario malévolo.
En los países de mayor prosperidad, con
breves jornadas de trabajo, ha sido necesario inventar la industria del ocio y
las vacaciones útiles. Y entre los
menesterosos, los desocupados u ocupados a medias, sobra el tiempo para
rezar. En épocas pretéritas las
cofradías recitaban mil padrenuestros y quinientas mil avemarías por algún buen
motivo. Ahora la crisis de la iglesia y
los horrores del mundo exigen de todos una sola y permanente actitud de
oración. Entre el ruido de las máquinas, el fragor de las batallas, la
estridencia de la música satánica y la
desolación del pecado, la aridez del espíritu y la venturosa comunión con la
Verdad, en guerra o en paz, con dolor o alegría, recemos, hermanos, recemos
concentrados en nuestra plegaria, hablémosle a Dios que siempre tiene tiempo
para escucharnos. Y calmemos la sed de
Cristo.
Sexta Palabra
“TODO ESTÁ
CONSUMADO”
La muerte se
aproximaba entre las sombras que cubrían la tierra. El suelo comenzaba a temblar. Vientos y estremecimientos acompañaban esos
últimos instantes de la Pasión. Reviven
en nosotros las palabras admonitorias del Libro de Job : “¿Has cogido con tus
manos los polos de la tierra y sacudido, a fin de limpiar y expeler de ella a
los impíos?” (Job 38). Terremotos y
diluvios, erupciones, tempestades y eclipses, tienen causas eficientes que los
científicos pueden explicar. Pero esos
fenómenos acatan una causa suprema que la Voluntad Divina. Y ésta no la pueden entender y mucho menos
explicar. Y como no lo pueden
hacer, algunos se atreven a negarla. Pero cómo sería, hermanos. Ese cuadro
rugiente y ensombrecido de la naturaleza, que los maldicientes que rodeaban la
Cruz sintieron que una mano poderosa les estrujaba el corazón en señal de
arrepentimiento.
Jesús se
siente desfallecer. Espiritualmente está
intacto. Físicamente, destruido. Tiene la convicción de que todo ha terminado. El Espíritu Santo, Elí, Elí…, no permitirá
que continúe el sufrimiento más allá de lo necesario. Sólo resta morir. La ofensa a Dios está reparada. Cristo sabe que ha llegado el momento de
exhalar el último suspiro. Y sentencia :
“Todo está consumado”. Es una
trayectoria personal, del Dios Hijo.
Alfa y Omega, principio y fin de una empresa divina. Entrando Jesucristo en el mundo dirigió al
Padre sus primeras palabras : “He aquí que vengo, oh mi dios, a hacer tu voluntad”
(Heb. X, 10). Y ahora exclama : “¡Todo está consumado!”(Juan, XIX, 30).
Tenemos el
patente convencimiento de que la Encarnación culmina en la Redención del género
humano. Entre un misterio y otro, nos
hallamos con una realidad extraordinaria : el Supremo Sacrificio. Nuestro Señor Jesucristo realiza su misión
redentora mediante el sacrificio de Sí mismo.
Vayan viendo, hermanos, la importancia que encierra esta palabra :
sacrificio. Sin el sacrificio de Jesús
no tendríamos el perdón del pecado original.
Sin su sacrificio no estaríamos salvos.
Gracias al sacrificio el perdón abre las puertas de la auténtica
felicidad, la eterna, la felicidad que nos da Dios. Todas las riquezas y placeres del mundo no
pueden comparársele. Nada, en
definitiva, posee semejante virtualidad.
La Sexta Palabra de Cristo en la Cruz significa que el sacrificio está
consumado, es decir que nuestra redención es un hecho.
De inmediato
nos asalta una pregunta : ¿Merecemos esa redención? ¿Qué hemos hecho para
ganarla? ¿Cómo hacernos dignos de ella?
La gratuidad de la redención se explica por la misericordia infinita de
Dios, porque si nos atenemos a nuestras pobres acciones ¿cómo podríamos merecerla? Pero la misericordia, hermanos, la
misericordia de Dios, exige el cumplimiento de su Ley expresada en el Decálogo,
desarrollada en las bienaventuranzas, enseñada por los Apóstoles y explicitada
por el Supremo Magisterio de la Iglesia mediante el cual el Espíritu Santo fija
normas de verdad y salvación. Para
decirlo en lenguaje corriente : ¡que suerte tenemos, hermanos! Sabemos a
ciencia cierta lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, para merecer la
salvación eterna. Claro que no es
propiamente “suerte” sino la voluntad de Dios.
Y bien,
Nuestro Señor Jesucristo instituyó en la noche del Jueves Santo la ceremonia
litúrgica de su Santo Sacrificio y lo dejó como su más preciado legado. “Sacrificio visible según requiere la
condición de los hombre”, como muy acertadamente explica el Concilio de
Trento. La Santa misa es un sacrificio
perfecto. Por eso nada puede
comparársele. Cristo no sólo se
sacrifica en Calvario sino que, además, nos deja instituida la Santa Misa como
continuación de su sacrificio mediante
un milagro más grande que la creación del mundo : la transubstanciación del pan
y del vino en el Cuerpo y Sangre del Salvador.
¿Para qué lo hace? Para que
podemos santificarnos en la comunión real y sustancial de su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, aplicando “su saludable virtud a la remisión de los pecados
que cotidianamente cometemos” (Trento, Sesión XX). Y para que permanezca su memoria hasta el fin
del mundo.
¿Es cierto
que la Misa es tan importante para la iglesia que sin ella ésta moriría? No tenemos que esforzarnos en componer una
respuesta, porque está clara en las palabras de Nuestro Señor : “si no
comiéreis la carne del Hijo del Hombre, y no bebiéreis su sangre, no tendréis
vida en vosotros. Quien come mi carne y
bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne verdaderamente es comida, y
mi sangre es verdaderamente bebida.
Quien come mi carne y bebe mi sangre, en Mí mora y Yo en él”. (Juan, VI, 54 a 57). ¡Católicos! Hay obligación grave de comulgar para
salvarse.
Así, pues,
la Misa es el Santo Sacrificio. No tiene
otro significado. “Sacrificio” es la
palabra clave, el santo y señal de nuestra salvación. Para eso Nuestro Señor estableció la
Eucaristía. Para que el Sacrificio del
Calvario no sea un hecho simplemente histórico, aunque trascendente, sino permanente,
que convierta la Redención es una realidad de todos los días, donde quiera que un sacrificador y
santificador como el propio Jesucristo, es decir un sacerdote católico realice
el sagrado rito codificado y canonizado para siempre, en forma infalible, por
San Pío V, vale decir por el propio Espíritu Santo. Rito que es el tradicional, no inventado por
el Papa o el Concilio de Trento, sino establecido en lo esencial por
Jesucristo, complementado por los discípulos hasta encontrar en el
Sacramentario Gregoriano una forma ajustada a su esencia, y con la prometida
asistencia del Espíritu Santo. Nos
estamos remontando al siglo IV, hermanos.
Y más lejos aún : a la última cena del Señor.
Solemos
aproximarnos al sacrificio de la Misa mediante la Primera Comunión. Acontecimiento en la vida de cada
cristiano. Es el encuentro personal con
Nuestro Señor. La unión plena,
espiritual y material. No es lo mismo
que nos hablen de uno de nuestros abuelos que, siendo padres de nuestros
padres, son dos veces nuestros, que conocerlos, abrazarlos, tocar su rostro
surcado, sentir sus lágrimas de emoción apretarnos contra su pecho para
escuchar el esforzado bogar de su viejo corazón. Y, sin embargo, nada de este ejemplo puede compararse
con el encuentro de nuestra Primera Comunión : ¡recibir a Dios! ¡Vivir en
Él! Nada se alza sobre esta sublime
realidad. Por eso el día de la Primera
Comunión es el día más feliz en la vida de todo buen cristiano. Porque es el encuentro con Dios, en Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad. Desde luego
esto exige preparación cuidadosa, buen dominio del catecismo, prácticas
piadosas, ¡ejemplos! Comprensión de las cosas esenciales en la religión
católica, disposición no sólo a estudiar sino a vivir el catecismo. Y, muy claramente, sentido de sacrificio. Idea y voluntad de sacrificio : “Renuncio a
Satanás, a sus pompas y a sus obras”. Se
dice fácil. Pero Satanás es tan real y
tan eficaz en sus maniobras que sólo de la mano de Dios, manteniéndonos niños
de espíritu, podremos recorrer el camino de salvación. Lo sabemos los adultos por las tristes
experiencias de tantas caídas. ¡Ah, si pudiésemos hacer de nuestra vida la
prolongación de un solo día, el de nuestra primera comunión, qué cerca
estaríamos de la felicidad eterna!
Permitidme,
hermanos, que formule un recuerdo personal de mi primera comunión : la Iglesia
de San Pedro, tan hermosa, inundada de luz, de flores, de música… El resonar
del órgano a veces nos hacía vibrar el plexo.
¡Qué espléndida ceremonia! Las
voces e latín, los cánticos fervorosos… el impresionante silencio de la
consagración y las rúbricas apuntadas por el tintineo de las campanitas… la
elevación… El riquísimo altar refulgía tras las pasajeras volutas perfumadas
del incienso. El canto gregoriano elevaba
luego los espíritus hasta altitudes celestiales. Y aquí, en mi pecho ¡Dios! El diálogo inefable e íntimo, las cuitas
candorosas, la ofrenda de los buenos propósitos, la bienandanza de los demás…
La noche
anterior yo me habría sentido prácticamente ente los ángeles, aguardando el
momento sublime de recibir a Nuestro Señor.
Y en la mañana muy temprano, al caminar por la calle lluviosa con los
zapatos de charol reluciendo sobre las aceras, ¡mis zapatos nuevos!, tenía la
sensación de que subía al cielo. Mi
distintivo era, claro está, el lazo de la primera comunión, brazalete bordado
en blanco, insignia del ejército de Dios.
Yo era como un legionario infantil llevando mi corazón en la mano para
ofrendarlo a Jesús. Estaba consciente de
que marchaba hacia el Santo Sacrificio de la Misa. Después repartiría gozoso mis estampas, pero
eso sólo llegaría tras el sacrificio.
Ciertamente, estaba bien preparado.
¡Gracias a Dios y a los santos sacerdotes y hermanos que me ayudaron en
tan noble propósito!
Pasaron los
años. Volví medio siglo después, en la
misma fecha : 16 de Julio. Entré a la
Iglesia reviviendo el suceso de mi vida.
Estaba obscura, casi vacía, triste.
Me arrodillé en el mismo lugar de cincuenta años atrás. Y esperé a ver si llegaba algunos de mis
compañero… ¡Éramos tantos! A lo mejor a
alguno se le ocurría también volver a San Pedro un 16 de Julio. Siquiera por cumplirse las Bodas de Oro de
nuestra primera comunión. No llegó
ninguno. Desconcertado me acerqué al
confesionario y le conté todo esto al sacerdote que allí aguardaba leyendo su
Breviario. Me felicitó. Nos estrechamos la mano. Y se lo agradecí muy de veras. Pero yo quería revivir mi primera comunión…
al cabo encendieron unas pocas luces, el sacristán puso fuego a un par de cirios. Y me retiré desilusionado. ¿Y la Misa? Me preguntarán ustedes, hermanos
en Cristo. Ah, la Misa… No, no podía
quedarme. Sabía que aquello no era la
Santa Misa, el Santo Sacrificio de mi primera comunión. Porque la Misa… la Misa también la cambiaron…
Ahora se interpone, es la palabra, el Novus Ordo Missae, este rito ambiguo
facturado a raíz del Concilio Vaticano
II, por una Comisión de peritis que contó con la “asesoría” ejecutiva de un
talmudista judío llamado Jeremías y seis pastores protestantes, luteranos,
anglicanos y calvinistas, Georde, Jaspers, Shepard, Konneth, Smith y Max
Thurián de la Comunidad de Taizé.
Utilizaron el nombre de “observadores”, pero participaron muy
activamente, según lo confirmó el arzobispo de Washington D.C., el ahora cardenal
Baum, en el curso de una entrevista concedida al Detroit News del 27 de Junio
de 1967. Una Misa nueva, distinta, sobre
cuya validez lo menos que podemos decir es que hay fundadas dudas… Tal como lo
dijeron los eminentísimos cardenales Ottaviani y Bacci en su Breve Examen
Crítico del Novus Ordo Missae, “si se
consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas,
que aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en
conjunto y en detalle, de la Teología Católica de la Misa”.
Cuando años
después, hace poco tiempo, llegó el momento de que mis nietos hiciesen su
primera comunión, busqué entre mis recuerdos el lazo que usé en la mañana
lluviosa de ese 16 de Julio de 1930, para que lo llevara Sergio, Felipe o
Julián. Pero, “eso” ya no se usa… Mi
insignia de legionario de Cristo volvió a su desvencijada caja de cartón. Y sentí, como no, una pena infinita. El lazo es un símbolo, nada más, quizás el
único que le pediré a mis deudos que pongan conmigo el día que marche… junto
con mi cruz, mi rosario y mis detentes.
Pero la Misa… Imposible aceptar esa escena. Nunca he asistido a la primera comunión de
mis nietos. Simplemente porque no
fue. Y no fue, contra lo que digan los
sabios en la materia, porque para que se realice el milagro de la
Transubstanciación son requisitos esenciales establecidos por Cristo : a)
celebrante válidamente ordenado; b) intención de realizar la consagración, es
decir, de que se realice el milagro de la Transubstanciación; c) materia : pan
de trigo y vino de uva; y d) forma apropiada.
Según el Concilio de Trento, nadie, ni aún la iglesia misma, puede
alterar estos requisitos. (Sesión XXI).
¿Y qué ha
pasado? Para ser breve aunque no
completo, que la iglesia pos-conciliar ha modificado el cuarto requisito. Ésto es tan grave que en el capítulo “De
deffectibus ocurrentibus in celebratione missarum” del antiguo y verdadero
Misal, se leía : “…las palabras de la consagración, que son forma de este sacramento
son éstas : HOC EST ENIM CORPUS MEUN. Y: HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS MEI, NOVI
ET AFTERNI TESTAMENTI : MYSTERIUM FIDEI : QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS
EFFUNDETUR IN REMISSION PECCATORUM. Si
alguien, pues, disminuyere o cambiare algo dela forma de la consagración del
Cuerpo y de la Sangre, y en dicho cambio las palabras no significaren lo mismo,
no consagraría. “NON CONFICERET
SACRAMENTUM” No habría sacramento.
El Novus
Ordo Missae suprimió el “Misterium fidei” de la fórmula consagratoria. Y lo trasladó a otra oración de la Misa. Esto
en el original en latín. Lo cual ya es
bastante. Si nos atenemos a la Bula Quo Primum Tempore : “nada hay que
añadir, quitar o modificar, nunca, por ningún motivo”. Pero la maniobra desacralizadora se
complementó al prohibirse la Misa en latín, inclusive para el Novus Ordo. Y aparecer las traducciones al vernáculo con
modificaciones adicionales que agravan la invalidez. Así, por ejemplo, en la consagración del vino
en Sangre en vez del “por vosotros y por muchos para la remisión de los
pecados” se hace decir “por todos los hombres para el perdón de los
pecados”. Entre “por muchos” y el “por
todos los hombres” hay un abismo conceptual.
El Catecismo Romano mandado publicar por San Pío V es muy esclarecedor :
“Respecto a las palabras que se añaden, pro vobis et pro multis, las primeras
están tomadas de San Lucas y las otras de San Mateo; pero que las juntó la
iglesia, instruida por el Espíritu Santo.
Y están apropiadas para manifestar el fruto y las ventajas de la Pasión. Porque si atendemos a su valor, habrá que reconocer que el Salvador derramó
su Sangre por la salvación de todos; pero si nos fijamos en el fruto que de
ella sacan los hombres, fácilmente comprenderemos que su utilidad no se
extiende a todos, sino únicamente a muchos.
Luego cuando dijo pro vobis,
dio a entender o a los que estaban presentes o a los escogidos del pueblo
judío, cuáles eran sus discípulos, excepto Judas, con los que estaba
hablando. Y cuando añadió pro multis,
quiso que se entendieran los demás elegidos de entre los judíos o de los
gentiles. Perfectamente, pues, obró no
diciendo por todos, ya que entonces sólo hablaba de los frutos de su Pasión, la
cual sólo para los escogidos produce frutos de salvación” (Parte II, Cap. IV, No. 24).
El Canon,
señores, comprende la Consagración. Es parte invariable de la Misa, porque
“consta de las mismas palabras del Señor y de las tradiciones de los Apóstoles,
así como de los piadosos estatutos de Santos Pontífices”. Y de allí que el Concilio de Trento sostuvo :
“Si alguno dijera que el Canon dela Misa tiene errores, y que por esta causa se
debe abrogar, sea excomulgado”.
Y el Canon
ha sido convertido en una herramienta de ecumenismo transigente. Como para los protestantes la Misa no es
sacrificio, pues la Iglesia de hoy ha inventado 45 fórmulas de Canon,
intercambiables, unas más cercanas a la Verdad, otras totalmente alejadas de
ella. El oficiante puede elegir entre
esas herramientas para componer su Misa ambigua. Por algo el “observador” hermano Turián,
calvinista, considera que ahora sí ellos pueden asistir al rito católico.
La Iglesia
no ha derogado la Misa de siempre. No lo puede hacer. Está canonizada. Pero de hecho prohíbe su empleo y persigue a
los sacerdotes que intentan conservarla, pese al indulto que la Bula Quo Primum
Tempore concedió a quienes le fueran fieles continuadores de tan excelsa
tradición. Ahora bien, si el cambio de
palabras vicia el sacramento, ¿mis nietos han hecho de veras su primera
comunión? Tengo la esperanza, hermanos,
de que algún día la Conferencia Episcopal del Perú, esta democrática asociación
de prelados, autorice a algún sacerdote tradicionalista el oficio de la Misa de
siempre. Entonces llevaré de la mano a
mis nietos y como en la lejana mañana lluviosa en que llegué al altar de San
Pedro para recibir al Señor, volveré con los míos para recibir a Jesucristo en
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Entonces moriré tranquilo. Y podré decir en la modestia de mi tarea
confesional : Todo está consumado.
Séptima Palabra
“EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI
ESPÍRITU”
Lo dice Lucas, discípulo y amigo de Pablo,
alabado en toda la Iglesia por su evangelio.
San Lucas complementa las versiones de San Mateo, San Marcos y San
Juan. Y tiene el privilegio de recoger
las últimas palabras brotadas de los labios del Salvador en el momento mismo de
entregar su alma a Dios. Coinciden los
evangelistas en el clamor grande, el grito, la voz potente de Cristo antes de
expirar. Cuando ya todo estaba consumado
era llegada la hora de dar el gran salto a la muerte. Y Jesús reuniendo sus energía lanzó,
vibrante, el último de sus mensajes en ese instante supremo : el mensaje del
espíritu.
La frase de Cristo es una oración y un
testamento. También un ejemplo. Se dirige al padre y le pide por su
alma. Otra vez, hermanos, nos hallamos
ante la importancia, ya mencionada, de la oración. Lo admirable es que no solamente Cristo puede
dirigirse al Padre y hablarle directamente sino que, por la misericordia
divina, nosotros podemos hacerlo de la misma manera. ¿Se han puesto ustedes a pensar, hermanos, en
lo maravillosa que es esta facultad de comunicarnos con Dios en cualquier
momento? Intenten hacer lo mismo con alguna de autoridades humanas de cualquier
lugar. Es casi seguro que, salvo alguna
especial vinculación familiar o singular que confirme la regla, no les será
fácil que esas autoridades los atiendan.
Mucho menos cuando ustedes quieran.
Y en algunos casos bordearán el maltrato o la burla ajenos, por sólo el
atrevimiento de querer hablar con un hombre poderoso en este mundo deleznable. Y, sin embargo, Dios atiende de inmediato a
toda persona que desea transmitirle su aflicción o su amor. Porque Dios está siempre disponible para los
hombres de buena voluntad.
No, aquí no es cosa de un teléfono rojo para
decidir si se ejecuta o se difiere el holocausto nuclear. Nuestro teléfono es en todo caso celeste como
el cielo, si se le quiere dar un color.
Y los santos y las criaturas angélicas encabezadas por María Virgen se
encargan de mantener abiertas nuestras comunicaciones con Dios. Lo menos que podemos hacer, si la soberbia o
la ignorancia o enturbia nuestro juicio, es utilizar esta forma de
diálogo. Y hablar con Dios. Porque les informo hermanos, es un dato positivo,
seguro y veraz: Él está esperando nuestra oración. No lo hagamos esperar más. Y tengamos presente su promesa : “Pedid y se
os dará”.
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”.
Es la última voluntad del Redentor, su legado final para el hombre
redimido. No se trata de una Escritura
Testamentaria, larga y frondosa como aquellas que nuestros Notarios recogen con
formalidad de instrumento público. Aquí,
en la cubre del Calvario,
es simplemente un grito de espiritualidad que comporta un inestimable tesoro
para los hombres tentados por el materialismo.
Si nosotros no tuviésemos alma ¿creen ustedes, por ventura, que el Hijo
de Dios hecho hombre iba a perder su última oportunidad en encomendar al Padre
algo que no existe? Cristo nos está
demostrando que el hombre es unión de alma y cuerpo, espíritu y materia, y que,
por consiguiente, todas las doctrinas que reducen la concepción del hombre a
una realidad material, con su correspondiente generación espontánea, anda por
la antípoda de la Verdad revelada. ¿Por
la antípoda hemos dicho? Pues entonces
ya estamos en el campo minado de la ideología marxista.
Hay personas que suponen –y suponen mal- que
la Iglesia o los católicos, no debemos enjuiciar al marxismo porque eso es
hacer política. Y tanto más ahora,
cuando el marxismo vertido por todos los cauces de la comunicación humana, se
expande con rapidez por el mundo. Es al
revés, hermanos. “La política ha tocado
al altar” según Pío XI. El marxismo hace religión, invade los predios de Dios para
atacar a la Iglesia, opio del pueblo, unas veces mediante la persecución, otras
mediante la infiltración. Nosotros
podríamos, si tuviésemos tiempo, leer los nombres de los altos prelados
católicos asesinados, torturados o encarcelados en las diversas revoluciones
comunistas, pero excederíamos largamente el lapso previsto para este comentario. Sólo a manera de ejemplo y homenaje
mencionaremos al cardenal Luis Stepínac, arzobispo metropolitano de Zágreb;
Monseñor José Béran, arzobispo metropolitano de Praga; Monseñor Alejandro
Císar, arzobispo metropolitano de Bucarest; Monseñor José Grosz, arzobispo de
Kolocsa; Monseñor Ignacio P’I-Shu-Shi, arzobispo de Mukden; Monseñor Jorge
Vólaj, obispo de Sappia (Albania); Monseñor Josafat Kocilowski, obispo de
Ucrania; Monseñor Domínico Luca Capozzi, arzobispo metropolitano de Taiyuán
(China); cardenal Tien Kan Hsin, arzobispo metropolitano de Pekín; Monseñor
Juan Sáric, arzobispo de Sarajevo (Croacia); cardenal Wysynski, arzobispo
metropolitano y primado de Polonia; cardenal Jozsef Mindszentry, arzobispo de
Esztergón y primado de Hungría y monseñor Cruz Laplana, uno de los trece
obispos asesinados por los rojos en España.
Como Cristo nuestro Salvador, en el Calvario éstos mártires del siglo XX encomendaron su espíritu a
Dios.
Pero el marxismo también tiene prevista la
infiltración en la Iglesia. Esto no hace
mártires sino traidores. Y es, debemos
confesarlo, una trágica realidad. Porque
la regla de oro de los comunistas consiste en revolucionar según las
condiciones objetivas. Todos sus
procedimientos tienen, sin embargo, una sola fuente doctrinaria. Y ella se condensa en la fórmula de Carlos Marx : “la crítica de la religión es la condición de toda
crítica”. Lo primero ha de ser destruir
a la religión. Y para tal cosa Marx declara con énfasis : “Yo soy
materialista”, lo que se traduce en “yo no soy como cristo ni tenemos ningún
espíritu que encomendar a nadie”. Pero
no contento con su autodefinición, este Anticristo agrega un factor importante
: la acción. “Los
filósofos, según él, no han hecho más que interpretar al mundo de diversas
maneras. Lo que importa es transformarlo”. ¿Cómo?
Mediante la lucha. “Nuestra
doctrina –dicen Marx y Engels- no es dogma sino guía para la acción”.
Vemos entonces que el marxismo gira en torno
a la destrucción de la religión, Y pone
en ese sentido especial énfasis en la Iglesia Católica. No en vano Carlos Marx pertenece al pueblo
deicida, nos referimos no a todos los judíos, sino a aquellos empeñados en
negar a Cristo y a su Iglesia. El
enemigo se esconde bajo muchos ropajes, también diríamos que bajo el hábito de
algunos clérigos, si no fuera porque los clérigos, salvo los tradicionalistas,
ya no usan hábito en abierta desobediencia al Papa. Donde en realidad se esconde el marxismo es
en la conciencia desvalida del homo
religiosus tras la acción depredadora del liberalismo, el modernismo y el
temporalismo. Los católicos progresistas
hacen entonces su aparición. El progresismo –bueno es advertirlo- es un seguro
indicio de marxismo, porque constituye la tercera ley del método
dialéctico. Los católicos progresistas
tienen el estricto deber de llevar la lucha ideológica al interior del campo
católico. No lo decimos nosotros. Lo sostiene el polaco Micewski, que tiene
porque saberlo, pues es marxista.
Lénin ahondó el esfuerzo de Marx. Y muy directamente sostuvo lo siguiente : “El
marxismo es el materialismo. Como tal,
es tan despiadado para la religión como el materialismo de los enciclopedistas
del siglo XVIII o el de Feuerbach.
Debemos combatir a la religión.
Es el ABC de todo materialismo y por consiguiente del marxismo”. Pero rechazó al mismo tiempo la ciega
aplicación del marxismo-leninismo sin considerar la realidad. En otras palabras, condenó el dogmatismo
revolucionario y, recordando el caballo de Troya, señaló que se debe trabajar
en la sovietización gradual de la Iglesia “haciendo
entrar un contenido nuevo en las formas antiguas”. Esto último explica muchas cosas, demasiadas
cosas… como, por ejemplo, el propagandístico restablecimiento del falso y
sumiso clero ortodoxo por Stalin, o las lágrimas de Juan XXIII en el
consistorio de 1958 : “Resulta ¡ay! Que
sacerdotes, temiendo más las imposiciones de los hombres que los sagrados
juicios de Dios, cedieron a las órdenes de los perseguidores y llegaron inclusive
a aceptar una consagración episcopal sacrílega…” También explica la política de distensión de
la Secretaría de Estado del Vaticano, la teología de la liberación y el
compromiso de sacerdotes y laicos en “Cristianos por el socialismo”.
Hermanos, ya se ve que el marxismo declaró la
guerra a la religión. La Iglesia se ha
defendido. Es su deber
insoslayable. Y ha condenado al marxismo.
A la Alianza de los Comunistas de Londres
siguió en 1846, la encíclica Qui
Pluribus, del Papa Pío IX, sobre la “la nefanda doctrina del comunismo
contraria al derecho natural”.
Al manifiesto comunista de 1848, redactado
por Marx y Engels, el mismo Santo Pontífice enfrentó su Notis et Nobiscum : “si
los fieles, menospreciando los paternales avisos de sus pastores y los
preceptos de la Ley Cristiana… se dejasen engañar por lo jefes de esa modernas
maquinaciones y quisieren conspirar con ellos en sus perversos sistemas del
SOCIALISMO y COMUNISMO, sepan y ponderen seriamente, que están acumulando para
sí ante el Divino Juez, tesoros de ira para el día de la venganza”.
Fundada la Primera Internacional en la
Taberna de los Masones de Londres, en 1864, Pío IX expidió su famosa encíclica Quanta
cura, en ese mismo año, y promulgó el Syllabus, en cuyo punto 9 se lee :
“SOCIALISMO, COMUNISMO, Sociedades Secretas, Sociedades Bíblicas, Sociedades
Clérico-liberales. Estas doctrinas pestilenciales han sido condenadas con
frecuencia por sentencias concebidas en los términos más graves”.
La lucha del materialismo comunista mereció
de León XIII la encíclica Quod
Apostólici de 1878 condenando enérgicamente “la peste del SOCIALISMO”. Y la
admirable Humanum Genus en la cual sostuvo con valor que “…esta mudanza y
trastrono es lo que muy de pensado maquinan y ostentan de consumo muchas
sociedades de COMUNISTAS Y SOCIALISTAS… A cuyos designios no podrá decirse
ajena la secta de los masones, como que favorece en gran manera sus intentos y
conviene con ella”*[1]. Eran los tiempos de la II Internacional que
ahora ha revivido bajo ropajes social demócratas.
La bolchevización
de Rusia recibió en 1931 la reconvención de Pío XI en su encíclica
Cuadragesimo Anno : “El socialismo, si sigue siendo verdaderamente socialismo,
es incompatible con los dogmas de la Iglesia Católica; ya que su manera de
concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana. Socialismo religioso o socialismo cristiano
son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y
socialista verdadero”.
Y mientras Trotsky fundaba la IV
Internacional Pío XI expedía e 1937 el documento clave y definitivo para
enjuiciar al marxismo, la encíclica Divini Redemptoris –“El comunismo es
intrínsecamente perverso”- de cuya condena los malos católicos de hoy no saben
ya donde esconderse, como Caín, y sólo atinan a decir que Pío XI está superado…
Todas las maniobras del materialismo
soviético antes, durante y después de la II Guerra Mundial, estuvieron
contradichas por el augusto Pontífice Pío XII, a quien los enemigos de Cristo
le han hecho el inicuo homenaje de la calumnia.
Escuchemos sus palabras : Mensaje de Navidad de 1942 : “la Iglesia ha condenado los diversos
sistemas del socialismo marxista y ella los condena aún hoy conforme a su
deber…” Mensaje de Navidad de 1949 :
“…se ha tirado una línea de separación
entre la fe cristiana y el comunismo ateo que ningún católico debe franquear”. Mensaje de Navidad de 1955 : “Rechazamos el
comunismo en tanto que sistema social, en virtud de la doctrina
cristiana”. Durante su Pontificado
aprobó, en 1949, el Decreto del Santo Oficio prohibiendo “no solamente la adhesión al comunismo ateo sino también toda actividad
que pueda favorecerlo”.
Al fin llegó al solio pontificio S.S. Juan XXIII, llamado el “Papa
bueno” por los enemigos de la Iglesia y sus cándidos colaboradores, como si los
anteriores hubiesen sido Papas malos. Veían en su
ancha figura la puerta abierta para el liberalismo. Quizá fue así, pero cualquiera que sea la
opinión que recaiga sobre su breve pontificado, nos interesa ahora destacar que
ese “Papa bueno” aprobó plenamente, el jueves 2 de abril de 1959, el texto que
le presentó el Cardenal Prosecretario del Santo Oficio : “Se ha preguntado a esta suprema sagrada congregación si, en las
elecciones de los representantes del pueblo, está permitido a los ciudadanos
católicos dar sus votos a los partidos o a los candidatos que, aunque no
profesen principios en oposición con la doctrina católica o que se atribuyen
inclusive la calificación de cristianos, se unen sin embargo en la práctica a
los comunistas y los favorecen en su acción.
El miércoles 25 de Marzo de 1959 los Eminentísimos y Reverendísimos
Cardenales encargados de la defensa de la fe y de las costumbres han decretado que
se debía responder NEGATIVAMENTE según el decreto del Santo Oficio del 1° de
Julio de 1949”.
Juan XXIII expidió pocos meses más tarde su
encíclica Ad Petri Cátheram donde
dejó claramente establecido que aquellos que quieran conservar el nombre de
cristianos “tienen el muy grave deber de conciencia de mantenerse absolutamente
al margen de estas doctrinas engañosas que nuestros predecesores,
particularmente Pío XI y Pío XII han reprobado y que Nos reprobamos
nuevamente”.
Entre los artilugios del marxismo para
disimular su agresividad se encuentra la de emplear cada vez menos el término
comunista sustituyéndolo por un cofre de afeites y caretas. Y así los marxistas infiltrados en la
Iglesia intentan hacer creer a los incautos que es en algún grado compatible el
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” de Cristo en la Cruz, con el “Yo soy materialista” de Marx clavado en su soberbia. Y bien, hermanos, ¿qué cabe hacer frente a la
onda expansiva del comunismo? ¿Cuál es nuestra misión como católicos? Comencemos
por admitir que la Iglesia, como ha dicho Cornelio Fabro, se encuentra en
situación de emergencia. La alegría
eclesial se ha transformado en fatiga, aridez, inseguridad e indiferencia. Es el resultado de la autodemolición
perpetrada por el liberalismo, el modernismo y el progresismo. Los católicos estamos encomendando nuestro
espíritu pero no se sabe a quién. Sin
duda, lo primero que debemos hacer es convertirnos. Sí, convertirnos al catolicismo auténtico, al
eterno, fundado en el dogma y la tradición, y fiel al magisterio de la
Iglesia. Nos hemos apartado en diverso
grado y debemos retornar, sacerdotes y laicos.
Mientras la Teología se mantuvo en sus límites teocéntricos, el marxismo no
pudo infiltrarla sino atacarla. Pero en
cuanto se ha convertido en antropocéntrica y sociológica, el marxismo la ha
contaminado y, fomentando su división, no ha vacilado ya en mostrarse
descaradamente como en Puebla, donde teólogos marxistoides sesionaban en los
altos del número 112 del Portal de Morelos, paralelamente a Juan Pablo II y la
CELAM. Altas autoridades eclesiásticas
desgraciadamente han caído a veces en las trampas del marxismo. Así se explica que en Puebla y a partir de
Puebla se haya aceptado que hay “estructuras de pecado” en Latinoamérica. Creíamos que el pecado respondía a la libre
determinación de cada persona porque, como la ha repetido el Magisterio de la
Iglesia, sólo el hombre posee razón, libertad y responsabilidad por sus
actos. La socialización del pecado que
los curas rojos pretenden descubrir en Hispanoamérica, y no alcanzan a
descubrir en los países comunistas, es un concepto o un análisis absolutamente
marxista, incompatible con la doctrina católica. Pero propiciado por los malos católicos que
sustentan la Teología de la Liberación y la Teología
de la Violencia. Aceptar este
análisis marxista implica negar la misión espiritual de la Iglesia, cuyo
objetivo es la cura del alma para que el hombre, transformado por la Gracia de
Dios, transforme a su vez la sociedad en que vive. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por
añadidura”.
El Episcopado peruano expidió el 29 de
Octubre de 1961 una Pastoral Colectiva sobre “Los católicos y la Política” en
el que sostenía: “Los católicos no
pueden apoyar a los partidos ni votar por los candidatos que tengan las tachas
siguientes : 1) Que pertenezcan a organizaciones, partidos o movimientos
condenados por la Iglesia, cual es el comunismo marxistas que en muchos países
escoge diversos nombres para ocultar su organización. 2) Que profesen doctrinas
reprobadas por la Iglesia, contrarias a la Fe y a la moral cristiana, cuales
son el materialismo, el liberalismo, la lucha de clases, el socialismo económico o colectivismo, el
materialismo económico, el evolucionismo científico-técnico y el absolutismo o
socialismo de Estado”.
Esto no tiene nada de particular. Así habló siempre la iglesia, con claridad
meridiana, llamando a las cosas por su nombre.
Recordamos, hermanos, el énfasis
con que hablaba Pío XII. Al escucharlo en el Año Santo de 1950, nos impresionó la vibración de su
lenguaje y la claridad de sus conceptos.
Con un guía así, no era posible extraviarse. Pero luego llegó el “aggiornamento”, le
estilo liberal, la aceptación del mundo, la adaptación a él bajo el engañoso
concepto de que hay que cristianizarlo todo, inclusive al demonio. Y el mismo Episcopado que eran tan enérgico
en 1961, diez años después se adaptaba a la revolución política de corte
izquierdista, haciendo esta triste declaración : “Ante el surgimiento de gobiernos
que buscan implantar en sus países sociedades más jutas y humanas, proponemos
que la Iglesia se comprometa en darles su respaldo, contribuyendo a derribar
prejuicios, reconociendo sus aspiraciones y alentándolas en la búsqueda de su
camino propio hacia una sociedad SOCIALISTA
con contenido humanista y cristiano”.
¡Qué tremenda confusión, hermanos! El socialismo condenado en 1961 se convertía
en el pan del alma en 1971. Por supuesto
que es absurdo propiciar un socialismo converso porque entonces ya no sería
socialismo, o un cristianismo socialista porque ya no sería cristianismo. Pero en 1985, dicho Episcopado vuelve a
cambiar para enseñar que no debe recurrirse a la violencia ni a la lucha de
clases, que todo depende de la concepción del hombre y de la sociedad. Es el nuevo lenguaje de la Iglesia. Un enfoque esquinado, conceptual, difuso, que
dice pero no dice, que afirma pero no aclara, que niega pero no condena, que se
contenta con emitir apreciaciones, pero no más, sin llamar a nada por su
nombre. ¿Qué sabe el fiel cristiano
sobre concepción del hombre y de la sociedad?
En el Perú nada, salvo contadas excepciones de algunos estudiosos de
nivel superior o de dirigentes adoctrinados con verdades a medias. Este es el eco de una de las más increíbles
traiciones en la Iglesia, la perpetrada por los agentes de la “autodemolición”
confesada por Pablo VI, la llamada política de distensión o entendimiento con
los regímenes socialistas, la famosa ostpolitik
de la Secretaría de Estado, la misma que sacrificó al cardenal Mindszenty, y a
miles de sacerdotes auténticamente católicos, para dar paso a un clero formado
en Europa del Este y China con la participación del Estado comunista. Este lenguaje es que recientemente se aplicó
a la Teología de la Liberación, cuyos sostenedores, obispos y teólogos
latinoamericanos y principalmente peruanos, regresaron de Roma satisfechos
porque la tal doctrina pro-marxista no había sido condenada.
Aclaremos, pues, hermanos, la posición de la
Iglesia. No se puede ser buen católico y
socialista verdadero. El socialismo se
disfraza. Y por eso, cualquiera sea su
color, por definición coloca al Estado o a la sociedad sobre el individuo, en
tanto la Iglesia Católica concibe la hombre con un ser trascendente que está
por encima del Estado. El socialismo resulta totalitarista
así se declare demócrata. Y ateo, aunque
propagandísticamente se diga que ser socialista es lo mismo que reafirmarse
cristiano. Contra la verdad no hay propaganda
que valga. Y las condenaciones de Pío XI y Pío XII, incluidas las del Santo Oficio, están en plena
vigencia. No han sido levantadas. El que quiera ser socialista, comunista,
marxista, materialista, dialéctico, determinista, estatista, ateo, que lo sea,
pero que no se diga católico porque eso no es verdad.
Necesitamos en esta hora verdaderamente
crucial responder positivamente al llamado de Dios y acatar su voluntad
testamentaria en la cumbre del Calvario.
Es preciso crear convicciones y ejercitar la fe. Nada de esto es posible sin el amor a la
Tradición, pero ¿qué es la Tradición? Escuchen hermanos, escuchen porque
Jesucristo está muriendo en la Cruz y la Tradición desciende de sus labios. “La Tradiciones la Palabra de Dios no escrita
sino comunicada de viva voz por Jesucristo y por los Apóstoles, transmitida sin
alteración de siglo en siglo por medio de la Iglesia hasta nosotros. A la Tradición hemos de profesar el mismo
respeto que a la palabra de dios contenida en la Sagrada Escritura. Las enseñanzas de la Tradición
se contienen principalmente en los decretos de los Concilios, en los escritos
de los Santos Padres, en los documentos de la Santa Sede y en las palabras y
usos de la Sagrada Liturgia” Lo dice
San Pío X, Papa, en su Catecismo Mayor.
Los protestantes
proclaman “solamente la Escritura”.
Los católicos auténticos defendemos la Tradición
con la misma integridad con que defendemos las Escrituras. Y ambas fuentes nos exigen en este Vienes de
Dolor, FIDELIDAD a Dios, en todo momento, en toda actividad, en toda
circunstancia. Pero cuando todavía no
estaba escrito el Nuevo Testamento, ya había Tradición y la exigencia de creer
en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, en el “Padre en tus manos encomiendo
mi Espíritu”, que exige todavía hoy la conversión del mundo y de la propia
Iglesia. Conversión al cristianismo
auténtico, al tradicional. La Jerarquía
y el Clero deben darnos el ejemplo.
Para que los fieles recobremos interés en las cosas de Dios. Para que el sacrificio de Jesucristo en la
Cruz sea renovado de veras en la Santa Misa, sin concesiones a la herejía
cismáticas y con respeto a la Misa canonizada definitivamente y para siempre
por San Pío V. Para que se recobre la
convicción, ahora diluida en obscuras teorías escatológicas, de que sólo hay
salvación en la Iglesia Católica,
Apostólica y Romana. Repoblando los seminarios y las misiones. Para que la Iglesia recobre sus signos de
mortificación, de abnegación y renuncia.
Para que los sacerdotes sean y vistan como sacerdotes y los fieles con
un poco de mayor pudor y respeto. Para
que se ponga fin a las licencias “arqueológicas” de la comunión en la mano que
sólo es admisible si se ofrece pan y no el cuerpo de Cristo. Para que el Espíritu Santo vuelva a reinar
plenamente y tengamos la alegría de luchar contra todas las formas de pecado,
encabezados por nuestros obispos, cerrando el paso a la heterodoxia, haciendo
misiones, ganando conciencias con oración y ayuno, como aconsejaba Jesucristo
para lanzar los demonios. Y al fin, para
que recuperada la plenitud espiritual de la iglesia, podamos todos, con nuestro
papa, nuestros obispos, nuestros sacerdotes, nuestros hermanos laicos, repetir
ante la magnitud de nuestra redención la frase del centurión al pie de la Cruz
: “Verdaderamente que este hombre era Hijo de Dios”. Amén.
“Si algún día
consagro obispo no lo haré nunca con intención de crear una iglesia
paralela”. “NI HEREJES NI CISMÁTICOS”.
Mons.
Lefebvre
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