AL PIE DE LA CRUZ : ASISTIENDO A LA SACRÍLEGA DEMOLICIÓN DE LA FE


AL PIE DE LA CRUZ

PROLOGO
Leyendo el libro Guerra en el Vaticano, cuyo autor recordado Dr. Julio Vargas Prada Peirano lo considero uno de los mejores relatos descriptivos sobre la enorme e histórica demolición de nuestra Sagrada Religión, por aquellos enemigos capitales y muy antiguos , así como los judas de hoy haciendo pacto diabólico en darle de baja a la sociedad salvadora como es la Barca de Pedro bloquearle el efecto de la gracia Redentora de Cristo que posee su Iglesia en beneficio de millones y millones de almas a través de las generaciones .
Libro apasionante en verdad, extracto del original hecho agenda para ejercicios espirituales bajo el nombre de AL PIE DE LA CRUZ – ASISTIENDO A LA SACRÍLEGA DEMOLICIÓN DE LA FE muy adecuado para meditar su drama anclando con metafísicas oraciones que de cada creyente según su espíritu  y devoción inteligente, ha de entonarle más suspiro cristiano al asunto de la grave crisis.  Leyendo paso a paso la Pasión que sufre la Iglesia sugiriendo ser parte  protagonista con desagravio reparador con el conocimiento insondable de cómo  las fuerzas secretas han logrado causarle tanto daño a la catolicidad en toda dimensión sea filosófica, teológica, litúrgica y pastoral desde hace más de 50 años posconcilio.
El autor del libro, ha vivido una época de cambios bruscos y reformas antojadizas como peligrosas en el ámbito político y religioso, testigo de estas oscuridades se empeñó en luchar por permanecer fiel a la Iglesia de acuerdo a la Tradición y a su Magisterio… valiéndole desprecios y amenazas incluso contra su vida, ya que, en no pocas oportunidades encaró y desafío al enemigo frente a frente, valor que creo que hoy cualquier cristiano no lo tendría frente a pruebas de fuego.
Lo importante de esta obra, es encaminarnos a conocer mejor al enemigo y quien es en realidad y cómo actúa, sacarlo de las sombras con nuestras plegarias y asiduas alabanzas a Cristo Rey y orando el Santísimo Rosario a la Reina del Cielo y formales prédicas  ,  además estamos nosotros los tradicionalistas evitando en tiempos actuales el aborregamiento mental que las autoridades eclesiásticas coludidas con el sistema desacralizador nos tienen acostumbrados con tanto engaño y suspicacia luciferina.

Hoy la verdad histórica se encuentra
envuelta en nubarrones oscuros
que no nos permiten verla como realidad trascendente
Si tenemos un pasado glorioso en la Fe
¿Por qué no volver a ese pasado? y de eso
depende que nuestro presente y futuro
Sea Cruz gloriosa.
Ante todo mal ¡Resistencia Católica ¡

Marco Antonio Guzmán Neyra, pda,jc.av.




Introducción :


Resultado de imagen para venerable Francisco del Castillo, sermón de las tres horasLa costumbre de explicar  desde el púlpito de las siete palabras de Cristo  en la Cruz surgió en Lima, la ciudad de los Reyes, a mediados del siglo  XVII, cuando los predicadores  de la compañía de Jesús acometieron tan bella como agotadora empresa espiritual. Tanto el venerable Francisco del Castillo S.j., limeño nacido  en 1615, como sus seguidores, especialmente el Padre Alonso Messia S.J., pusieron en práctica el llamado Sermón de las tres horas. Esta tradición limeña se extendió a todo el mundo católico.

Muchos años después, en 1946, tuvimos la iniciativa  de hacer lo propio con un grupo  de jóvenes seglares universitarios. Fue, es preciso decirlo, por una clara y enfática inspiración  divina.

 La idea nos llegó como un rayo de  luz. Y se convirtió en realidad. Junto con Alfredo Moreno Mendiguren, Carlos Palacios  Moreyra, Cesar de la Jara  Saco, Javier Ortiz de Zevallos y Samuel  Pérez Barreto,  nos pusimos a trabajar  con la asesoría de monseñor Luis Lituma Portocarrero.

Imagen relacionada  El Arzobispado visó los textos.  Utilizamos las ondas  de Radio colonial. El éxito fue impresionante. Esto nos animó a repetir el programa en 1947, por Radio Mundial.

En 1948 participaron por Radio América   intelectuales hispanoamericanos, como Hernán Vergara, de Colombia. Y en 1950 organizamos las Siete Palabras por Radio Madrid, con introducción  de José Maria Pemán. Nos acompañaron  en esa jornada proselitista  los intelectuales  españoles José Maria  Ruiz Gallardón, en Enrique  Llovet, José García Nieto, Manuel Benítez Sánchez-Cortés Antonio Zubiaurre y Juan Sánchez Montes.


Luego vino una larga pausa  que sólo la quebramos  en Lima  tras toda una vida  de duro batallar, cuando en 1984,junto con un excepcional discípulo, Rodolfo Vargas Rubio, actualmente es un seminario español, explicamos las Siete Palabras por Super FM y Radio Pregón o Selecta. En 1985 lo volvimos  a hacer  con la participación  de Tomas  Santillana Cantella y Vargas  Rubio. No fue posible  repetirlo  en 1986. 

Primera Palabra
“PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
Creyentes o no,  que nos escuchan en este momento,  les rogamos tener muy presente  que la primera palabra de Cristo  en la Cruz  es de perdón. Porque no hay perdón verdadero  sin amor autentico. Y ese amor infinito sólo puede ser el amor de Dios.

Cristo clavado en un madero, humillado, torturado, ofendido, ni se rinde ni de desespera.

 Eso sería el triunfo del demonio. Se rinden aquellos que carecen de valor que confieren  las certidumbres éticas inspiradas en la promesa divina. Sin fundamente espiritual del hombre egocéntrico, el soberbio, el infatuado, ese que pretende ser como Dios, repitiendo el pecado original, o ignorara a Dios, como quería Carlos Marx, se abate como pámpano de otoño ante el soplo  mortal del pecado. Cristo no se rinde. Cristo sabe por qué muere. Ha tenido miedo, sí hermanos, mucho miedo, hasta sudar sangre en el huerto de los olivos, porque estaba consciente de que debía quedar  a merced de los  judíos para que se consumara se sacrificio  redentor. Jesucristo aceptó  el dolor  y la muerte para salvarnos. ¡Súrgite, eamos hinc! Levantaos  y vamos de aquí, exclamo de pronto. “¿Adonde? A morir por los hombres de la cruz”.

Cristo tampoco desespera. La pérdida de la esperanza  implica falta de fe y carencia de amor. Cristo tiene fe y es puro amor. Es Dios y es hombre al mismo tiempo. ¡Misterio! Misterio insondable, como un abismo, que salvamos por los puentes luminosos de la fe. Cristo tiene esperanza en nuestra salvación. Santo Tomas explica que es posible esperar  para otro la vida bienaventurada siempre que con él nos una un vínculo de amor. Esto es  precisamente lo que hace Cristo y lo que motiva  la hostilidad protestante contra la  innovación  a los santos.

 Por eso,  desde lo alto del madero, implora al Padre por el perdón  de quienes  lo están matando.

“PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN  LO QUE HACEN”. Están cegados  por el error.  Entonces ahora. El error impera en el mundo. Ciertamente hace falta en todo tiempo la primera palabra de Cristo en su entrega total, porque “no das cuando das. Das cuando te das “.Hace falta perdón, el difícil y cristiano perdón. ¡Cómo nos cuesta perdonar!. Y que necesario  lo es frente al error. Pero para adoptar  la verdad  es Claro que la única condición imprescindible es abandonar el error. No se puede compartir ambas cosas. La verdad es un valor  y el error  un contravalor. Es imposible vivir- se diría convivir- ala mismo tiempo con la verdad  y el error. Este es el único divorcio que Dios prescribe. ¡Terminen los falsos vínculos entre la verdad  y el error! Lo tremendo, lo sobrecogedor, lo increíble es que el error, llámese liberalismo, modernismo, protestantismo o marxismo, haya cambiado se diabólica táctica, y que ahora, cerca de dos milenios  después de Cristo, en vez de atacar frontalmente la verdad, se haya infiltrado con sutileza ofídica en algunos sectores de la propia obra de Dios: la Iglesia Católica.

Esto se hace fácil,  pero es doloroso y muy grave. Y exige prudencia en su exposición. Prudencia no es silencio sino tratamiento  apropiado. Prudencia no significa  necesariamente término medio.

A veces, como en las circunstancias actuales, puede demandar una posición  extrema, firme, clara, leal.

¿Qué está pasando en la Iglesia? Hace 41 años, cuando iniciamos esta obra de apostolado seglar del hombre por el hombre, asesorados por el talento y animados por el coraje  de monseñor Luis Lituma, ilustre prelado  y maestro cuya ausencia  sentirnos muy de veras,  la Iglesia era una (aparente) fortaleza espiritual. Todo su sistema funcionaba coherentemente en torno a la fe.

 La sagrada suprema  Congregación del Santo Oficio  era el eje de la actividad  vaticana. La Iglesia era una, sus obispos tenían uniformormidad de pensamiento y de acción. La Iglesia no era una democracia sino una monarquía  instaurada  por Nuestro Señor Jesucristo. La Liturgia  era igual  en cualquier  parte  del mundo. La misa no era conmemoración,   ni asamblea, ni rito gimnástico, ni desenfreno musical, sino la renovación del santo sacrificio de Cristo en la Cruz. Roma se enfrentaba  a todos los errores cumpliendo su misión  de intransigencia en salvaguarda de la verdad revelada y de continuidad  en el supremo  magisterio. Entonces para nosotros solo cabía afrontar  a los enemigos de afuera, a los declarados adversarios de Cristo y llegar  a los corazones  con la Gracia  de Dios.

Hoy, hermanos- triste es decirlo todo ha cambiado. Las afirmaciones de San Pio X, el último Papa canonizado, no fueron debidamente atendidas. 

 En si encíclica “Pascendi” advirtió con claridad  y firmeza:” Los modernistas traman la ruina de la Iglesia  no desde afuera sino desde adentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas  de la Iglesia y en sus mismas venas; y los golpes dados por tales enemigos son tanto más seguros cuanto más fondos conocen la Iglesia “. Y por otra parte,  en el mismo documento, reiteraba el Santo Padre: “Los artífices del error no debemos procurar buscarlos  entre los enemigos declarados. Ellos se ocultan en el seno y gremio mismo  de la Iglesia,  y ello es objeto de grandísimo dolor y angustia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados”. Esto, hermanos, data de 1907. Y no escosa nuestra  aventurarnos a emitir juicios sobre tan delicado asunto sin ajustarnos a la palabra del Magisterio Pontificio.

¿San Pio X veía fantasmas? No, no eran fantasmas. Quizá hubiera sido preferible que, víctima de alucinaciones  o piadosas y engañosas  visiones imaginativas, afirmara tan serias advertencias. Pero el augusto y santo vicario de Jesucristo estaba en plenitud de verdad. Ya a mediados de la pasada centuria el Papa Pío IX había hecho publicar  las actas  de la logia carbonaria Alta  Venta, que decían: “Dentro de un siglo los obispos  y el clero creerán que caminan detrás  de la bandera y las llaves  de San  Pedro, cuando es nuestro estandarte  el que seguirán”.
En lo que atañe a nuestra  experiencia, hace 41 años todavía nos gobernaba la mano sabia  y fuerte de otro gran pontífice  romano, que  aguarda al pie  de los altares su consagración definitiva: Pio  XII. De su pluma  es esta significativa apreciación: “El día  que la Sagrada Congregación  que vigila la Fe afloje la mano, entonces habrá llegado  el momento del futuro ataque  a la fortaleza de la Iglesia perpetrado  por aquellos  elementos incrustados en su propio seno”. Tan admonitoria  afirmación está contenida en carta  a Monseñor Antonio de Castro Mayer, Obispo  de Campos, Brasil. Y data de 1953.

La Iglesia estaba, pues, advertida. Y hace falta mucho amor  para perdonar sus yerros y flaquezas. Tampoco nosotros queremos rendirnos ni desesperar, y preferimos recurrir  al Padre y clamar  con si divino Hijo: ¡Perdón por los enemigos de la Iglesia. Perdón  por las traiciones y las tristes  entregas. Perdón  por aquellos  ministros, hijos pródigos de Dios!

Hermanos, fijemos posiciones para que no  se nos  haga decir lo que no  hemos dicho. Es un principio inconmovible que no hay salvación  fuera  de la Iglesia. Aunque el concilio Vaticano II. – Pastoral  y no dogmático-pretenda lo contrario  en su  decreto “Unitatis Redintegratio” sobre ecumenismo. El deber insoslayable en esta hora de tinieblas es permanecer en la Iglesia,  con fidelidad a las escrituras y a la tradición, unidos en torno al Papa en el respeto y la veneración  que su investidura exige, pero con el discernimiento  aconsejado por la propia Iglesia para advertir el error. Y el error está destrozando   el Cuerpo Místico de Cristo. Puesta la infalibilidad   a salvo de  todo reparo, tenemos la disyuntiva  de atacar  la verdad o el error. Sin duda,  nos sobrecoge la idea de pecar  por desobediencia. Pero no caben neutralismos. O Con Cristo o contra Cristo.  “O fieles o traidores” según la tajante expresión de Monseñor Lituma. “Más por cuanto eres tibio  y no frio ni caliente, estoy para vomitarte de mí boca” dice Dios, Nuestro Señor, en la Sagrada Escritura. La neutralidad  ante el mal  es inmoral. Y no es cosa exclusiva de la Jerarquía eclesiástica. El asunto atañe a todos  los miembros  de la Iglesia, sacerdotes y laicos, obispos y  monaguillos, a tí y a mí, que debemos tener ojos de ver y oídos de oír.

Permanecer fieles a Roma y a los que ella define y  enseña como parte integrante de la revelación  es un deber ineludible y esencial. Pero más allá  de esta fundamental exigencia, que acatamos con respeto y amor al sucesor de Pedro,  debemos atender a la confesión  de su antecesor, Paulo VI. Quien denunció la “autodemolición”  de la Iglesia. Es decir que algunos  de sus propios  Ministros la están  destruyendo.

Creemos que los fieles debemos  convencernos de que vivimos  en una época  de revolución  y persecución  desde y contra  la Iglesia de Cristo,  más  sutil y peligrosa que nunca.

Lo ha dicho  el Papa  de Concilio Vaticano II, el cuestionado  Pontífice de las reformas pos-conciliares,  que en diversas oportunidades ha  tratado de mitigarlas en sus lamentables efectos.

 No tenemos  derecho a dudar de su palabra, que tiene visos de arrepentimiento. No obstante, es posible y hasta probable que vuelva sobre muchos fieles la torturante idea de la desobediencia. ¡ Como  nos vamos a atrever a erguir  nada? El temor al esperpento del pecado cunde con no poca  razón  por toda la Iglesia Peruana, quizá porque-como lo ha dicho  Monseñor Lefebvre-  la última maniobra  del príncipe de la tinieblas consiste  en destruir  a la Iglesia  Católica  so pretexto de la obediencia.

Por eso, en esta tarde de pasión, viendo con los ojos del alma  a Cristo en la cumbre  del Calvario,  pendiente de la Cruz, asumamos con valor  la fidelidad  verdadera,  la que nos  une a Roma,  a la Roma  tradicional, a la Roma de siempre,  Y por  amor  y obediencia a Cristo  recordemos los  pronunciamientos esclarecedores de los  doctores de la Iglesia,  para quienes el espíritu  de obediencia queda  sujeto  al respeto  y veneración  al Papa, pero sin seguirlo  en el error. 

Santo Tomas de Aquino, cumbre del pensamiento católico, expresaba que “habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos,  inclusive  públicamente por los súbditos”.

 Destaquemos  sus notas esenciales: deber, argüir, públicamente. Quiere decir que no es opcional sino obligatorio impugnar públicamente a la jerarquía cuando  la fe está en peligro. Bien, pero ¿en qué situación  queda entonces  la obediencia? La obediencia, hermanos, es una  virtud, virtud moral, al servicio de una moral, al servicio de una virtud  teologal: la fe. Puestos antes esta disyuntiva tenemos que elegir la fe. ¿Porque? Porque la obediencia no es un fin  en sí mismo sino tiene carácter instrumental: esta ordenada a que la fe sea mejor servida.

Téngase presente  que los santos son ejemplos  consagrados por la Iglesia. Y todo ejemplo  postula seguimiento, consecuencia y adhesión.  Con este sentido  de fidelidad  a los  arquetipos del catolicismo hemos de recordar uno de los más impresionantes ejemplos  de rebeldía: el de San Bruno,  Obispo de Segni, ante  el Papa  Pascual II que había  cedido  al emperador Enrique V  las investiduras, sometiendo lo espiritual a lo  temporal.

“Yo os estimo  como a mi padre y señor-  decía el obispo  rebelde de entonces- Debo amaros;  pero debo amar más aun  a aquel  que os creo  a Vos  y a mí. Yo no alabo al pacto tan horrendo,  tan violento, hecho con tanta traición  y contrario a toda piedad  y religión”. ¿Saben  ustedes, hermanos, la respuesta del Papa? “Obré  como hombre  porque soy  polvo  y ceniza.

Confieso que hice mal, pero os ruego que oréis a Dios  para que me perdone “¡Que humildad  tan valiente  y ejemplar,  hermanos!  ¿Tendrán ecos las palabras   de Pascual  II,  en nuestro siglo?

Sin embargo, nada  resulta más  estremecedor  que el alegato de San  Norberto de Magdeburgo ante el peligro de que el Papa Inocencio II cediera similar  derecho al emperador Lotario III. 

He aquí sus palabras: “Padre  ¿qué  vais a hacer?  ¿A quién entregáis las ovejas que Dios os ha confiado,  con riesgo de verlas, devorar? Vos habéis recibido  una Iglesia  libre,  ¿vais a reducirla a la esclavitud? La silla de Pedro exige la conducta de Pedro. He prometido por Cristo  la obediencia a Pedro  y a Vos. Pero  si dais derecho a esta petición,  yo os hago  oposición  a la faz  de toda  la Iglesia”.  Otra vez, hermanos,  se percibe aquí el deber  de argüir públicamente.

En España, Francisco de Vitoria,  el gran teólogo dominico del siglo XVI, explicaba en Salamanca: “Si el Papa,  con sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir a impedir la ejecución de sus mandatos”.  El maestro  recurre a una suerte de  interdictum, que es prohibición  o veda en el buen juicio de Cicerón, para impedir la  demolición  de la Iglesia.  Y el jesuita Francisco Suarez, llamado  el eximio  por su  alquitarada sabiduría, afirmaba con impresionante convicción: “Si   (el Papa) dictara una orden  contraria  a las buenas costumbres,   no se le ha de obedecer;  si tentara hacer algo manifestante opuesto  a la  JUSTICIA Y AL BIEN COMUN,  será licito resistirle”. Las notas que hemos destacado en la afirmación tomista parecen grabadas  con vigor en las palabras  del doctor eximio.

Por su parte San Belarmino, quien luego sería declarado Doctor de la Iglesia por Su  Santidad  Pio XI, consultados por los teólogos  de Venecia  respondió afirmativamente a estas dos proposiciones: “La obediencia  al Papa no es absoluta.  Esta no se extiende a los actos donde sería  pecado obedecerles”.  Y,  la segunda,” Cuando el soberano  pontífice fulmina con una sentencia de excomunión  que es injusta o nula,  no se debe recibirla,  “sin apartarse,  sin embargo, del respeto debido  a la Santa sede”.  No se limitó el Santo, consultor del Papa,  a estos simples comentarios. Afirmo por su parte que “Así como es licito resistir  al pontífice que agrede el cuerpo, así también es licito  resistir  al que agrede  las almas… o, sobre todo,  a aquel  que tratase de destruir a la Iglesia”. Y,  sin soltar el tema, remarcaba con firmeza: “Es licito resistirlo no haciendo lo que manda e impidiendo la ejecución de su voluntad”.

No otra cosa realizo el incansable San Bernardo predicando la resistencia  católica al demoledor Papa Anacleto II, quien resulto  un judío  marrano infiltrado en la cúpula de la Iglesia.

  Téngase muy presente, además, que el Concilio Vaticano  I -  no el segundo –en su sesión IV, sobre la constitución Dogmática de la Iglesia  de Cristo “ Pastor Aeternus” , declaro  que “ no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por  revelación suya manifestaran una  nueva doctrina, sino para que,   con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente  expusieran  la revelación  trasmitida por los  Apóstoles o depósito  de fe”. Las últimas y santas rebeliones son, probablemente, las del purpurado húngaro y mártir del siglo XX, Joseph Mindszenty,  y la del arzobispo  Marcel Lefebvre. Para complacencia  del comunismo húngaro, la  Santa sede exigió enmudecer al cardenal  Mindszenty.

La respuesta  del cardenal  está en sus memorias,  de 1975: 

“Pedí al Nuncio que comunicase  a las autoridades pertinentes. Que ahora entre nosotros reinaba  el angustiado silencio de las tumbas, y que yo retrocedía  espantado de tener  que callar  también  en el mundo libre”. No, no lo haría, porque el cardenal Mindszenty se debía primordialmente a Dios. Paulo VI. Le pidió entonces su renuncia y contestó negativamente. Murió de pena,  desposeído del Primado de Hungría, para beneficio no de la comunidad  católica como se presente, sino del comunismo  materialista y dialectico, rotunda y definitivamente  condenado  por Pio XI  en la encíclica  “divini Redemptoris “.

En cuanto a Monseñor Lefebvre,  quede en claro que es falso  que haya sido  excomulgado. “No puede serlo. Porque la pretendía rebeldía del Mons.  Lefebvre consiste en hacer lo mismo  que hizo durante  treinta años: formar auténticos sacerdotes  católicos,  mereciendo el encomio y la simpatía  de Pio  XII. Por triste paradoja  el arzobispo  Lefebvre fue acusado en la curia  reformista  por ser fiel a Cristo, a su Iglesia y al Papa. La pretendida suspensión  a divinis resultó, pues, írrita e inválida por carecer de motivo. Y la hermandad  sacerdotal  de San Pio X  no ha sido disuelta.  Solo puede decretarlo  la Santa Sede. Y Juan Pablo II  no parece dispuesto  a hacerlo. Es más,  la carta circular de octubre  del año 1984,  reconociendo la vigencia  de la misa  tradicional, significa un  desagravio a Mons. Lefebvre.  ¡Gracias, Juan  Pablo II!

Sin embargo, estamos  viviendo,  hermanos,  una nueva reforma que no es solamente contra Roma, sino que  es la de una Roma, crecientemente ocupada. La crisis en la Iglesia se manifiesta al fin como la fiebre tras largo proceso  incubador.  Y de pronto aparece el problema  en torno al discutible  Vaticano II  y a sus consiguientes reformas.  El cambio tiene por objeto  un nuevo humanismo,  a la manera  pelagiana, con el hombre en el centro, en vez de Dios.  Hoy imperan en la  Santa sede  los modernistas, que pretenden uncir la Iglesia  al signo de los  tiempos.

Se quiere hacerla admisible por el mundo moderno, prefiriendo dejar de la sombra  la vía de la fe,  que resulta demasiado exigente  y conflictiva,  intolerante con el error, enhiesta en su fundamento divino.  Y se pretende una suerte  de sincretismo religioso,  guardando en el desván  del vergonzoso desuso lo que obstaculice el ecumenismo transigente  y la componenda con los herejes  y cismáticos, con los miembros de otras religiones  y hasta con los ateos. Se busca así la unión universal, contrapartida  seudo-religiosa de un sistema  masónico que postula el gobierno mundial de la era tecno trónica. Y se pacta  con el comunismo  en la llamada ostpolitk, o política de  distensión con los regímenes  comunistas,  olvidando que quien  pacta se entrega.

Hay en esto un solo  y gran sacrificado: Cristo. Históricamente bajo de la Cruz,  descendió a los infiernos, resucito al tercer día  y subió a los cielos;   pero místicamente continua clavado  en la Cruzsigue penetrado de espinas  en su divina frente, herido en el costado ,  mofado,  negado, vendido… Hoy también  suenan  30 monedas de plata.  Y el tintineo  se escucha  en Roma como un eco de Wall Street.

Se ha hecho preciso  desvirtuar  la liturgia  suprimiendo  el énfasis en el sacrificio  y acercándose a la liturgia herética  de luteranos, anglicanos y demás sectas protestantes, para concelebrar  con sus falsos sacerdotes.
 Se ha modificado  el sacerdocio  adaptándolo a estos nuevos  conceptos de ecumenismo. Y sea suprimido, claro está, la congregación del  Santo Oficio, metamorfoseada y disminuida por la reforma de la Curia hecha en 1967. En vez de esa institución clave, a la que aludía Pio XII, hoy predomina la secretaria de estado desde donde se gobierna  a la Iglesia  con prelados sobre los que pesa la acusación  de pertenecer a sectas masónicas.  Y la masonería ha dejado  de ser condenada explícitamente por el nuevo código  de Derecho  Canónico, de recentísima promulgación, para pasar a una prohibición  implícita, sujeta a interpretaciones contingentes o modificables.
No se ha vacilado, estaba en los planes de los enemigos  infiltrados,   que denuncio San Pio X,  llegar a esta abominable Biblia  católica,  la vulgata  latina  que distinguía  a reformistas  y contrarreformistas. Más aun, por iniciativa  de la Secretaria de Estado se ha logrado  que los estados supriman en sus cartas Magnas su condición confesional, para incurrir  en el malhadado pluralismo que los enemigos de Cristo  reclaman. Porque- y esto es lo más grave – se ha decretado la equiparidad entre la verdad y el error, mediante  la lobuna  libertad  religiosa  o creencias,  que erige ala hombre como árbitro  para tomar  o dejar a Cristo. Y esa misma libertad  subjetiva  y contraria  a la verdad  revelada  que la Iglesia  tiene que exigir  sin ambages, pretende alzarse en principio  de los llamados  derechos humanos,  algunos de los cuales, como el  que citamos,  están condenados  en forma específica  desde, el Papa  Pio  VI.
¿La Iglesia  debe ser entonces  tan retrógrada  y retardaría frente  a los avances  y libertades contemporáneos? ¿no perderá la aquiescencia de la juventud? ¿No quedara marginada del mundo, trastornada su misión salvífica?  Sabemos muy bien  la argumentación delos católicos liberales;  rechazada  y condenada por los  Pontífices Pio IX, San Pio X  y Benedicto XV,  responderán casi m invariablemente  que somos hombre  de mentalidad cerrada,  que tenemos el cambio ,  que vivimos en el pasado  y,  finalmente  que somos ignorantes y tercos. Los masones agregaran  que hay que  rechazar todo dogmatismo  y dar paso a la libertad  de pensamiento. Todo esto es ya una vieja historia.
¿La Iglesia  debe ser entonces  tan retrógrada y retardaría frente  a los avances y libertades  contemporáneos? ¿No perderá  la aquiescencia de la juventud? ¿No quedará  marginada del mundo,  trastornada su misión salvífica?  Sabemos muy bien  la argumentación  de los católicos  liberales,  rechazada y condenada  por los Pontífices Pio IX, San  Pio  X y Benedicto XV. Responderán casi  invariablemente  que somos hombres  de mentalidad cerrada,  que tenemos el cambio,  que vivimos en el pasado  y,  finalmente  que somos  ignorantes  y tercos. 
  Los masones agregaran  que hay que rechazar  todo dogmatismo  y dar  paso a la libertad  de pensamiento.  Todo esto  es ya una vieja historia. La Iglesia, hermanos,  es y  no puede  dejar  de serlo jamás,  una tradición viviente, invariable en sus dogmas,  cuidadosa del depósito  de fe que componen  las Escrituras  y la Tradición,  y consecuente con el Magisterio  solemne  de todos los tiempos.
 El ecumenismo  transigente y modernista del Concilio  Vaticano II ha contrariado en varios temas  la doctrina  católica  o cuando menos  la ha silenciado,  como en el caso del comunismo,  no queriendo condenarlo  para facilitar  la presencia  de unos prelados  ortodoxos sin ordenación  ni consagración válidas  y peleles  del Kremlin.  Las consecuencias son evidentes. Los seminarios  y las parroquias  están  despoblados.  En el silencio  de esos  Claustros vacíos solo  se alcanza a escuchar la risita  siniestra  de Lucifer.  ¡Más de 50,000 sacerdotes  han colgado  sus hábitos! Y se han marchado de la Ciudad  de Dios a la ciudad de los hombres…  y de las mujeres.  Gran viraje. De la Civitas Dei a la  Civitas  diaboli,  no en protesta  sino en fuga. ¿ Perdónalos , Señor , Perdónalos  aunque ellos  sí sepan lo que hacen!
Tu amor es infinito, Dios mío,  buen tamaño para los pecadores  de quienes  te abandonan  colgado en la Cruz. Perdónanos a nosotros, Padre mío,  porque no hemos tenido suficiente  firmeza  para renunciar  ante la traición  a tu divino hijo. Y haciendo el papel de seglares sumisos, verdaderamente  confiados,  no hemos sabido  discernir entre la Verdad  y el error. Perdona a quien te ofende,  perdona a quien te olvida,  perdona de manera especial a los obispos  que han caído  en las garras del enemigo y son sus instrumentos. Te rogamos, Dios mío, por el Papa y su Santa Iglesia,  por nuestros pastores  y nuestros hermanos.  Confiamos  en tu perdón  porque confiamos  en tu amor.  Amen.
Segunda Palabra
“EN VERDAD  TE DIGO  QUE HOY MISMO  ESTARAS  CONMIGO  EN EL PARAISO”
Y estamos  nosotros en el  Calvario. Pero no para hacer el mismo  papel  de los romanos en el Circo, es decir no para ver morir al justo, sino para acompañarlo  y asistirlo con nuestras oraciones. Porque, en definitiva, solo hay estas dos actitudes ante  el deicidio,  simbolizadas  por los propios  apóstoles: o estamos  con Juan al pie de la Cruz o nos quedamos  cómoda  o cobardemente escondidos junto con los demás,  atisbando por la rendija de la escoba el indescriptible cuadro de la pasión de Cristo, tal como  se puede asistir  a una tragedia griega,  amparados  en la obscuridad de nuestra posición  y dos milenios  de distancia.
No es cosa  entonces  de presenciar sino de participar,  de subir a escena, de acercarse a Maria,  nuestra madre, cuyo dolor alcanza  profundidades insondables,  de unirnos al discípulo  bien amado y entregarnos, con nuestros cinco sentidos, al supremo hecho de la historia: nuestra propia redención.
Todo será ahora  diferente, Antes y después de Cristo. La historia se está partiendo en dos, como se abre una montaña desgarrada por un sismo. Necesitamos quedarnos  en la cumbre del Gólgota, para siempre,  sin nostalgia del mundo, entregados a Dios. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo ganar la vida eterna?
Hermanos: la lección discurre ante nuestros ojos. Cristo esta clavado  entre los ladrones. Sabemos quién  es el Salvador, conocemos su promesa y su palabra, sufrimos su pasión y su dolor, entendemos humanamente  sus enseñanzas, pero sobre todo creemos en El.  Tenemos fe en Cristo. Es el Dios hecho hombre. No es el hombre soberbio  que pretende ser como Dios. Debemos estar alertas porque algunos teólogos emplean indistintamente las expresiones  Dios- hombre y hombre  Dios. No es lo mismo. No es lo mismo. Intercalen, hermanos,  la palabra  “Hecho”. Dios hecho hombre es Cristo, el hijo de Dios,  encarnado para sufrir por nosotros y salvarnos  del pecado original. El hombre hecho Dios es el hombre rebelde, como nuestro padre Adán y sus imitadores  de todos los tiempos, gritando con satanás: ¡No serviré!
 Los necios son incontables, porque de hombres endiosados  está lleno el mundo. Son aquellos que han ideado  una sociedad  antropocéntrica, los científicos  infatuados que siguen descubriendo  el cómo de la vida  y el cosmos pero sin descifra el  porqué de la existencia, los políticos  para quienes el poder  les llena la cabeza  de humo y de egoísmo el corazón, los filósofos que pregonan  sus verdades porque no quieren atacar la verdad  revelada.
 Y también, lamentablemente, los malos obispos sacerdotes que hoy más que nunca  desconocen la palabra de Dios, la contradicen, la desobedecen,  la sustituye para marchar heréticamente, al compás  del signo de los tiempos en el satánico ”aggiornamento”, expresamente  condenado por San Pio X cunado la Iglesia  todavía  no acataba a sus invasores. Claro está  que hombres  justo y hombres pecadores siempre los hubo, pero esto no es un consuelo sino  una razón  decreciente escándalo.
Y bien, hermanos, estamos  con Cristo, sin concesiones  ni cobardías, junto a la Cruz  que se levanta  como el emblema divino de nuestra salvación. Y vamos a escuchar, a observar, a meditar, a sentir un dialogo de enorme trascendencia.  Un dialogo donde el comienzo  no participa  Nuestro Señor Jesucristo. No habla Dios. Hablan los hombres, los ladrones, el infame Gestas clavado  a la izquierda  de Cristo y el arrepentido Dimas  puesto a la derecha del Salvador.
 Hay en esta escena de luces y sombras, de afirmaciones y renunciamientos, aquella contraposición  entre las blasfemia de Gestas que tienen  resonancias de eco  infatigable rebotando en las conciencias y en los siglos  para restallar cada día de nuestros días, cada hora  de nuestras  de horas, con creciente estrépito, en todos los rincones del mundo de la historia; y las palabras conmovedoramente creyentes  de Dimas, el buen ladrón, humilde, limpias, fehacientes puesto que hacen  fe de conversión sin igual. Esta voz de arrepentimiento certidumbre parte de la derecha  del Señor, derecha cristiana,  religiosa religante con Dios, de sentido espiritual, que no se conforma con llamarse  cristiana, sino que lo es integral  y auténticamente. Porque el cristianismo  es uno  y no admite excepciones, ni parcelamientos, ni modalidades.  
Se es o no se es cristiano. Y Dimas lo es sin ambages no claudicaciones, herido por la luz divina. Por supuesto, hay derechas que no son cristianas aunque no utilicen  ese apellido. Son derechas suplantadoras, engañosas y falsas. Derechas peores que las mismas izquierdas  porque agregan  al error engaño  el engaño y la trampa. Derecha autentica es la que acata toda la verdad  y no pacta con el error, porque la verdad es por definición  intransigente.

 ¡Qué duro suena  esto en tiempos  de componenda, de esquiva línea  media, de liberalismo, de modernismo, de progresismo, de claudicación…! Y, en cambio, que leve es la carga  para el creyente.
Pero escuchemos, escuchemos hermanos, al izquierdista del calvario, al siniestro Gestas que ataca, hiere y  se rebela contra Dios gritándole: “¡Si tú eres  el Cristo, sálvate a Ti mismo  y a nosotros!”.  Es un desesperado. No tiene esperanza porque carece  de la fe  y no ama a Dios. Está perdido.  ¡Qué importante es la esperanza, hermanos! Aquella fiducia, confianza, con fe, que demuestran los auténticos cristianos, vale decir los católicos. Sin la esperanza  no hay salvación  por libre y responsable decisión  del hombre  que no confía en Dios. Y no confía porque no lo ama. El amor es entrega, patética donación de sí.
Las tres virtudes  teologales componen  un todo, porque se postulan y apoyan entre sí.  Y bien, Dimas no acepta las ofensas  de Gestas. Y lo increpa: “¡Cómo! ¿ ni aun tu temes a Dios, estando, como estas, en el mismo suplicio? Nosotros, a la verdad, estamos en el  justamente, pues pagamos la pena  merecida  por nuestros delito: pero Este ningún  mal ha hecho”.
La reacción  de Dimas  cierra el dialogo  entre los hombres y abre el dialogo con Dios: “Señor, acuérdate de mí cuando hayas   llegado a tu reino”.
 Y Jesus le responde  en medio de sus acerbisimos dolores: “ en verdad te digo  que hoy estarás  conmigo en el paraíso “. Y con estas palabras  Dimas queda  canonizado  en vida por Dios mismo. ¿No es esto de una significación impresionante? Analicemos, hermanos, porque estamos ante la respuesta ¿Cómo hacer para ganar la vida eterna?
Dimas es un Santo. San Dimas  es como todos los santos un ejemplo. Puesto por Dios para que lo imitemos., Esta claro que la canonización  de Dimas tiene dos aspectos: uno, pedir a Dios, lo cual no es solamente una permisión  sino una obligación. Hay que orar, hablar con Dios, pedirle misericordia  y perdón  por nuestras falsas, e implorar su gracia  vivificante salvadora. Pero Dimas es ejemplo  de que también es necesario  luchar contra el error  y combatir al demonio, padre de la mentira. Dar la batalla en el mundo  y contra  el mundo.
 No podemos aceptar  el error, la blasfemia, la Herejia, la profanación, el sacrilegio, la apostasía, donde quiera que la hallemos. Dimas no acepta las Blasfemias de Gestas. Por ahí comienza su salvación. Sin duda hace falta  valor moral  para vivir el intenso conflicto  espiritual que plantea la militancia católica. Aquí no caben  neutrales. Es necesario decir sí, sí, no, no,  La ofensa de Gestas es contra Dios. Y sin embargo,  le sale verbalmente al paso, porque si somos cristianos formamos el cuerpo místico de Cristo.
 Y no somos ajenos a Dios, obligación perentoria que se fundamenta no en el odio al hermano descarrilado, sino al erro. Y justamente por amor al prójimo-“lo que mando es que os améis unos a otros”- debemos corregirlo hasta dos veces  según Pablo. Esta obligación  nos exige pensar con Cristo.
Hace algunos años, quizá ya muchos años, cuando desempeñábamos una misión  diplomática,  percibimos un buen día, bueno de verdad, la discusión del jardinero  de la embajada con parte del  personal  de servicio. Y escuchamos con asombro como negro-así  se hacía llamar el jardinero – increpaba la conducta de sus compañeros  llamándolos al orden  y, empinado  sobre su ignorancia, les decía admonitoriamente “¡Hay  que tener  cristerio” Hermanos, Negro tenía razón .
Negro no concebía  el cristerio como pensamiento secularizado.  Había que pensar  con Cristo. ¡Tener cristerio! Medité  Largamente sobre  el neologismo  escuchado y la profundidad doctrinaria  que encerraba. Negro se había expresado con la certidumbre  y el fundamento de un teólogo consumado, de un teólogo autentico; no de estos  que ahora han trastornado la vida de la Iglesia con absurdas y heréticas afirmaciones o negaciones. Y desde el jardín  bien cuidado ese hombre de color  carbón, viejo, humilde, que parecía revivir  la imagen  de San Martin de Porres, apoyándose en el rastrillo que utilizaba  para barrer las hojas  muertas, me había dado, sin saberlo el, una lección  de militancia  católica.
 El tema del enfrentamiento con el error  registra  graves implicancias en estos años  de prueba y de crisis en la Iglesia. A partir del Concilio Vaticano II, es necesario decirlo, se ha desarrollado una doctrina herética  bajo el nombre tradicional de ecumenismo. En efecto, buscando el retorno de los llamados  “hermanos separados” se ha caído en los extremos  repetidamente condenados de pactar  con el error, de respetar el error, de modificar  la propia y revelada verdad, para hacerse digno  de ser aceptado por los  no católicos.
Es una caricatura, un falso ecumenismo que conduce  a la Herejia. El Dimas de hoy  no increpa nada  al Gestas  blasfemo. Y  con equivoco sentido de unidad prefiere buscar  una armonía  moralmente  imposible  con los enemigos  de la Iglesia. Es un proceso  cada vez  más acentuado que desconcierta y abruma. ¿Es este, acaso,  el famoso tercer  secreto de Fátima? Recordemos que debió revelarse, por petición de la Virgen, en 1960, antes del Vaticano II. Y es evidente  que estamos  viviendo lo que Juan XXIII. No estimó conveniente dar a conocer: la división de la Iglesia. Cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, la “demolición “de la Iglesia, “el humo de satanás” encareciendo  su atmosfera espiritual, la persecución a los tradicionalistas, la abominación de los últimos tiempos. Gestas  blasfemando contra Cristo. No, no encontramos  en la cumbre  del calvario ejemplo  para tamaña traición. La Iglesia de Dimas ya no lucha contra el error, no defiende la verdad, pacta con las Gestas  de hogaño. Se pasa  a la izquierda de  Cristo. Esto no  es retórica. El cardenal Bea pacto  con Katz. Maestre de la masonería  judía en Nueva  York y luego  pacto con los protestantes  en Ginebra. Y el ahora el cardenal  Willebrands pacto con Moscú. Todo en vísperas  del Concilio  Vaticano II.  Y, esto es lo más grande, la Iglesia cumplió con ejecutar  esos tenebrosos acuerdos. ¿Qué paraíso  podemos esperar de semejante  conducta?
La Iglesia solo puede ser una. Una siempre,  con unidad de fe, de culto y  de gobierno. El Pluralismo es herético. Lo repito: el pluralismo es herético.
La Herejia  se opone  a la unidad. El pluralismo se opone a la unidad. Ni las llamadas  iglesias  protestantes  ni las ortodoxas poseen  la nota de unidad  eclesial, porque carecen de unidad  de fe, de culto y de régimen.
El ecumenismo, el verdadero, el tradicional,  es un movimiento de caridad mediante el cual  la Iglesia católica se esfuerza  por convertir y reintegrar  a herejes y cismáticos. Forma parte  de su hacer misionero, pero exige  de los protestantes  y de todos los demás acatar  sin reservas a la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, con sus notas  distintivas  de unidad  de fe,  de culto de gobierno, ya mencionadas. No hay nada  que pactar. Pero estamos asistiendo, como ha dicho Monseñor Lefebvre, a la ONU de las religiones. Absurdo esfuerzo  por reunir  a todos los que se dicen cristianos  e incluso  a los de otras religiones, judío, islamistas, hinduistas, budistas, hechiceros, y pieles rojas, también ateos y librepensadores en una  magna confederación religiosa universal  que ya ha tomado  forma y revelando su claro sentido  masónico. Nada tiene que ver  el ecumenismo  católico  con este  sincretismo que tiende  a la relativización  de los dogmas  de fe. Esta organización  universal  será  cualquier cosa  menos católica. El falso ecumenismo, ese que se anida en  Roma, se abre a todos los herejes  pero sintomáticamente se cierra a los fidelísimos  tradicionalistas.
Ya se ve, que para Roma hoy no hay enemigos  a la izquierda .El enemigo es San Dimas, la voz afligida  de la derecha de Cristo, Nuestro Señor. Esta Iglesia  de hoy votaría  por la libertad  de Barrabas  como ha proclamado  la reivindicación  de Lutero, el gran apostata  de los tiempos modernos, y ha levantado el estigma deicida a los judíos  talmudistas  que se solidarizan  con quienes  vociferaron ¡Crucificadle!  ¡Crucificadle!  Ante el pretorio de Pilato, olvidándose  que “quien niega  al hijo no puede  llegar al padre”.
Hermanos no vamos  a abrumarlos  con la multitud de citas y pronunciamientos  papales, algunos absolutamente infalibles, como Syllabus y la encíclica Quanta  cura de Pio IX. Que han señalado  las características  o requisitos del ecumenismo  y prohibido  los congresos  ecuménicos de Paris y Ámsterdam.  Pero no podemos dejar de señalar  la monumental encíclica  de Pio XI, Mortalium Animos mandando  que uno solo  es el camino  a la unidad: el regreso de los disidentes  a la Iglesia católica. Tampoco podemos olvidar  que Pio XII  se opuso  a las reuniones  de oración  con los  no católicos. Nadie en la Iglesia  tiene licitud  de contravenir  la tradición  bajo pena  de excomunión,  según lo asevera el Papa  en el texto de su propio  juramento al asumir la suprema autoridad  eclesial.
 ¿Y qué dice la tradición? San Juan en su epístola  segunda  es concluyente :  “ Todo aquel  que no persevera  en la doctrina de Cristo, sino que se aparta  de ella,  no tiene a Dios:  el que persevera  en ella, ese tiene al padre  y al hijo. Si viene alguno a vosotros, y no trae una doctrina , no le recibáis , ni saludéis. Porque  quien le saluda, comunica con sus acciones  perversas”.
¿Y qué es lo estamos  viendo?
Un Concilio Vaticano  II aprobando  la declaración  Nostra  Aetate,  puerta abierta para la revolución.
 Por esa puerta  sobre libertad religiosa  han forzado  el paso  numerosos  pronunciamientos  de la actual Iglesia  “Conciliar “, como la llamada  Mons. Benelli. Juan Pablo II ha declarado en la catedral de Westminster: “El bautismo es el fundamento de la unidad  que todos  los cristianos tienen  en Cristo; unidad que debemos tratar de perfeccionar”. Hermanos parecería  que la unidad  de la Iglesia  no es perfecta  y que  es de  tal naturaleza  que puede ser perfeccionada. Nos enseñaron otra cosas los Papas de antaño: la unidad ha estado, esta y seguirá  estándolo,  perfecta en la Iglesia  Católica.
 El que se va deja  el cuerpo Místico,  no pertenece a él. La Iglesia siempre está completa  en su unidad  porque no puede haber  sino una Iglesia, la fundada por nuestro Señor Jesucristo.  Y la verdad revelada  no admite  transacciones. El  bautismo es también, como no,  la condición para ser apostata. Respetuosamente resistimos  al error. No somos jueces pero comparamos  y no adherimos a San  Dimas  con todo  nuestro corazón.
En Asís, recientemente, se han consumado  episodios increíbles. Una Iglesia  para cada secta. Un templo,  una casa de Dios  verdadero,  para cada falsa religión. El 27 de octubre  de 1986, en el templo consagrado  a San  Pedro, los budistas  han cubierto  el tabernáculo y el Crucifijo. Y allí han instalado una estatua  de Buda.
 En la antigua  basílica de San Nicolás pusieron sobre el pavimento  del altar mayor  el monograma de Alá… Un mes antes, a manera  de preparativo – grotesco y sacrílego precedente- había tenido lugar,  en el centro de la Basílica  de San Francisco de Asís una ceremonia ecuménica, en la cual una muchacha  hindú, vestida de rosa, bailaba sobre un tabladillo en presencia de budistas, hinduistas, judíos,  musulmanes, y también “cristianos”, así, entre comillas…
Hay más. Si es desconcertante, por decir lo menos. En la cripta  donde se  conserva  el cuerpo  de San Francisco, el “poverello “de Asís,  se ha realizado  una ceremonia  religiosa declarado gemelos  espirituales a este  templo  católico  y el templo  budista de Konzanjy, en Kioto, Japón. Se ha visto al piel roja invitado  por el Papa preparar y fumar su pipa  en el altar de la Iglesia de San Gregorio, y al Dalai  Lama situado  a la izquierda del Papa  porque no es representante  de una religión  sino el Buda  mismo  reencarnado ¡ídolo viviente!
Y mientras en Asís todo era hospitalidad  para los infieles, un grupo de peregrinos  tuvo la osadía ¡imagínense hermanos! De llegar el mismo 27  de octubre desde Calabria  con una estatua  de la Virgen  de Fátima. ¡Horror! ¿Qué dirían los luteranos  y calvinistas? No. la Virgen fue detenida  al ingreso de Asís. ¡Válganos Dios!  Parece fantasía,   una obra de ficción, una pesadilla… ¡Es una pasmosa y terrible  realidad!  “El colmo de esta ruptura  con el Magisterio del  anterior de la Iglesia  se ha cumplido  en Asís… El pecado publico  contra la unicidad de Dios… Juan Pablo  II animando a las falsas religiones a rezar  a sus  falsos dioses, escandalo sin medida y sin  precedente”.  (Declaración de Mons. Lefebvre y Mons.  De Castro de Mayer). ¿Qué podemos pensar  de semejante ecumenismo? La respuesta está en las palabras  de San Pablo  en su primera carta a los corintios: “No queráis unciros  en yugo con los infieles. ¿Porque  que tiene que ver  la justicia  con la iniquidad? ¿O qué compañía  puede haber  entre la luz  y las tinieblas? ¿O que parte  tiene el fiel con el infiel? ¿O que consonancia  entre el templo  de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois  templo de Dios vivo… Por lo cual salid vosotros  de entre tales gentes, y separaos  de ellas, dice el Señor, y no tengáis contacto  con la inmundicia”. ¡Palabra de Dios! Te alabamos Señor.
Hermanos: Unamos nuestras preces a las inmortales  palabras  de Dimas y pidámosle a Cristo crucificado que se acuerde  de nosotros, sumidos en esta hora de tinieblas y, por su infinita  misericordia,  nos salve  de los mil peligros que nunca  como hoy  acechan  a los miembros de la Iglesia, religiosos y seglares, para que rechazados  los errores  y en comunión  con sus divinas enseñanzas merezcamos el paraíso de la vida eterna en la visión de Dios. Uno y trino,  Creador, Padre y  Redentor nuestro. Amen.

Tercera palabra
“MUJER  AHÍ TIENES  A TU HIJO. AHÍ TIENES A TU MADRE
Y  desde aquel punto  encargóse de ella  el discípulo y la tuvo consigo en su casa. Lo dice el propio  Juan.  Es dogma de fe.
Hermanos: El simbolismo de este pasaje  es el Calvario es fácilmente  asimilable. María Virgen, Madre de Dios y corredentora del género humano, asume la maternidad  espiritual de la Iglesia.  Y el discípulo encarna a la Cristiandad que la acoge, la eleva,  la ama  y le pide  todos los dones  que por su intermedio  Dios concede  con infinita  bondad.
Después del culto de Latría  o adoración, que solo se rinde a la Santísima Trinidad, se  halla  el culto  de hiperdulía que se ofrece  a la Virgen Maria.  Es cosa aparte. Ocupa un lugar especial  en el plan divino. Esta unida a Dios  de modo mucho más íntimo que el  de los santos  y aun de los Ángeles. Solo en Ella  el Verbo  se hizo carne. Solo su humildad,  su fe, y su acatamiento, su fiducia en la voluntad  de Dios.  Y su dolor  y su amor, hicieron posible nuestra  salvación,  inclusive  la de aquellos  jerarcas de la Iglesia,  que hace pocos años,  en el Concilio Vaticano  II,  le rindieron el torpe  homenaje  de ponerla  en su sitio… advirtiendo sobre  la exageración  del culto  mariano, porque lo consideran peligroso  para el ecumenismo. Una medida acaso  conciliadora, tristemente conciliadora  y de aproximación  a los “hermanos  separados”, como con cierto eufemismo se acostumbra llamar a los herejes y cismáticos  protestante que niegan los atributos  excepcionales de la Virgen Maria.
Los griegos recuerda  Don Gaspar  en un reciente  artículo, escribían con letras  de oro en la base de las estatuas de Maria  el motivo de ese culto  preeminente: Theotokos,  que quiere decir  Madre de Dios, designación  defendida por San  Hipólito de Roma  y definida en el Concilio, dogmático,  de Efeso del año 431. Porque en ella se da la unión  hipostática del Hijo de Dios con la naturaleza humana. Por lo tanto es, sin pecado concebida y no sufre  la corrupción  de la muerte.
Jesus y Maria son objeto de una misma voluntad  divina. Nadie está hablando de una diosa,  sino de la más  excelsa de las criaturas  nacidas al soplo  creador de Dios, llevada junto a EL,  en cuerpo y alma , y permanente intercesora para  beneficio  de la humanidad, inclusive  de quienes  la desoyen  y la ofenden.  Perdonar  es su oficio  porque nos ama como Cristo, con todo su corazón.
En estos años de tantos desconcierto, hasta el punto  de que la actual crisis de la Iglesia  sea considerada como la más  profunda  en todas  su historia,  más grave que cada una  de las doctrinas heréticas o  cismáticas y mayor aun  que la reforma protestante,  tenemos que orar  a la Virgen, hermanos, por su Santidad,  Juan Pablo II sobre quien recae una difícil  tarea y una excepcional responsabilidad. El Papa es como Juan, el discípulo amado,  al pie de la Cruz. Su misión desciende  de los labios del Crucificado: “Ahí tienes a tu Madre”. María es amorosa  pero no es débil.  Se la representa pisando  a la serpiente. Pisando al demonio. Protegiendo a la Iglesia. Atender al consejo  maternal de María y desechar  la perfidia del demonio es la misión que Dios señala,  al Santo Padre  y a todos los católicos, unidos por el amor  a Dios y a su  Santísima  Madre.
Nos aproximamos, sin embargo, al abismo. Esto no necesita  de comprobación especial. Está a la vista. En todo los órdenes. Por ello  el ejemplo  de Maria es salvífico y al mismo  tiempo  dimensional para calcular la magnitud de nuestros errores. Prestemos  atención  a la escena del calvario. ¿Qué es lo que pasa allí? Agoniza un hombre. Su madre lo acompaña. Ese hombre es el divino Salvador. Sin El  estaríamos  perdidos. Pero la verdad es que  contra El, libre  y absurdamente nos estamos  condenando. Olvido impresionante del evangelio. “Yo he venido  a poner  fuego en la tierra  ¿Y que  he de querer  sino que arda? … Pensáis que he venido a poner paz  en la tierra? No, sino  desunión “. Ya se entiende: guerra y no paz  al error  y al pecado.  La paz de Dios  es la conformidad con su Divina voluntad. Esta es la paz  que nos dejó y esta es la paz que deseamos para el mundo. La paz no es el silencio de los sepulcros sino  el cantico de alabanza a Dios, “Paz en la tierra” ¿a quienes?  “a los hombres de buena voluntad “es decir  a los  son de la verdad, a quienes siguen los consejos de Maria. La exaltación de la Madre de Jesus solo puede acarrear gracias abundantes  para esta pobre  humanidad  envilecida que rechaza los valores esenciales como,  por ejemplo,  los dela familia. No podemos,  no debemos,  no tenemos derecho a renunciar a estos valores.
Si Maria hubiese sido como  las Marías de nuestro tiempo, que abortan con tanta facilidad  y escasez de escrúpulos,  no tendríamos esperanza, así de simple y definitivo. Pero la soberbia  demoniaca que se agita en el mundo  desde siempre, se ha enseñoreado  actualmente en el corazón  de los hombres. Y ahora somos árbitros de vidas inocentes.  Los revolucionarios,  los liberadores, los modernistas, los hombres de avanzada, los librepensadores, los legisladores, los enemigos de la pena de muerte, son asesinos. Han implantado en varios países el aborto legal. Y acosados o no,  por su conciencia, en ocasiones han recurrido al expediente dudoso, por decir lo menos, de la consulta popular,  como si la ley Dios pudiera estar sujeta a la opinión  de las multitudes.  Es el revés  hermanos. Las multitudes deben sujetarse a la ley de Dios. ¡Pobre democracia! “El número  no hace la verdad “.
Miles de miles inocentes son extraídos del Claustro materno. Hemos visto partir  de países escandinavos aviones  repleto de mujeres  jóvenes y hermosas  que iban,  todo gasto incluido, a abortar a Londres. Y en Nueva York, la ciudad  talmúdica por excelencia, el golpe de los cráneos en los recipientes metálicos es un repique llamando al Cielo para que llueva fuego. Las Cartas de los derechos humanos a las que  el poder  pagano inciensa hipócritamente, registran el derecho a la vida. ¡Gran novedad! No matar es un mandato divino  que desde hace más de tres mil años está  grabado en las tablas  de la ley  que el Señor entregó al pueblo elegido. El Decálogo es la mejor  pauta  para el comportamiento humano. Pero hay quienes, como amnistía internacional, con sede precisamente en Londres, se horrorizan de las víctimas de los desórdenes latinoamericanos y acusan a estos y a otros pueblos, de atentar contra los derechos humanos tras dudosas investigaciones que culminan  en enfáticas condenas. Por nuestra parte, sin cohonestar las muertes en guerra  subversivas-represivas, nos preguntamos, hermanos, ¿con que títulos morales pueden emitir juicios los poderes humanos que en sus propios lares autorizan la matanza de inocentes e indefensos seres humanos? Recapaciten los autores  de semejantes  tropelías y vuelvan sus ojos a los vientres de sus esposas y sus hijas, y defiendan el derecho a la vida que allí palpita y ellos pregonan  respetar.
Lo más doloroso es que naciones  tradicionalmente católicas han seguido  el mal ejemplo. Y se percibe, casi se diría que se palpa como hecho físico, como una cosa repugnante a los sentidos, la campaña insistente y diabólica, que podría enarbolar banderas negras, en países como el Perú donde todavía  el aborto  es un crimen. Se desliza así el engañoso argumento de que preferible es el aborto clínico legal que el practicado por empíricos, a fin de salvar a muchas madres desesperadas. ¿Y a los hijos, quien los salva? Lo que se propugna es el homicidio aséptico. Igualmente reprobable es el criterio  de que solo la madre  puede decidir sobre el aborto. ¡Donde está el fundamento moral de semejante licencia para matar? La libertad de la persona  consiste en la capacidad  de elegir el bien  en vez del mal. La libertad, hermanos, no es el mundo de la gana sino la más comprometida  de las facultades del hombre. ¿Y en que consiste  el bien  en un embarazo no deseado? En acatar el quinto mandamiento, asumir con entereza la responsabilidad  consiguiente, y amar y defender al hijo que se agita en las entrañas de la madre.
A lo expuesto se suma  el otro aspecto del problema: la prevención artificial  - no natural-artificial,  de los nacimientos. Para esto corre mucho dinero por el mundo. Y se esgrimen  todos los argumentos posibles para considerar  el control  demográfico como una  necesidad  perentoria. Unas veces con sofismas seudocientíficos o simplemente estadísticos, otras veces con cinismo economicista, se arguye y se compra, se engaña  y se ofende  la función suprema  de la mujer.  El presidente Johnson de los estados unidos,  en memorable alocución ante la Asamblea de las Naciones Unidas, sostuvo en celebración  del vigésimo aniversario de la organización, estas reveladoras ideas: “Actuemos  sobre el hecho de que 5 dólares invertidos en control  de población equivalen a 100 dólares invertidos en crecimiento económico”. Hay que agradecer, por lo menos,  la franqueza o el cinismo  de ese mensaje, porque nos pone sobre aviso en el Perú. Y tanto más  después de las experiencias practicadas en países vecinos hay en nuestro medio  mal disimuladas veleidades  controlistas  que instrumentalizan el sentido espiritual  o religioso  de la “ paternidad  responsable”, erigido sobre continencia , ovulación  y ritmo, introduciendo los procedimientos mecánicos o químicos aplicados por los estados u organizaciones internacionales, como la Fundación  Rockefeller y la fundación Ford, absolutamente rechazados por la iglesia. No, no es paternidad responsable recurrir a estos métodos  artificiales. Como sostuvo Gibson en la Asociación  Americana de la Población “El hombre necesita salus  material,  pero no al precio de perder su alma. A esto no hacen excepción las dificultades  ecológicas que surgen  del aumento  o desequilibrio  de la población”. Durante el año  de 1984 el gobierno del Perú agradeció  al de los EE.UU. por la donación  de cuatro toneladas de píldoras anticonceptivas, realizando una política diametralmente opuesta a las enseñanzas de Juan Pablo II. Detrás de todo  está el egoísmo. 15 dólares en vez de 100! Que poco vale la vida  de los demás para quienes así  piensan. Y la campaña arrecia ante la blanda  actitud de nuestros obispos alcanzando lo más altos  estratos gubernamentales. Continua la ayuda”  de EE.UU no para aumentar la producción  de alimentos para bebes, sino  para impedir  su nacimiento.  Lo dicho: se pregona amor  a los niños, pero solo a los sobrevivientes. Señores, gobernar es también  asumir una responsabilidad  ante Dios. No lo olvidemos.
El llamado derecho  de información  es otro de los argumentos  controlistas que no podemos  compartir. Presten atención, hermanos  que no escuchan, a esas encuestas frecuentes  que algunos medios de comunicación  social deslizan “inocentemente”. Se le pregunta a una docena  de madres humildes cuantos hijos tienen. La respuesta varía entre siete y diez hijos. Y entonces el encuestador  lanza el dardo:¡ Sabe usted de los medios  apropiados  para no tener tantos hijos? La mujer sonríe nerviosa  y confiesa su ignorancia. La conclusión que se nos propone es dar  información  y dejar luego que la pareja decida. Si como lo enseña el Magisterio  Eclesiástico, la anticoncepción  artificial es moralmente mala, el ofrecimiento de información  es exactamente  como emplear  los fondos del erario público  en hacer lo mismo  y agregar  servicios gratuitos, sobre prostitución, drogas estupefacientes y bebidas alcohólicas, para que luego  cada cual  elija. ¡¿Cómo les parece?!
Recordamos un decisivo pasaje  de la pastoral  del Cardenal Concha, de Bogotá, en 1967:  “ A nadie  le es licito proponer a los padres  de familia  el uso  de métodos anticonceptivos condenados por la Iglesia Católica, con el falso pretexto de que  se hace  dejando en libertad  a los padres  el usarlos o no usarlos”.
El otro ejemplo  saltante  de María  es su pureza  y lealtad familiares. La familia tiene un sino espiritual. Por eso el matrimonio alcanza  la dignidad  de sacramento. La Sagrada Familia  es ejemplo. Ejemplo de lealtad, unidad y cohesión. Y gira  en torno  a la mujer. La mujer es hogar,  la mujer es continuidad,  la mujer es dolor y amor. Y el hombre, el esposo, ejemplarizado por José, es responsabilidad  y lealtad, guía y protección, trabajo y espíritu. Pero, atención, hermanos, excluir del matrimonio el sacrificio  es excluir  la idea cristiana del matrimonio.
Comparemos, hermanos, comparemos con cuanto nos rodea.- El divorcio ha pulverizado  a la familia Peruana. Nada  de este ejemplo bíblico  tiene ya vigencia. Y se va al matrimonio  con la idea preconcebida  de divorciarse si las cosas no marchan como se desea. Es más, ya no se va. Ahora, la moda, aquí, en el Perú, es el amancebamiento o trato ilícito y habitual  de hombre y mujer. Por la brecha del divorcio  se ha llegado  a la disolución  total de la vida familiar.
Ya nada  nos puede impresionar, ni siquiera  la decisión del arzobispo de Marsella en la Semana Diocesana de 1976, sobre la posibilidad,  para los sacerdotes, de bendecir con una pequeña ceremonia  religiosa a los novios  que quieran usar  del matrimonio sin recibir  todavía el sacramento. Y no fue suspendido a Divinis. El sirvinacuy de nuestros aborígenes, o matrimonio a prueba, no es otra cosa  que la herética  autorización  de ese arzobispo que dice ser católico.
Frente al divorcio  corresponde a los hombres  de Derecho dar ejemplo  de honradez. Sabemos bien que una ley  sin fundamento  ético  es pura arbitrariedad. Y nadie hasta ahora ha podido demostrar  que el divorcio es moral. Claro, si en la constitución  de los estados  se borra  la confesionalidad católica, a veces a pedido  de la Secretaria de Estado del Vaticano, en provecho de un pluralismo  desintegrado, se carece entonces  de la norma positiva orientadora para  equilatar el fundamento ético de las leyes.  Pero queda la doctrina  y permanecen los principios  que hemos jurado defender. Y estos  nos dice que los abogados no debemos aceptar causa del divorcio  y los jueces no deben concederlo. ¡Resistencia a la ley?  Si, resistencia a la ley cuando la ley es inicua y contradice el Evangelio. “Dejara el hombre a su padre  y a su madre  y juntarse  ha con su mujer.  Y los dos compondrán sino una sola carne. No separe, pues,  el hombre  lo que Dios ha juntado “. A si está escrito  y así  tendrá que ser.
Deseamos ardientemente  que nuestros  obispos  asuman  una clara y rotunda  participación  en la vida  de la comunidad nacional, batallando en defensa  de la familia, de3 acuerdo con las enseñanzas del dogma  y la tradición. Porque hay confusión  en la grey. Y las palabras han sido vaciadas de su contenido autentico para dotarlas de nuevas y heréticas acepciones. La función  de los obispos – lo recordamos con respeto – es hablar. No en vano su cargo  tiene el nombre de cátedra. Que la cátedra del Perú  haga eco  del magisterio de la Iglesia, vigorosamente, en defensa  de la vida  para avanzar contra la corriente  homicida  que amenaza a nuestro pueblo.
Recordemos con  monseñor  Lefebvre la necesidad  de escuchar a la Virgen. No hace mucho el ilustre  prelado decía: “ Que cristiano  consciente,  que católico piadoso no experimenta hoy la necesidad de orar,  de hacer penitencia,  en las circunstancias actuales del mundo? Estamos en cierta manera  como aquellos que en Cana invitaron  a sus amigos a las bodas  y que, al acabarse  el vino,  se volvieron hacia la Madre de Dios con miradas suplicantes  para Ella se dirigiera hacia su divino Hijo  y les disipara la preocupación  de no poder  ofrecer más vino  a los invitados. Entonces Maria se volvió a Jesus y le dijo: ya no tienen vino. Fue entonces  cuando Jesus realizo  el milagro de transformar el agua en vino. ¡He aquí que la imagen de la situación  en que nos hallamos hoy! También nosotros  volvemos nuestras miradas  hacia la Virgen  Maria… porque el vino no es sino el símbolo de la sangre  de Jesucristo, quien nos da la vida divina. Escucharemos, pues,  la palabra de la Santísima Virgen,  que dijo  a quienes venían a pedirle ese milagro: Haced todo  lo que Él os diga. Y bien, nosotros también tomamos  la decisión  de escuchar a la Virgen Maria  y de hacer  todo lo que Nuestro Señor nos dice”.
Hermosas palabras. En la Cruz Cristo nos ha dicho:” He aquí a tu madre”. Y por eso hemos de escucharla, como en Fátima y en Garabandal, demandando  nuestra real  y efectiva  adhesión  a la voluntad  de Dios.
Maria intercede,  como en la boda de cana, y su hijo  la atiende tanto  que no habiendo llegado  todavía  su hora,  sin embargo realiza  el milagro por amor a su madre. Hay vino para los invitados, como habrá salvación  segura,  no para todos  como quieren  algunas sectas  protestantes, sino para los que acaten  la ley de Dios.
Esta intercesión al pie de la Cruz dulcifica la  demanda salvífica de Cristo. Él nos dirá,  como explicaba  Victor Andrés Belaunde, maestro de nuestra juventud “Yo te he dado mi sangre. Dame tus lágrimas”. Pero, agregamos, Maria, abogada nuestra, se interpone  para decirnos “Yo he dado mis lágrimas.  Danos tu amor”. ¡Maria corredentora, Maria de los siete puñales, Maria de los dolores,  sufre y pena también por nosotros  y dulcifica y amengua la exigencia que desciende de la Cruz! ¡Ay, Maria que nos inundas  con tu celestial fervor!  Eres digna de todas las gracias.  Y por eso nuestras letanías a Ti  son como rosario de místicos piropos: ¡Estrella de la mañana, Rosa mística, Puerta del Cielo, Torre de Marfil, Reyna de la paz! Ruega por nosotros. Amen.
Cuarta palabra
“DIOS MIO, DIOS MIO ¿POR QUE  ME HAS DESAMPARADO?
De pronto Jesus ha lanzado  al cielo  estas misteriosa  e impresionante  pregunta, que tiene visos de angustia  y de protesta. Sin cultura religiosa esta cuarta palabra  de Cristo en la Cruz movería a  escándalo. ¿Cómo… Él no es Dios? ¿Solo es un hombre como nosotros?  ¿Por qué reclama como un hijo abandonado  por su padre? La fe parece tambalearse. También los hombres  sin fe  se alzan contra el cielo  ante una desgracia lacerante: la muerte de un ser amado, la injusticia sufrida  en carne propia, el dolor infecundo que para lanza del Vasto es el infierno mismo. ¡Cuántas veces  hemos escuchado gritarle a Dios un aterrador porque! Como queriendo emplazarlo  demandándole una explicación. El motivo puede ser cualquiera: un inocente que sufre, un niño  que muere, un ser amado que traiciona. Y no hemos querido  entender  que nuestros males  no tienen no tienen su causa en Dios sino en nuestra naturaleza  pecadora. Pero, además, ¿Quién puede descifrar  los altos designios de Dios? Parece necesario recordar  su palabra reprendiendo a Job: “¿Pretendes tu acaso invalidar mi juicio, y condenarme a Mi por justificarte a ti mismo?”  (Job 40). “¿Quién  me ha dado algo  primero, para que deba restituírselo?2 (Job 41). “ ¿Sabías tu entonces  que hubieses de nacer  y estabas instruido del número  de tus días?” (Job 39)  “¿Dónde estabas cuando se formó en masa  el polvo de la tierra, y se endurecieron  los terrones?”(JOB, 39).
“¿Quién de los mortales  le quitara a leviatán la piel  que lo cubre?” (Job, 41).
Hermanos: Hace falta humildad,  conformidad,  espíritu de sacrificio, hoy casi totalmente  perdido  y, sobre todo, fe en Dios.  Acatemos sus juicios  aunque no logremos descifrarlos. ¡Misterio! El misterio  nos circunda  y nos prueba.  El misterio nos redime  y nos salva. Bien  merece  la ofenda  de nuestro amor.
¿Qué  significa  entonces  esta cuarta palabra? Nada  menos que el  misterio  de la Redención. Cristo no está blasfemando, ni rebelándose contra su destino, si no  repitiendo el salmo  XXI  de David, compuesto ¡ mil años  antes ¡ En el extremo de su dolor y de su vida  da testimonio  de que la Profecia  se está cumpliendo. En ese hermoso  salmo leemos:
Dios mío,  Dios mío, ¿Por qué  me has desamparado?
¡Lejos estas de mis plegarias,  de las palabras de mi clamor ¡
Todos cuando me ven se mofan de mí,
Tuercen los labios,  mueven la cabeza:
“Confía en el Señor: ¡que le libre!
¡Que le salve si le aman ¡”
Como agua me disuelvo
Y están descoyuntados todos mis huesos.
Mi corazón ha quedado como cera,
Derritese en mis entrañas.
Seca esta  como una teja mi garganta
Y mi lengua está pegada a mis fauces,
Y a polvo de muerte  me has reducido.
Porque me rodea  multitud de perros,
Una caterva de malhechores me cerca.
Taladraron mis manos y mis pies,
Contar puedo  todos mis huesos.
Más ellos miran,  y de verme se gozan;
Repartense entre si mis vestiduras,
Y sobre mi túnica echan suertes.
Ciertamente, hermanos, es la hora del calvario  anunciada por David. Jesucristo pertenece a la familia de David, de la tribu de Judá, de Belén en la tribulación ha recordado el verso inicial del poema del gran rey, su antepasado lejano y cercanísimo anunciador; porque el profeta se hace presente  en el cumplimiento  de la promesa por la anunciada. La Profecia  no es una afirmación  que se deja atrás  en el discurrir del tiempo. Ella es, por su propia naturaleza, continuidad  y permanencia hasta su cumplimiento. Después se transforma en experiencia. La Profecia de David  en el salmo XXI ha tenido la virtud señalada al vivir en la tradición del Antiguo Testamento. Y, ahora, a partir de su ejecución, con abandono, mofa, blasfemias, tortura, claveteo de manos y pies,  y reparto de vestiduras del Divino Salvador, será historia, experiencia, pasado esclarecido. Más  no sorpresivo como un hecho inesperado. Lo admirable de la Profecia es su trayectoria  anímica: el anuncio,  la espera,  el cumplimiento. Quizá porque, como decía Gabriel Marcel, la espera solo es posible en un mundo  donde hay lugar el milagro. Esto nos plantea una angustiosa pregunta. ¿Hay lugar para el milagro, es decir, para su aceptación en los cuadros jerárquicos de nuestro tiempo?  El Papa Juan Pablo II  durante su primera visita  a Alemania se refiere  al Tercer  Secreto  de Fátima  ante los alumnos universitarios que lo entrevistan. Pero después leemos al cardenal  Deskur calificando de “leyenda”  o “pseudo Profecia”  o “pseudo revelación”, el texto entregado  por sor Lucia con el mensaje de la Virgen  para ser difundido  en 1960.  Por eso la pregunta. Una circunstancia nos preocupa: ¡como negarlo! Las profecías  de los últimos tiempos  han sido realizadas  por la Virgen  Maria.  Y Ella es el tropiezo mayor  de los ecumenistas porque la Madre de Dios y de la Iglesia, Corredentora del género humano,  y mediadora de todas las gracias, no es acatada con todo  estos legítimos títulos por los protestantes, los idolatras y los paganos.
La Profecia, hermanos supone la espera  que solo  será esperanza si se proyecta  hacia el Bien. Y castigo  o desesperanza  si se dirige  hacia el Mal.  La crucifixión,  con todo lo terrible  que implica, está  dirigida hacia la Redención. Por eso fue una esperanza, hecha realidad en el día más importante  de la historia.
Queda por explicar, de todos  modos, las primeras palabras  del poema de David, que  escapan  como un suspiro  de los labios resecos de la Victima expiatoria.  Es cierto que Jesucristo está abandonado. Abandono externo  e interno. Condición necesaria  para cumplir su Misión  salvífica. En otras palabras,  debía quedar  a merced de sus enemigos. Y Él lo sabía.  Este abandono  lo hace el espíritu Santo  que deja de protegerlo, no obstante  de que  en virtud de las circunminsesion o perisoresis, donde esta una  de las tres  Personas Divinas, están las otras dos, sin separación ni confusión. ¡Otra vez el misterio  y otra vez la fe! El Espíritu Santo no se apartó  como Persona.  Tampoco el Padre. Todos estaban en la Cruz. Simplemente  ceso la protección. Ceso desde que Jesus  se enfrentó  a la turba que venía  a prenderle. Recordemos la escena del Huerto de los Olivos. Jesus ha terminado de orar  y sudar sangre.  Despierta a los discípulos  y les anuncia  que ha llegado la hora en que “será entregado  en manos de los pecadores”  (Mateo, XXVI, 45). Judas se adelanta  y le da el beso traidor,  señal convenida para mostrar  a la Victima.  Nuestro Señor  sale a su encuentro y les dice: “¿A quién  buscáis?”. La respuesta es concreta: “A Jesus Nazareno “. Diceles Jesus: “Yo soy”  Y nos relata  Juan que apenas escucharon  aquel ¡yo soy! “retrocedieron  y cayeron  en tierra “(XVIII, 6). Quizá, hermanos,  esa fue la última defensa  del Espíritu Santo. Luego,  de nada valió  que Pedro desenvainara su espada.  Jesus, lo detuvo  anunciando a sus verdugos algo aterrador: “esta es vuestra hora  y el poder  de las tinieblas “.  (Lucas, XXII, 53). Una afirmación realista que sacude todas nuestras fibras. Y tanto más cuanto que, hoy mismo, estamos a punto  de repetirlas  a los enemigos de N.S.J.C., a los  judíos talmúdicos,  a los masones, a los modernistas, marxistas, progresistas,  liberales,  a los  infieles,  cismáticos, herejes, paganos, idolatras, ateos,  que han penetrado  en el huerto  de la Iglesia para prender  y destruir el Cuerpo Místico del Divino  Salvador. La consumación  del prendimiento  contemporáneo,  está confirmada  por  Paulo VI.  Y la percibimos  directamente con hondísima  aflicción.  El “humo de satanás…,  la autodemolición  de la Iglesia…” Veredicto desgarrador,  hermanos,  conciencia de una traición.  Aceptación de una crisis  que no  se intenta conjurar que acaba  de ser reafirmada en sus causas durante  el Sínodo extraordinario de 1985 al declararse: “Celebramos el Concilio Vaticano II. Como una gracia de Dios y un don  del Espíritu Santo”. ¿Una “gracia de Dios” la “autodemolición “?  ¿Un  “don  del Espíritu Santo”  el “humo de Satanás”?  ¡Tinieblas hermanos, tinieblas y rechinar de dientes vivimos  hoy en este  Viernes Santo,  cuando estamos  más cerca  de Judas que de Dios!
“Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has desamparado “ Jesus sintió en lo profundo  de su alma  lo que llamamos desolación.  Aquella aflicción  causada por la soledad  interior.  La experiencia personal nos ilustra.  Cuantas veces nos hemos  sentido solos en medio  de una multitud. Pero esa soledad  nos anonada  cuando es interior.  Entonces tenemos  una sensación  de vacío,  que nos trae paz  sino angustia.  Nos hiere con  con espadas  de seda  y asfixia con la ausencia o el desamparo.  Solo Dios  puede curar  esas heridas  y colmar  nuestros anhelos, poblándonos, nutriéndonos y salvándonos.  No basta  que Dios habite entre nosotros. Hace falta,  además,  que habite  con nosotros, para que vivamos en El.
Nuestro Señor experimentaba,  pues, la desolación  que sigue al abandono.  Sin embargo, ¿no se han preguntados ustedes, hermanos, porque tenía que ser Jesus y no un hombre enviado por El, quien redimiera con su muerte  al hombre pecador? Hubiera sido una reparación  imperfecta. Tengamos presente  que la  magnitud de la ofensa, está  en relación  con el sujeto  ofendido. Y el pecado del hombre adquiere una gravedad  inconmensurable porque ofende a Dios. Toda medida  es en este tema  de la Redención  de un tamaño que escapa  a nuestro entendimiento. No alcanzamos a imaginarnos  la eternidad porque nuestra  experiencia sensible es insignificante. Y tenemos que  contentarnos  con saber que lo finito postula la idea  de lo infinito, como lo temporal a lo eterno. De todas las notas o potestades que caracterizan al Dios  personal,  uno y trino,  solo podemos tener  una vivencia valedera por la fe.  Se ha dicho que “la fe mueve montañas”. Agreguemos con reiteración pedagógica que por la fe salvamos  los  abismos del misterio.
 El conmovedor “Dios mío, Dios mío ¡ Porque me has desamparado?” tiene una connotación importantísima: es el mensaje  de Cristo  a su pueblo, al pueblo  que no lo recibió, al pueblo que exigió  su muerte. El pueblo elegido esperaba  al mesías. Estaba anunciado. Pero en su espera deformó  el sentido redentor  de la Nueva Alianza, canalizando, temporalizando, mundanizando la gran promesa. Al cabo del pueblo judío aguardaba un caudillo  cuando nació Jesus. No quería propiamente  un salvador, sino un jefe  que le diera  el control del mundo, la revancha  contra las naciones  que lo habían sometido  y expoliado. Y no creyó en Jesus. Solo un pequeño  grupo  de elegidos creyeron  en El. A estos,  lo dice la  Escritura, “dioles potestad de llegar  a ser hijos de Dios”  (Juan, I, 12). Era, pues,  necesario  que, cumplida su Misión Salvífica,  Nuestro Señor  le dijera a ese pueblo  incrédulo  que la muerte del Crucificado era el cabal cumplimiento, palabra por palabra, hecho por hecho, de lo anunciado por el profeta David.  Si, para que los judíos  tuvieran conciencia de su falta y se arrepintieran de la tremenda ofensa. 
No lo entendieron así los barbaros que escucharon desgranarse de los labios  divinos  las palabras  del abandono. Torpes, cegados por el odio, embrutecidos por el maligno, al escuchar “Eli, Eli…”,  voz hebreo-siriaca, olvidaron que denota a Dios  en el sentido  de “Mi  fuerza”  y, turbados, se miraron  entre si  preguntándose  si Cristo no estaría llamando  al profeta  Elías. Eli es la fuerza que me defiende  o sostiene  contra mis  enemigos, vale decir el Espíritu Santo. Desde entonces el pueblo  judío tiene dos vertientes: la cristiana  y la talmúdica. La misericordia  de Dios  ha puesto  a los primeros en la posibilidad de salvarse, en tanto que a los otros,  a los de aquella época  y a quienes a lo largo  de los siglos  persisten  en rechazar al Mesías  y aprobar  el deicidio , los considera “hijos  del diablo “ (Juan VIII,44), No sin antes decirles cara a cara “ tratáis de matarme , porque  mi palabra  no halla cabida  en vosotros”. Esto lo dice, señores  el propio Jesucristo. No es cosa de comentaristas.  La Sagrada Familia  es judía, como los profetas  que los antecedieron  y los apóstoles  y mártires  de los primeros  siglos. La religión  cristiana posee todas las características  de la espiritualidad  trascedente del pueblo  elegido,  su Antiguo  Testamento  es de la  Cristiandad, como  el Nuevo Testamento es la continuación  verdadera del antiguo. Y David, citado por Jesus en el Calvario,  pertenece a la Cristiandad.
Por eso, cuando en los años  presentes advertimos  un movimiento  eclesial  que pretende  descargar  de responsabilidad deicida al pueblo judío,  y la más  encumbradas  autoridades  de la Iglesia  prometen  respeto a los seguidores  de Anás y Caifás, a los  “  hijos  del diablo”  según el evangelio, y el Papa acude a la sinagoga romana para rezar junto a un rabino, nos preguntamos  si esto es posible  atendiendo  a las enseñanzas  de Nuestro Señor  Jesucristo continuadas  por sus apóstoles.  Y repetimos  con santo temor que “Cualquiera que niega al Hijo, tampoco reconoce al Padre” (Juan V, 12).
“En esto se conoce al Espíritu de Dios: todo espíritu que confiese que Jesús es el Cristo, venido encarne, es de Dios.  Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios sino del Anticristo, de quien habéis oído que viene, y ya ahora está en el mundo” (Juan, IV, 2,3).
Lo está, qué duda cabe. El poder judaico controla al mundo. Desde los niveles más bajos ha sabido avanzar capitalizando las debilidades de los cristiano.  Y mediante la usura,  convertida en banca y moneda, imperio del oro y emisión del dólar; la internacional masónica, sistema de sociedades secretas que penetra y captura las clases elevadas; y el marxismo, cual instrumentaliza para manejar la internacional proletaria, para manejar la internacional proletaria, al Gran Sanhedrín de los tiempos modernos ejerce un imperio que sólo nuestra falta de sensibilidad y espiritualidad, puede soslayar o ignorar.  Los medios de comunicación, los que forman la llamada opinión pública, están en sus manos : agencias informativas, cadenas de diarios y revistas, el cine y la televisión, cubren el mundo con sutiles formas de quebrantar la moral cristiana.  Wall Street es una de sus guaridas.  Pero los judíos se distribuyen por todos los continentes, con o sin Estado de Israel.  Han domeñado a todos los gobiernos más poderosos y a las organizaciones internacionales, hasta intentar mediante la llamada Comisión Trilateral, neocapitalista, el soñado gobierno mundial, donde la idea de Dios desaparecerá, lo dicen ellos, para dejar paso a una humanidad manejada por la mano enguantada de los ordenadores.   Nada de esto es ficción, sino espantosa realidad.  ¿Cómo nos puede llamar la atención que se acuse a la Santa Sede de tener un centenar de dignatarios pertenecientes a las logias masónicas? ¿No es sintomático, por decir lo menos, que la excomunión de los masones sea ahora gracias al nuevo Código de Derecho Canónico, una disposición desaparecida? Apenas sí, se deja todavía que el tema sea materia de interpretación cambiante de los Secretarios dela Congregación para la Doctrina de la Fe.
Recordemos, hermanos, las palabras de San Pío X citadas por nosotros al explicar la Primera Palabra : Los artífices del error se ocultan en el seno y gremio mismo de la Iglesia.  Esto explica por qué la crisis de la Iglesia reaparece en cada comentario de las Siete Palabras como el tema de una sinfonía enlazando todos sus movimientos.
Embozada o desembozadamente, según sus intereses, el judaísmo talmúdico, enemigo teológico del judaísmo cristiano, dirige la gran conspiración, coludido con todos los adversarios de la Verdad revelada.  Nada más lógico, entonces, que volvamos nuestros ojos hacia Roma.  Pero ¿qué dice Roma?  Lamentablemente Juan Pablo II ha dicho al Comité Internacional de contacto entre la Iglesia Católica y el judaísmo, el 28 de octubre de 1985, que está “Inaugurando del todo una nueva era en esta relación”.  ¿Qué ha pasado? ¿Los judíos se han convertido, como lo anunció Pablo en su carta a los romanos? No.  Nada ha pasado.  Todo sigue igual. ¿Entonces? ¿Por qué “una nueva era”? Ah… es el signo de los tiempos…  la referida Comisión dio a publicidad unas “Notas” donde leemos : “Deberíamos así asumir nuestra responsabilidad de preparar el mundo a la venida del Mesías, operando juntos por la justicia social, el respeto a los derechos de la persona humana y de las naciones…”  Apabulla el entuerto, hermanos.  ¿Qué es esto de “preparar el mundo a la venida del Mesías” ¿Qué operación conjunta cabe con quienes niegan al Hijo? ¿Acaso Jesucristo puede ser puesto al margen porque incomoda en la “nueva era”?  Aplicando el Evangelio, que es la Palabra de Dios, y, siendo perfecta, no puede en consecuencia sufrir corrección, preguntamos : ¿Los rabinos de la sinagoga de Roma, los judíos del citado Comité Internacional, los cristianos que con ellos oraron o pactaron, unieron sus voces para confesar a Jesús?  No.  Para confesarlo no.  Y bien, entonces esos espíritus no son de Dios sino del Anticristo.  “Si no creyereis ser Yo el que soy, moriréis en vuestro pecado”. (Juan, VIII, 24).
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?
¡Qué tremenda desolación sufre la Iglesia Católica como resultado del Vaticano II y de su malhadada declaración sobre libertad religiosa!  Nostra Aetate afirma que todos los hombres de fe viva deben respetarse, superar cualquier discriminación, vivir juntos y servir ¡cómo no! A la fraternidad universal, que es el nombre masónico de una falsa religión con el Gran Arquitecto en vez de Jesucristo.  Pero… lo exige el ecumenismo.  Sólo que este ecumenismo transigente está condenado por el Magisterio de la iglesia y en particular por la encíclica Mortalium Animo de Pío XI.  No es lícito dejar a Cristo de lado para “vivir juntos y servir a la fraternidad universal”.  Por otra parte, en Casablanca el Papa ha dicho a los musulmanes : “Nosotros creemos en el mismo Dios, el único Dios, el Dios vivo”.  La tierra tiembla ante estas palabras.  La cristiandad se sobrecoge.  Y se oye la voz de un sacerdote que dice : “No, Santidad, nosotros los católicos no creemos en el mismo Dios en que creen los musulmanes. Nosotros creemos en el Dios que se reveló plenamente en Nuestro Señor Jesucristo; los musulmanes rechazan a la Santísima Trinidad como una forma de politeísmo.  Nosotros creemos en el Dios cuya Segunda Persona se encarnó en Nuestro Señor Jesucristo para redimirnos; los musulmanes rechazan la Encarnación y niegan la necesidad de la Redención”.
Y continúa el Padre Taveau : “Habéis dicho : Este testimonio de fe, que es vital para nosotros…. Se hace en el respeto a las otras tradiciones religiosidad…”  “No , Santidad.  El respeto de las otras tradiciones religiosas… equivale al respeto del error, y al error no se le respeta sino se le combate porque es contrario a Dios”.
La Carta Pública del ahora director de la revista Sí, Sí, No, No prosigue diciendo “Inmediatamente después agregasteis : “Estas son diferencias importantes que podemos aceptar con humildad y respeto en una mutua tolerancia”… Santidad, consideramos que es nuestra obligación deciros que, aún hoy nuestro ojos no dan crédito a los que ven.  Vos, el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo,  el sucesor de aquel que mereció el Primado por su Fe, vos habéis pedido tolerancia para la Religión Católica…. Vos habéis pedido para la Verdad reevelada aquello que se pide para el error”.
El salterio de David recobra plena vigencia.  Y sus versos iniciales escuchados en la cima del Gólgota, descienden hoy sobre la ciudad terrena, alcanzan a roma, entran en la Basílica de San Pedro y tocan a las puertas de los aposentos vaticanos, reclamando el testimonio de Dios ante los hombres.  Un solo Pastor y un solo rebaño, sí, pero sobre todo, una sola Verdad.  Dios mío, apiádate de tu Iglesia, ten misericordia de todos nosotros y ampara con tu Divino Poder a quienes no queremos abandonarte porque de todo corazón no deseamos morir protestantes, musulmanes, budistas o hinduistas, sino católicos, fieles a Roma en tanto Roma sea fiel a ti, Mi Señor y Mi Dios.

Quinta Palabra
“TENGO SED”

Hay palabras de Cristo en la Cruz que son del Hijo de Dios, mas hay otras que son propias del hombre.  Este “Tengo sed” sobre el que se precipitan con fervor los oradores para aplicarlo a las mil cosas de las que Dios puede tener y, sin duda, tiene anhelo de que le ofrezcamos nosotros, se presta a una retórica un tanto expansiva.  Que Cristo quiere esto y que Cristo quiere aquello.  Cristo tiene sed de cada una de las virtudes de que estamos dotados por su misericordia divina, es verdad.  Pero también lo es que el Hijo de María lleva casi veinte horas de padecimientos continuos : sudores de sangre, flagelación, marchas y contramarchas, nuevas afrentas, el Vía Crucis con el madero sobre sus hombros y esta crucifixión larga,  desangrante, entumecedora,  febricente, agoniosa, todo lo cual ha secado su boca.  Ya apenas si puede hablar.  Si lograse divisar desde lo alto del Calvario el marco de su sacrificio, vería un campo cubierto de verdor.  Llegaba la primavera.  Hierba fresca y trigales mecidos levemente por una brisa prometedora de alivio, bajo un cielo cargado de nubarrones.  Cristo se preguntará dónde está la samaritana, aquella mujer que al borde del pozo de Jacob le dio agua de beber y recibió el agua viva de Dios.  Y sus ojos, casi cerrados por falta de fuerzas, mirarán con la memoria la lejana escena de Moisés tocando con la vara de Dios una roca, para convertirla en manantial y saciar la sed del pueblo que ahora rodea a Cristo demandando su muerte. 
El Divino Salvador había prometido la gloria al que, en su nombre, diera de beber al sediento.  Pero nadie parece anhelar esa gloria.  Y por ello, desde el fondo de su alma, dolido y emplazador dice : “Tengo sed”.  No pide, no ruega, no llora por aquella gota de agua que mitigaría su aflicción.  Simplemente confiesa su sed, con dignidad, planteando un problema que no sólo es suyo sino de la humanidad.  ¿Quién saciará la sed de Cristo? ¿Quién tendrá el valor de ofrecerle el agua que Él está esperando?  ¡Nadie! Históricamente nadie.  El hisopo empapado en vinagre será mayor tormento.  Tendrá más sed.  Por supuesto, hermanos, el símil con los tiempos que han seguido al sacrificio del Calvario, salta a la vista.  Y mucho más ahora cuando la crisis de la iglesia y del mundo no es otra cosa que un enorme hisopo empapado en vinagre y hiel.
De las múltiples enseñanzas y aplicaciones que se derivan de la Quinta Palabra de Cristo en la cruz, creemos que en las presentes circunstancias la más notoria se refiere al sacerdocio.  Veamos porqué.
Nuestro Señor Jesucristo es esencialmente sacerdote.  Su función es la de ofrecer un sacrificio redentor.  El sacerdote, lo sabemos por definición es el personaje ungido y ordenado para ofrendar sacrificios a Dios.  Cristo se entrega Él mismo en sacrificio.  Su sacerdocio es así total, heroico, insuperable, santo.  Agreguemos, ejemplar.  He ahí el modelo para los sacerdotes de la iglesia por Él fundada.  La iglesia es continuidad de la obra de Dios y, por lo tanto, la iglesia es sacerdocio.  Cristo transmitió su sacerdocio a los Apóstoles en la noche del Jueves Santo.  “Haced esto en conmemora-ción mía”.  Y convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre.  A esto se reduce, en última instancia, la misión del sacerdote : a repetir el sacrificio, la ofrenda de Cristo; sin restar importancia a la predicación de la Buena Nueva, ni a la administración de los Santos Sacramentos restantes, en suma al Culto, al Magisterio y al Gobierno, funciones tradicionales.
Cuando tantos incrédulos que pululan dentro y fuera de la Iglesia se duelen de no haber presenciado algún milagro como los de las Sagradas Escrituras, o condicionan su fe a ese requisito, que les parece imposible de satisfacer, cuando quisieran ver hombres que resucitan, ciegos que ven, leprosos que se limpian, panes que se multiplican, he aquí que les bastaría mirar con atención hacia el altar de una Iglesia Católica y observar cómo cada vez el sacerdote, el verdadero sacerdote, realiza el milagro de la transubstanciación y renueva el Santo Sacrificio de Jesucristo, Nuestro Señor.
¿Cómo es ésto posible? Porque el sacerdote, el verdadero sacerdote, es un hombre ordenado por los obispos, que son los sucesores de los Apóstoles.  La gracia de la cual participan los sacerdotes es la gracia de unión.  No es la gracia santificante de la cual participamos por el Bautismo.  La gracia santificante nos libera del pecado original.  Los sacerdotes son hombres que participan de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo al participar de su carácter sacerdotalMonseñor Lefebvre explicaba muy claramente en su famosa homilía de Econe del 29 de Junio de 1976, que “la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo estaba penetrada por la divinidad del Verbo de Dios y es así que Él ha sido hecho sacerdote, que ha sido mediador entre Dios y los hombres”.  Y es de esta gracia que participan los sacerdotes.  Ellos también serán intermediarios entre Dios y su pueblo.  No serán solamente los representantes del pueblo de dios, ni serán solamente los presidentes de la asamblea. “Serán sacerdotes para toda la eternidad”.
Por supuesto, si un sacerdote, beneficiado con la participación de esa gracia extraordinaria que es la gracia de unión, no creyese en la presencia real de Cristo en las especies consagradas o pretendiera que Cristo no es el Dios-hombre sino un hombre-Dios, se estaría negando a sí mismo como sacerdote y como cristiano y, lo más grave, estaría renunciando al milagro de la Redención.  Si sólo se erigiese en presidente de una asamblea, en un repartidor de pan o en un vinatero generoso, estaría ofendiendo a Dios y engañando a la comunidad. Algo de esto hay en los predios eclesiásticos y por eso es obligatorio hablar de crisis.  Los liberales, modernistas y progresistas, junto con los francmasones, pretenden secularizar al sacerdocio despojándolo de su carácter sacramental y sobrenatural.  Ellos son los que nos dicen a cada paso : “El sacerdote es un hombre como los otros”.  Y por allí abren todas las puertas del mundo, del demonio y de la carne.
Desde el punto de vista intelectual, el racionalismo excluye todo misterio.  No acepta sino lo que el hombre entiende.  Y como entiende poco, rebaja la vida religiosa a la arbitrariedad de los hombres.  En evidente consecuencia el racionalismo es pluralista, puesto que no acepta la verdad objetiva.  Allí aparecen las religiones personales.  Estas que nuestros amigos, o familiares nos dicen con énfasis : “Yo estoy con la iglesia, pero eso sí, a mí no me parece que se debe ser humilde.  Te tratan como te ven.  Y si te rebajas te dan encima”.  O bien : “Lo que tú quieras, creo en Dios, pero detesto a los curas”.  O esta otra y usual expresión : “Todo está muy bien, pero no me impongan ideas.  Déjenme que yo elija”.  El Papa León XIII explicaba magistralmente cómo este racionalismo es la tendencia masónica vertida en insospechables formas de vida y pensamiento, absolutamente condenadas.
Vean, hermanos, cómo en la vida diaria, en los discursos de los líderes, en las noticias, en los comentarios, en las conversaciones incluso intrascendentes, está de moda el empleo de los términos pluralista, modernista, progresista y el de liberación, con un sentido de avanzada que descarta todo lo anterior.  Esta tendencia adquiere tonalidades más obscuras cuando penetra en el campo eclesiástico.  Y aparecen los curas de nuevo cuño, los de apertura a la dinámica de los tiempos, los porosos a las ideas evolucionistas, de los conciliadores con las herejías y los comprometidos con la revolución social.  Algunos obispos, desgraciadamente cautivos de estos errores, precipitan la crisis, que colma toda medida y se desborda.  Se hace mundana y mundial.
Hay hombres que están celebrando esta crisis.  Son los liberales  que, pese a las repetidas condenaciones, han insistido con tanta habilidad que ahora leemos confesiones de satisfacción y júbilo.  En su libro “El Catolicismo Liberal”, escrito en 1969, el senador Prélot,  de  Francia, dice : “Nosotros hemos luchado durante un siglo y medio por hacer prevalecer nuestras opiniones en el interior de la Iglesia y no habíamos tenido éxito.  Por fin llegó el Vaticano II y hemos triunfado.  En adelante la tesis y los principios del catolicismo liberal son definitiva y oficialmente aceptados por la Santa Iglesia”.
Hay triunfalismo en estas expresiones.  Y dolor, dolor profundo en nosotros.  ¿Dónde están las enseñanzas de Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos, donde la condena a los católicos liberales por Pío IX en su carta Per Tristísima y, sobre todo, en su encíclica Quanta cura, donde, en fin, las advertencias de San Pío X y Benedicto XV?  El Magisterio de los Papas ha reprobado insistentemente al liberalismo.  Y en el caso específico de S.S. Pío IX, satisfaciendo las cuatro condiciones para habla ex cáthedra o infaliblemente : Como Pastor y Doctor de todos los cristianos, sobre asunto de fe o de costumbres, definiendo la Verdad, y obligando a los fieles a aceptar el pronunciamiento pontificio.  Porque el Papa, al ser Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, tiene como misión ser enteramente fiel a la doctrina de Nuestro Divino Redentor, y custodiar y transmitir el Depósito de la Fe encerrado en la Tradición y las Escrituras.  El Papa tiene que ser y no debe dejar de serlo, jefe del tradicionalismo católico.  Sin embargo el Concilio Vaticano II contradice directa y claramente la encíclica Quanta cura mediante su “Declaración sobre la libertad religiosa” que fundamente el júbilo de los enemigos de la Iglesia.
Entre éstos, los masones celebran por igual otro de los muy lamentables errores del Vaticano II el cual es el ecumenismo transigente, una suerte de mercado común de ritos y creencias con herejes y cismáticos, que monsieur Marsaudon encomia en su libro “El ecumenismo visto por un francmasón”, porque para los masones semejante mescolanza de religiones facilita el debilitamiento de los dogmas.  Y los dogmas constituyen el punto de incompatibilidad esencial entre la masonería y la religión católica.  No por nada el Papa León XIII, de tan gratísima memoria, sentenció : “Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo prohibieron nuestros antecesores”.
Detrás de todo este movimiento anticatólico que afecta a la función del sacerdote  y a la Iglesia, repta el judaísmo deicida, enemigo implacable de Cristo y de su obra.  La Santa Sede ha suavizado su posición con respecto al judaísmo, pero hay suavidades que debilitan.  Y no parece haber encontrado correspondencia.  Israel acaba de prohibir el estudio del Nuevo Testamento.  Sin duda deber impresionante ser judío, pertenecer al pueblo de Nuestro Señor Jesucristo, ser como Él, como Pedro y los Apóstoles y, singularmente, como María, la Madre de Dios.  Nos referimos, en cambio, a la histórica y contumaz posición anticristiana de una parte del pueblo judío.  A la de aquellos que precedidos por su pontífices y ministros – son palabras de Juan – “alzaron el grito diciendo : Crucifícale”.  ¿La razón?  “Porque se ha hecho hijo de Dios”.
Lo que hemos afirmado al comienzo : Dios perdona.  Pero podemos estar seguros de que el Señor no desea que su Iglesia sea gobernada por judíos marranos, que no son verdaderamente católicos. ¿Cómo explicar entonces la elevación de un sacerdote judío hasta la altísima dignidad de arzobispo de París? ¿Será porque la colonia judía es muy numerosa en la capital de Francia?  No hay nada de equívoco en ello.  Ojalá que muchos judíos aceptaran el llamado de Cristo y vinieran a la iglesia por Él fundada.  Lo que nos conturba es la posición persona de monseñor Lustiger en declaraciones a “Documentation Catholique” del 1° de Marzo de 1981.  Preguntado ¿Habiendo sido usted mismo convertido, es usted favorable a la misión proselitista de la Iglesia en el ambiente judío y particularmente entre la juventud?  Respondió : “Proselitismo no, pues no tiene sentido, sería una infidelidad.  Tanto la fe judía como la cristiana es un llamado de Dios”.   ¡Increible…!  De modo que hacer llegar el Evangelio, el mensaje de salvación, a los judíos, ¿Sería ir contra la voluntad de Dios…?   Significativo rechazo a la predicación de Jesús y sus Apóstoles en toda Tierra Santa.  Considerar que la fe judía es un llamado de Dios equivale, a sostener que Dios hace un llamado para negar la divinidad de Jesucristo.  ¡Que feroz lanzazo ha clavado el arzobispo Lustiger en el costado de Cristo!  Pero, no importa… el liberalismo lo arregla todo.  Ya recibió el capelo cardenalicio.  Y el judío de la sede de París es ahora papabile.  Puede ser elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Después de todo esto,  ¿no es verdad, hermanos, que vivimos una crisis honda que sobrecoge a las almas.  La sed de Cristo ya tiene caracteres que nuestra imaginación no alcanza a concebir.  Es una sed metafísica, quizá la de mayor tortura en su espantosa agonía.  Pero no desesperemos, hermanos.  “Las puertas del Infierno no prevalecerán”.  Hagamos luz en medio de estas tinieblas : En la Iglesia hay factores divinos y factores humanos.  Las cosas divinas son buenas e invariables.  Las cosas humanas pueden ser buenas o pueden ser malas.  ¿Hay cosas malas en la iglesia?  Las hay, pero pertenecen a la esfera de lo humano.  Lo malo es cosecha nuestra.  Sólo Cristo y la Santísima Virgen fueron indefectibles.  Todos los demás seres humanos, el Papa, los obispos, los sacerdotes, y nosotros, los seglares, somos capaces de pecar.  Y como explica Tomás en la Suma Teológica, solamente no se puede desviar quien tenga por regla del obrar su propia mano; de esta manera por donde vaya irá bien.  Pero esto sólo lo tiene Dios.  En consecuencia, en la Iglesia hay cosas malas, que causan escándalo.  Pero es bueno saberlo para corregirlas.  No. No es cosa de acostumbrarse.  No podemos acostumbrarnos al mal.  Tenemos el deber de rechazarlo.  Por esto y con el debido respeto, no podemos compartir el criterio –que debió ser cristerio- del arzobispo de Arequipa, monseñor Vargas, cuando desde su anterior cátedra, de Piura, sostenía que esto “no debe sin embargo llevar a escándalo, pues no hay que olvidar que en la Iglesia, amada por Cristo desde todos los tiempos, coexisten los buenos y los malos.   El misterio dramático de una Iglesia pura con impuros… una comunidad santa por la Santidad de Cristo y pecadora por las negaciones de sus miembros, no es mayor novedad”.
Que nos disculpe su Excelencia Reverendísima, pero no hallamos fundamento para eximirnos del escándalo por las cosas malas que se dan en la Iglesia Católica.  Lo grave sería monseñor acatar  su consejo y no escandalizarse.  El escándalo implica una trampa, ardid o tropiezo que induce a pecar.  Es un hecho abominable que ofende a Dios y, por lo mismo, merece absoluto y total rechazo, sin que la falta de novedad pueda dejarnos confo0rmes con el pecado.  Refiriéndose al Concilio Vaticano II y sus consecuencias, monseñor Lefebvre se preguntaba  en carta al Papa Paulo VI “Queríamos que se nos explicase como el hombre puede tener un derecho natural al error? ¿Cómo puede tener un derecho natural a causar escándalo? ¿Cómo es que los protestantes que han asistido a la reforma litúrgica pueden afirmar que la reforma les permite en lo sucesivo celebrar la Eucaristía según el nuevo rito?  ¿Cómo es posible entonces que esta reforma sea compatible con las afirmaciones y los cánones del Concilio de Trento?  En fin ¿cómo se puede concebir el acceso a la eucaristía de personas que no tienen nuestra fe, el levantamiento de la excomunión para aquellos que se adhieren a sectas y organizaciones que profesan abiertamente el desprecio de Nuestro Señor Jesucristo y de nuestra Santa Religión, contrariamente a la Verdad de la Iglesia y a toda su Tradición?  Se trata de nuestra fe, por lo tanto, de la vida eterna”.
Nos escandaliza –hermanos- que la Iglesia Peruana no informe a la feligresía la autorización para decir la Misa de siempre, según carta –circular de octubre de 1984; nos escandaliza la comunión en la mano por seglares, por mujeres, por monaguillos, por los propios asistentes a la Misa, porque eso es sacrilegio.  Nos escandaliza que los templos católicos sean cerrados para los tradicionalistas y abiertos para budistas, musulmanes y protestante, como ha ocurrido en Europa.  Nos escandalizan las oraciones improvisadas, la inclusión de Marx en el santoral del Misal francés, las misas ye-ye de roma, las “experiencias litúrgicas” de la misa de marihuana, la misa con galletitas y whisky como elementos para la consagración, la misa de los adolescentes norteamericanos, con Coca Cola y sándwiches de salchichas, la misa de los negreríos en el Brasil y las de Papúa en el oriente, con danzarinas semidesnudas, mujeres con los pechos al aire subiendo al altar de Papa para leer la Epístola, danzarines brujos ahuyentando a los males a la hora del ofertorio, en presencia de Juan Pablo II.  Nos escandaliza el ecumenismo de la iglesia conciliar, que no exige conversión y acatamiento, sino desfiguración de los propio.  Y no podemos ocultarlo.  Nos escandaliza el homenaje del Papa a Lutero, condenado por el Concilio de Trento y por todos los Pontífices durante más de trescientos años.  Cuando el Papa Pablo VI confesó la “autodemolición” de la Iglesia, no sólo sentimos temor, también sentimos escándalo.  Y mucho más al conocer los pactos de Roma con la Logia Judía B’nai B’rith,  con el Consejo Mundial de las Iglesias y con Moscú, para armonizar con los librepensadores, los enemigos de Cristo, los herejes y cismáticos y los comunistas, a quienes el Concilio no condenó como debía, cumpliendo lo pactado.
Nos escandalizan las ordenaciones de hombres casados, porque su generalización destruiría el celibato.  Nos escandalizan los pretendidos matrimonios homosexuales, la música popular en la Misa, la protestantización del culto, los sacerdotes que no creen en la transubstanciación y engañan a la grey que la Iglesia les ha confiado.
El escándalo no será novedad, pero no deja de ser escándalo.  Tampoco el pecado es novedad y no deja de ser pecado.  Nos escandaliza que el propio arzobispo de Arequipa persiga a un sacerdote porque continúa diciendo la Misa Tridentina, canonizada para siempre por San Pío V.  Nos escandaliza, que a ese sacerdote usted, monseñor, le ofrezca dinero para que se confeccione un saco-pantalón protestante y se despoje de la sotana que el Papa Juan Pablo II ha pedido ¡ya no ordena! Que se restablezca en todo el mundo.  Y que usted, excelencia, le prohíba a ese sacerdote rezar con los fieles el Santo rosario en el pasaje de Santa Rosa, de Arequipa.  Nos escandaliza que se alteren las palabras de la consagración.  Y se suprima el “mysterium fidei” en la fórmula consagratoria del vino en Sangre de Cristo y se cambie el “Sangre que será derramada por vosotros y por muchos”, como está contenido en el Depósito de la fe, para imponer “que será derramada por todos” contradiciendo el Misal Canonizado y soslayando la explicación del Catecismo de Trento, según lo escucharemos en el comentario de la Sexta Palabra.  Pero sobre todo nos escandalizan los malos sacerdotes.
Cristo tiene sed de sacerdotes, de sacrificadores, de santificadores, todos unidos con Él, obedientes a sus leyes y a las definiciones infalibles de sus vicarios. ¿Qué podemos hacer los seglares  para la calmar la sed de Cristo?  Hay un remedio para esa sed.  Y ese remedio lo podemos administrar nosotros, aún los más humildes y desamparados.  Ese remedio es la oración.  La oración calma la sed de Cristo, la oración mitiga su dolor, la oración reaviva su misericordia y su amor.  De ahí la importancia de la vida contemplativa, tan marginada por el tiempo fáustico que nos toca vivir.  Ante el desmoronamiento de una civilización, víctima del liberalismo (“cada uno con su religión, cada uno con su moral”) y del materialismo (universo sin sobrevida, sin nada después de la muerte), es preciso dar lugar a la vida contemplativa.  El que reza hace mucho más que el que trabaja.  Pero ¿cómo podemos lograr esto? Vivimos en el tráfago de una batalla espiritual y material, no es un monasterio donde las horas se desgranan ente Laudes de la aurora, Prima a los rayos del sol, Tercia antes de la Misa, Sexta con el sol en el cenit (Vos coronáis la mañana de esplendor y de fuego el mediodía), Nona en la declinación, Vísperas al caer la tarde y Completas antes de que la luz se vaya.  Y en el correr de la noche la seráfica interrupción de los Maitines.  No. Para orar, hermanos, hay muchas circunstancias en el día, en la calle, viajando, aguardando, antes de probar alimentos, en el silencio de la fresca madrugada, en la soledad de la noche, cuando amenguan las pasiones y nos reencontramos con nosotros.
Por lo demás, claro que hay tiempo para orar si le restamos al programa tonto de una película de violencia, a la trama de un peculado, a la copa de licor y al comentario malévolo.
En los países de mayor prosperidad, con breves jornadas de trabajo, ha sido necesario inventar la industria del ocio y las vacaciones útiles.  Y entre los menesterosos, los desocupados u ocupados a medias, sobra el tiempo para rezar.  En épocas pretéritas las cofradías recitaban mil padrenuestros y quinientas mil avemarías por algún buen motivo.  Ahora la crisis de la iglesia y los horrores del mundo exigen de todos una sola y permanente actitud de oración. Entre el ruido de las máquinas, el fragor de las batallas, la estridencia de la música satánica  y la desolación del pecado, la aridez del espíritu y la venturosa comunión con la Verdad, en guerra o en paz, con dolor o alegría, recemos, hermanos, recemos concentrados en nuestra plegaria, hablémosle a Dios que siempre tiene tiempo para escucharnos.  Y calmemos la sed de Cristo.


Sexta Palabra

“TODO ESTÁ CONSUMADO”

La muerte se aproximaba entre las sombras que cubrían la tierra.  El suelo comenzaba a temblar.  Vientos y estremecimientos acompañaban esos últimos instantes de la Pasión.  Reviven en nosotros las palabras admonitorias del Libro de Job : “¿Has cogido con tus manos los polos de la tierra y sacudido, a fin de limpiar y expeler de ella a los impíos?” (Job 38).  Terremotos y diluvios, erupciones, tempestades y eclipses, tienen causas eficientes que los científicos pueden explicar.  Pero esos fenómenos acatan una causa suprema que la Voluntad Divina.  Y ésta no la pueden entender y mucho menos explicar.  Y como no lo pueden hacer,  algunos se atreven a negarla.  Pero cómo sería, hermanos. Ese cuadro rugiente y ensombrecido de la naturaleza, que los maldicientes que rodeaban la Cruz sintieron que una mano poderosa les estrujaba el corazón en señal de arrepentimiento.

Jesús se siente desfallecer.  Espiritualmente está intacto.  Físicamente, destruido.  Tiene la convicción de que todo ha terminado.  El Espíritu Santo, Elí, Elí…, no permitirá que continúe el sufrimiento más allá de lo necesario.  Sólo resta morir.  La ofensa a Dios está reparada.  Cristo sabe que ha llegado el momento de exhalar el último suspiro.  Y sentencia : “Todo está consumado”.  Es una trayectoria personal, del Dios Hijo.  Alfa y Omega, principio y fin de una empresa divina.  Entrando Jesucristo en el mundo dirigió al Padre sus primeras palabras : “He aquí que vengo, oh mi dios, a hacer tu voluntad” (Heb. X, 10).  Y ahora exclama :  “¡Todo está consumado!”(Juan, XIX, 30).

Tenemos el patente convencimiento de que la Encarnación culmina en la Redención del género humano.  Entre un misterio y otro, nos hallamos con una realidad extraordinaria : el Supremo Sacrificio.  Nuestro Señor Jesucristo realiza su misión redentora mediante el sacrificio de Sí mismo.  Vayan viendo, hermanos, la importancia que encierra esta palabra : sacrificio.  Sin el sacrificio de Jesús no tendríamos el perdón del pecado original.  Sin su sacrificio no estaríamos salvos.  Gracias al sacrificio el perdón abre las puertas de la auténtica felicidad, la eterna, la felicidad que nos da Dios.  Todas las riquezas y placeres del mundo no pueden comparársele.  Nada, en definitiva, posee semejante virtualidad.  La Sexta Palabra de Cristo en la Cruz significa que el sacrificio está consumado, es decir que nuestra redención es un hecho.

De inmediato nos asalta una pregunta : ¿Merecemos esa redención? ¿Qué hemos hecho para ganarla? ¿Cómo hacernos dignos de ella?  La gratuidad de la redención se explica por la misericordia infinita de Dios, porque si nos atenemos a nuestras pobres acciones ¿cómo podríamos merecerla?  Pero la misericordia, hermanos, la misericordia de Dios, exige el cumplimiento de su Ley expresada en el Decálogo, desarrollada en las bienaventuranzas, enseñada por los Apóstoles y explicitada por el Supremo Magisterio de la Iglesia mediante el cual el Espíritu Santo fija normas de verdad y salvación.  Para decirlo en lenguaje corriente : ¡que suerte tenemos, hermanos! Sabemos a ciencia cierta lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, para merecer la salvación eterna.  Claro que no es propiamente “suerte” sino la voluntad de Dios.

Y bien, Nuestro Señor Jesucristo instituyó en la noche del Jueves Santo la ceremonia litúrgica de su Santo Sacrificio y lo dejó como su más preciado legado.  “Sacrificio visible según requiere la condición de los hombre”, como muy acertadamente explica el Concilio de Trento.  La Santa misa es un sacrificio perfecto.  Por eso nada puede comparársele.  Cristo no sólo se sacrifica en Calvario sino que, además, nos deja instituida la Santa Misa como continuación  de su sacrificio mediante un milagro más grande que la creación del mundo : la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre del Salvador.  ¿Para qué lo hace?  Para que podemos santificarnos en la comunión real y sustancial de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, aplicando “su saludable virtud a la remisión de los pecados que cotidianamente cometemos” (Trento, Sesión XX).  Y para que permanezca su memoria hasta el fin del mundo.

¿Es cierto que la Misa es tan importante para la iglesia que sin ella ésta moriría?  No tenemos que esforzarnos en componer una respuesta, porque está clara en las palabras de Nuestro Señor : “si no comiéreis la carne del Hijo del Hombre, y no bebiéreis su sangre, no tendréis vida en vosotros.  Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día.  Porque mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre es verdaderamente bebida.  Quien come mi carne y bebe mi sangre, en Mí mora y Yo en él”.  (Juan, VI, 54 a 57). ¡Católicos!  Hay obligación grave de comulgar para salvarse.

Así, pues, la Misa es el Santo Sacrificio.  No tiene otro significado.  “Sacrificio” es la palabra clave, el santo y señal de nuestra salvación.  Para eso Nuestro Señor estableció la Eucaristía.  Para que el Sacrificio del Calvario no sea un hecho simplemente histórico, aunque trascendente, sino permanente, que convierta la Redención es una realidad de todos los días,  donde quiera que un sacrificador y santificador como el propio Jesucristo, es decir un sacerdote católico realice el sagrado rito codificado y canonizado para siempre, en forma infalible, por San Pío V, vale decir por el propio Espíritu Santo.  Rito que es el tradicional, no inventado por el Papa o el Concilio de Trento, sino establecido en lo esencial por Jesucristo, complementado por los discípulos hasta encontrar en el Sacramentario Gregoriano una forma ajustada a su esencia, y con la prometida asistencia del Espíritu Santo.  Nos estamos remontando al siglo IV, hermanos.  Y más lejos aún : a la última cena del Señor.

Solemos aproximarnos al sacrificio de la Misa mediante la Primera Comunión.  Acontecimiento en la vida de cada cristiano.  Es el encuentro personal con Nuestro Señor.  La unión plena, espiritual y material.  No es lo mismo que nos hablen de uno de nuestros abuelos que, siendo padres de nuestros padres, son dos veces nuestros, que conocerlos, abrazarlos, tocar su rostro surcado, sentir sus lágrimas de emoción apretarnos contra su pecho para escuchar el esforzado bogar de su viejo corazón.  Y, sin embargo, nada de este ejemplo puede compararse con el encuentro de nuestra Primera Comunión : ¡recibir a Dios! ¡Vivir en Él!  Nada se alza sobre esta sublime realidad.  Por eso el día de la Primera Comunión es el día más feliz en la vida de todo buen cristiano.  Porque es el encuentro con Dios, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.  Desde luego esto exige preparación cuidadosa, buen dominio del catecismo, prácticas piadosas, ¡ejemplos! Comprensión de las cosas esenciales en la religión católica, disposición no sólo a estudiar sino a vivir el catecismo.  Y, muy claramente, sentido de sacrificio.  Idea y voluntad de sacrificio : “Renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras”.  Se dice fácil.  Pero Satanás es tan real y tan eficaz en sus maniobras que sólo de la mano de Dios, manteniéndonos niños de espíritu, podremos recorrer el camino de salvación.  Lo sabemos los adultos por las tristes experiencias de tantas caídas. ¡Ah, si pudiésemos hacer de nuestra vida la prolongación de un solo día, el de nuestra primera comunión, qué cerca estaríamos  de la felicidad eterna!

Permitidme, hermanos, que formule un recuerdo personal de mi primera comunión : la Iglesia de San Pedro, tan hermosa, inundada de luz, de flores, de música… El resonar del órgano a veces nos hacía vibrar el plexo.  ¡Qué espléndida ceremonia!  Las voces e latín, los cánticos fervorosos… el impresionante silencio de la consagración y las rúbricas apuntadas por el tintineo de las campanitas… la elevación… El riquísimo altar refulgía tras las pasajeras volutas perfumadas del incienso.  El canto gregoriano elevaba luego los espíritus hasta altitudes celestiales.  Y aquí, en mi pecho ¡Dios!  El diálogo inefable e íntimo, las cuitas candorosas, la ofrenda de los buenos propósitos, la bienandanza de los demás…

La noche anterior yo me habría sentido prácticamente ente los ángeles, aguardando el momento sublime de recibir a Nuestro Señor.  Y en la mañana muy temprano, al caminar por la calle lluviosa con los zapatos de charol reluciendo sobre las aceras, ¡mis zapatos nuevos!, tenía la sensación de que subía al cielo.  Mi distintivo era, claro está, el lazo de la primera comunión, brazalete bordado en blanco, insignia del ejército de Dios.  Yo era como un legionario infantil llevando mi corazón en la mano para ofrendarlo a Jesús.  Estaba consciente de que marchaba hacia el Santo Sacrificio de la Misa.  Después repartiría gozoso mis estampas, pero eso sólo llegaría tras el sacrificio.  Ciertamente, estaba bien preparado.  ¡Gracias a Dios y a los santos sacerdotes y hermanos que me ayudaron en tan noble propósito!

Pasaron los años.  Volví medio siglo después, en la misma fecha : 16 de Julio.  Entré a la Iglesia reviviendo el suceso de mi vida.  Estaba obscura, casi vacía, triste.  Me arrodillé en el mismo lugar de cincuenta años atrás.  Y esperé a ver si llegaba algunos de mis compañero… ¡Éramos tantos!  A lo mejor a alguno se le ocurría también volver a San Pedro un 16 de Julio.  Siquiera por cumplirse las Bodas de Oro de nuestra primera comunión.  No llegó ninguno.  Desconcertado me acerqué al confesionario y le conté todo esto al sacerdote que allí aguardaba leyendo su Breviario.  Me felicitó.  Nos estrechamos la mano.  Y se lo agradecí muy de veras.  Pero yo quería revivir mi primera comunión… al cabo encendieron unas pocas luces, el sacristán puso fuego a un par de cirios.  Y me retiré desilusionado.  ¿Y la Misa? Me preguntarán ustedes, hermanos en Cristo.  Ah, la Misa… No, no podía quedarme.  Sabía que aquello no era la Santa Misa, el Santo Sacrificio de mi primera comunión.  Porque la Misa… la Misa también la cambiaron… Ahora se interpone, es la palabra, el Novus Ordo Missae, este rito ambiguo facturado a raíz del Concilio  Vaticano II, por una Comisión de peritis que contó con la “asesoría” ejecutiva de un talmudista judío llamado Jeremías y seis pastores protestantes, luteranos, anglicanos y calvinistas, Georde, Jaspers, Shepard, Konneth, Smith y Max Thurián de la Comunidad de Taizé.  Utilizaron el nombre de “observadores”, pero participaron muy activamente, según lo confirmó el arzobispo de Washington D.C., el ahora cardenal Baum, en el curso de una entrevista concedida al Detroit News del 27 de Junio de 1967.  Una Misa nueva, distinta, sobre cuya validez lo menos que podemos decir es que hay fundadas dudas… Tal como lo dijeron los eminentísimos cardenales Ottaviani y Bacci en su Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae,  “si se consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la Teología Católica de la Misa”.

Cuando años después, hace poco tiempo, llegó el momento de que mis nietos hiciesen su primera comunión, busqué entre mis recuerdos el lazo que usé en la mañana lluviosa de ese 16 de Julio de 1930, para que lo llevara Sergio, Felipe o Julián.  Pero, “eso” ya no se usa… Mi insignia de legionario de Cristo volvió a su desvencijada caja de cartón.  Y sentí, como no, una pena infinita.  El lazo es un símbolo, nada más, quizás el único que le pediré a mis deudos que pongan conmigo el día que marche… junto con mi cruz, mi rosario y mis detentes.  Pero la Misa… Imposible aceptar esa escena.  Nunca he asistido a la primera comunión de mis nietos.  Simplemente porque no fue.  Y no fue, contra lo que digan los sabios en la materia, porque para que se realice el milagro de la Transubstanciación son requisitos esenciales establecidos por Cristo : a) celebrante válidamente ordenado; b) intención de realizar la consagración, es decir, de que se realice el milagro de la Transubstanciación; c) materia : pan de trigo y vino de uva; y d) forma apropiada.  Según el Concilio de Trento, nadie, ni aún la iglesia misma, puede alterar estos requisitos.  (Sesión XXI).

¿Y qué ha pasado?  Para ser breve aunque no completo, que la iglesia pos-conciliar ha modificado el cuarto requisito.  Ésto es tan grave que en el capítulo “De deffectibus ocurrentibus in celebratione missarum” del antiguo y verdadero Misal, se leía : “…las palabras de la consagración, que son forma de este sacramento son éstas : HOC EST ENIM CORPUS MEUN. Y: HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS MEI, NOVI ET AFTERNI TESTAMENTI : MYSTERIUM FIDEI : QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDETUR IN REMISSION PECCATORUM.  Si alguien, pues, disminuyere o cambiare algo dela forma de la consagración del Cuerpo y de la Sangre, y en dicho cambio las palabras no significaren lo mismo, no consagraría.  “NON CONFICERET SACRAMENTUM”  No habría sacramento.

El Novus Ordo Missae suprimió el “Misterium fidei” de la fórmula consagratoria.  Y lo trasladó a otra oración de la Misa. Esto en el original en latín.  Lo cual ya es bastante.  Si nos atenemos a la Bula Quo Primum Tempore : “nada hay que añadir, quitar o modificar, nunca, por ningún motivo”.  Pero la maniobra desacralizadora se complementó al prohibirse la Misa en latín, inclusive para el Novus Ordo.  Y aparecer las traducciones al vernáculo con modificaciones adicionales que agravan la invalidez.  Así, por ejemplo, en la consagración del vino en Sangre en vez del “por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados” se hace decir “por todos los hombres para el perdón de los pecados”.  Entre “por muchos” y el “por todos los hombres” hay un abismo conceptual.  El Catecismo Romano mandado publicar por San Pío V es muy esclarecedor : “Respecto a las palabras que se añaden, pro vobis et pro multis, las primeras están tomadas de San Lucas y las otras de San Mateo; pero que las juntó la iglesia, instruida por el Espíritu Santo.  Y están apropiadas para manifestar el fruto y las ventajas de la Pasión.  Porque si atendemos a su valor,  habrá que reconocer que el Salvador derramó su Sangre por la salvación de todos; pero si nos fijamos en el fruto que de ella sacan los hombres, fácilmente comprenderemos que su utilidad no se extiende a todos, sino únicamente a muchos.  Luego cuando dijo pro vobis, dio a entender o a los que estaban presentes o a los escogidos del pueblo judío, cuáles eran sus discípulos, excepto Judas, con los que estaba hablando.  Y cuando añadió pro multis, quiso que se entendieran los demás elegidos de entre los judíos o de los gentiles.  Perfectamente, pues, obró no diciendo por todos, ya que entonces sólo hablaba de los frutos de su Pasión, la cual sólo para los escogidos produce frutos de salvación”   (Parte II, Cap. IV, No. 24).

El Canon, señores, comprende la Consagración. Es parte invariable de la Misa, porque “consta de las mismas palabras del Señor y de las tradiciones de los Apóstoles, así como de los piadosos estatutos de Santos Pontífices”.  Y de allí que el Concilio de Trento sostuvo : “Si alguno dijera que el Canon dela Misa tiene errores, y que por esta causa se debe abrogar, sea excomulgado”.

Y el Canon ha sido convertido en una herramienta de ecumenismo transigente.  Como para los protestantes la Misa no es sacrificio, pues la Iglesia de hoy ha inventado 45 fórmulas de Canon, intercambiables, unas más cercanas a la Verdad, otras totalmente alejadas de ella.  El oficiante puede elegir entre esas herramientas para componer su Misa ambigua.  Por algo el “observador” hermano Turián, calvinista, considera que ahora sí ellos pueden asistir al rito católico.

La Iglesia no ha derogado la Misa de siempre. No lo puede hacer.  Está canonizada.  Pero de hecho prohíbe su empleo y persigue a los sacerdotes que intentan conservarla, pese al indulto que la Bula Quo Primum Tempore concedió a quienes le fueran fieles continuadores de tan excelsa tradición.  Ahora bien, si el cambio de palabras vicia el sacramento, ¿mis nietos han hecho de veras su primera comunión?  Tengo la esperanza, hermanos, de que algún día la Conferencia Episcopal del Perú, esta democrática asociación de prelados, autorice a algún sacerdote tradicionalista el oficio de la Misa de siempre.  Entonces llevaré de la mano a mis nietos y como en la lejana mañana lluviosa en que llegué al altar de San Pedro para recibir al Señor, volveré con los míos para recibir a Jesucristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Entonces moriré tranquilo.  Y podré decir en la modestia de mi tarea confesional : Todo está consumado.







Séptima Palabra

“EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”

Lo dice Lucas, discípulo y amigo de Pablo, alabado en toda la Iglesia por su evangelio.  San Lucas complementa las versiones de San Mateo, San Marcos y San Juan.  Y tiene el privilegio de recoger las últimas palabras brotadas de los labios del Salvador en el momento mismo de entregar su alma a Dios.  Coinciden los evangelistas en el clamor grande, el grito, la voz potente de Cristo antes de expirar.  Cuando ya todo estaba consumado era llegada la hora de dar el gran salto a la muerte.  Y Jesús reuniendo sus energía lanzó, vibrante, el último de sus mensajes en ese instante supremo : el mensaje del espíritu.
La frase de Cristo es una oración y un testamento.  También un ejemplo.  Se dirige al padre y le pide por su alma.  Otra vez, hermanos, nos hallamos ante la importancia, ya mencionada, de la oración.  Lo admirable es que no solamente Cristo puede dirigirse al Padre y hablarle directamente sino que, por la misericordia divina, nosotros podemos hacerlo de la misma manera.  ¿Se han puesto ustedes a pensar, hermanos, en lo maravillosa que es esta facultad de comunicarnos con Dios en cualquier momento? Intenten hacer lo mismo con alguna de autoridades humanas de cualquier lugar.  Es casi seguro que, salvo alguna especial vinculación familiar o singular que confirme la regla, no les será fácil que esas autoridades los atiendan.  Mucho menos cuando ustedes quieran.  Y en algunos casos bordearán el maltrato o la burla ajenos, por sólo el atrevimiento de querer hablar con un hombre poderoso en este mundo deleznable.  Y, sin embargo, Dios atiende de inmediato a toda persona que desea transmitirle su aflicción o su amor.  Porque Dios está siempre disponible para los hombres de buena voluntad.
No, aquí no es cosa de un teléfono rojo para decidir si se ejecuta o se difiere el holocausto nuclear.  Nuestro teléfono es en todo caso celeste como el cielo, si se le quiere dar un color.  Y los santos y las criaturas angélicas encabezadas por María Virgen se encargan de mantener abiertas nuestras comunicaciones con Dios.  Lo menos que podemos hacer, si la soberbia o la ignorancia o enturbia nuestro juicio, es utilizar esta forma de diálogo.  Y hablar con Dios.  Porque les informo hermanos, es un dato positivo, seguro y veraz: Él está esperando nuestra oración.  No lo hagamos esperar más.  Y tengamos presente su promesa : “Pedid y se os dará”.
“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”. Es la última voluntad del Redentor, su legado final para el hombre redimido.  No se trata de una Escritura Testamentaria, larga y frondosa como aquellas que nuestros Notarios recogen con formalidad de instrumento público.  Aquí, en la cubre del Calvario, es simplemente un grito de espiritualidad que comporta un inestimable tesoro para los hombres tentados por el materialismo.  Si nosotros no tuviésemos alma ¿creen ustedes, por ventura, que el Hijo de Dios hecho hombre iba a perder su última oportunidad en encomendar al Padre algo que no existe?  Cristo nos está demostrando que el hombre es unión de alma y cuerpo, espíritu y materia, y que, por consiguiente, todas las doctrinas que reducen la concepción del hombre a una realidad material, con su correspondiente generación espontánea, anda por la antípoda de la Verdad revelada.  ¿Por la antípoda hemos dicho?  Pues entonces ya estamos en el campo minado de la ideología marxista.
Hay personas que suponen –y suponen mal- que la Iglesia o los católicos, no debemos enjuiciar al marxismo porque eso es hacer política.  Y tanto más ahora, cuando el marxismo vertido por todos los cauces de la comunicación humana, se expande con rapidez por el mundo.  Es al revés, hermanos.  “La política ha tocado al altar” según Pío XI.  El marxismo hace religión, invade los predios de Dios para atacar a la Iglesia, opio del pueblo, unas veces mediante la persecución, otras mediante la infiltración.  Nosotros podríamos, si tuviésemos tiempo, leer los nombres de los altos prelados católicos asesinados, torturados o encarcelados en las diversas revoluciones comunistas, pero excederíamos largamente el lapso previsto para este comentario.  Sólo a manera de ejemplo y homenaje mencionaremos al cardenal Luis Stepínac, arzobispo metropolitano de Zágreb; Monseñor José Béran, arzobispo metropolitano de Praga; Monseñor Alejandro Císar, arzobispo metropolitano de Bucarest; Monseñor José Grosz, arzobispo de Kolocsa; Monseñor Ignacio P’I-Shu-Shi, arzobispo de Mukden; Monseñor Jorge Vólaj, obispo de Sappia (Albania); Monseñor Josafat Kocilowski, obispo de Ucrania; Monseñor Domínico Luca Capozzi, arzobispo metropolitano de Taiyuán (China); cardenal Tien Kan Hsin, arzobispo metropolitano de Pekín; Monseñor Juan Sáric, arzobispo de Sarajevo (Croacia); cardenal Wysynski, arzobispo metropolitano y primado de Polonia; cardenal Jozsef Mindszentry, arzobispo de Esztergón y primado de Hungría y monseñor Cruz Laplana, uno de los trece obispos asesinados por los rojos en España.  Como Cristo nuestro Salvador,  en el Calvario éstos mártires del siglo XX encomendaron su espíritu a Dios.
Pero el marxismo también tiene prevista la infiltración en la Iglesia.  Esto no hace mártires sino traidores.  Y es, debemos confesarlo, una trágica realidad.  Porque la regla de oro de los comunistas consiste en revolucionar según las condiciones objetivas.  Todos sus procedimientos tienen, sin embargo, una sola fuente doctrinaria.  Y ella se condensa en la fórmula de Carlos Marx : “la crítica  de la religión es la condición de toda crítica”.  Lo primero ha de ser destruir a la religión.  Y para tal cosa Marx declara con énfasis : “Yo soy materialista”, lo que se traduce en “yo no soy como cristo ni tenemos ningún espíritu que encomendar a nadie”.  Pero no contento con su autodefinición, este Anticristo agrega un factor importante : la acción.  “Los filósofos, según él, no han hecho más que interpretar al mundo de diversas maneras.  Lo que importa es transformarlo.  ¿Cómo?  Mediante la lucha.  “Nuestra doctrina –dicen Marx y Engels- no es dogma sino guía para la acción”.
Vemos entonces que el marxismo gira en torno a la destrucción de la religión,  Y pone en ese sentido especial énfasis en la Iglesia Católica.  No en vano Carlos Marx pertenece al pueblo deicida, nos referimos no a todos los judíos, sino a aquellos empeñados en negar a Cristo y a su Iglesia.  El enemigo se esconde bajo muchos ropajes, también diríamos que bajo el hábito de algunos clérigos, si no fuera porque los clérigos, salvo los tradicionalistas, ya no usan hábito en abierta desobediencia al Papa.  Donde en realidad se esconde el marxismo es en la conciencia desvalida del homo religiosus tras la acción depredadora del liberalismo, el modernismo y el temporalismo.  Los católicos progresistas hacen entonces su aparición. El progresismo –bueno es advertirlo- es un seguro indicio de marxismo, porque constituye la tercera ley del método dialéctico.  Los católicos progresistas tienen el estricto deber de llevar la lucha ideológica al interior del campo católico.  No lo decimos nosotros.  Lo sostiene el polaco Micewski, que tiene porque saberlo, pues es marxista.
Lénin ahondó el esfuerzo de Marx.  Y muy directamente sostuvo lo siguiente : “El marxismo es el materialismo.  Como tal, es tan despiadado para la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el de Feuerbach.  Debemos combatir a la religión.  Es el ABC de todo materialismo y por consiguiente del marxismo”.  Pero rechazó al mismo tiempo la ciega aplicación del marxismo-leninismo sin considerar la realidad.  En otras palabras, condenó el dogmatismo revolucionario y, recordando el caballo de Troya, señaló que se debe trabajar en la sovietización gradual de la Iglesia “haciendo entrar un contenido nuevo en las formas antiguas”.  Esto último explica muchas cosas, demasiadas cosas… como, por ejemplo, el propagandístico restablecimiento del falso y sumiso clero ortodoxo por Stalin, o las lágrimas de Juan XXIII en el consistorio de 1958 : “Resulta ¡ay! Que sacerdotes, temiendo más las imposiciones de los hombres que los sagrados juicios de Dios, cedieron a las órdenes de los perseguidores y llegaron inclusive a aceptar una consagración episcopal sacrílega…”  También explica la política de distensión de la Secretaría de Estado del Vaticano, la teología de la liberación y el compromiso de sacerdotes y laicos en “Cristianos por el socialismo”.
Hermanos, ya se ve que el marxismo declaró la guerra a la religión.  La Iglesia se ha defendido.  Es su deber insoslayable.  Y ha condenado al marxismo.
A la Alianza de los Comunistas de Londres siguió en 1846, la encíclica Qui Pluribus, del Papa Pío IX, sobre la “la nefanda doctrina del comunismo contraria al derecho natural”.
Al manifiesto comunista de 1848, redactado por Marx y Engels, el mismo Santo Pontífice enfrentó su Notis et Nobiscum : “si los fieles, menospreciando los paternales avisos de sus pastores y los preceptos de la Ley Cristiana… se dejasen engañar por lo jefes de esa modernas maquinaciones y quisieren conspirar con ellos en sus perversos sistemas del SOCIALISMO y COMUNISMO, sepan y ponderen seriamente, que están acumulando para sí ante el Divino Juez, tesoros de ira para el día de la venganza”.
Fundada la Primera Internacional en la Taberna de los Masones de Londres, en 1864,  Pío IX expidió su famosa encíclica Quanta cura, en ese mismo año, y promulgó el Syllabus, en cuyo punto 9 se lee : “SOCIALISMO, COMUNISMO, Sociedades Secretas, Sociedades Bíblicas, Sociedades Clérico-liberales. Estas doctrinas pestilenciales han sido condenadas con frecuencia por sentencias concebidas en los términos más graves”.
La lucha del materialismo comunista mereció de León XIII la encíclica Quod Apostólici de 1878 condenando enérgicamente “la peste del SOCIALISMO”.  Y la admirable Humanum Genus en la cual sostuvo con valor que “…esta mudanza y trastrono es lo que muy de pensado maquinan y ostentan de consumo muchas sociedades de COMUNISTAS Y SOCIALISTAS… A cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los masones, como que favorece en gran manera sus intentos y conviene con ella”*[1].  Eran los tiempos de la II Internacional que ahora ha revivido bajo ropajes social demócratas.
La bolchevización de Rusia recibió en 1931 la reconvención de Pío XI en su encíclica Cuadragesimo Anno : “El socialismo, si sigue siendo verdaderamente socialismo, es incompatible con los dogmas de la Iglesia Católica; ya que su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.  Socialismo religioso o socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”.
Y mientras Trotsky fundaba la IV Internacional Pío XI expedía e 1937 el documento clave y definitivo para enjuiciar al marxismo, la encíclica Divini Redemptoris –“El comunismo es intrínsecamente perverso”- de cuya condena los malos católicos de hoy no saben ya donde esconderse, como Caín, y sólo atinan a decir que Pío XI está superado…
Todas las maniobras del materialismo soviético antes, durante y después de la II Guerra Mundial, estuvieron contradichas por el augusto Pontífice Pío XII, a quien los enemigos de Cristo le han hecho el inicuo homenaje de la calumnia.  Escuchemos sus palabras : Mensaje de Navidad de 1942 : “la Iglesia ha condenado los diversos sistemas del socialismo marxista y ella los condena aún hoy conforme a su deber…”  Mensaje de Navidad de 1949 : “…se ha tirado una línea de separación entre la fe cristiana y el comunismo ateo que ningún católico debe franquear”.  Mensaje de Navidad de 1955 : “Rechazamos el comunismo en tanto que sistema social, en virtud de la doctrina cristiana”.  Durante su Pontificado aprobó, en 1949, el Decreto del Santo Oficio prohibiendo “no solamente la adhesión al comunismo ateo sino también toda actividad que pueda favorecerlo”.
Al fin llegó al solio pontificio S.S. Juan XXIII, llamado el “Papa bueno” por los enemigos de la Iglesia y sus cándidos colaboradores, como si los anteriores hubiesen sido Papas malos.  Veían en su ancha figura la puerta abierta para el liberalismo.  Quizá fue así, pero cualquiera que sea la opinión que recaiga sobre su breve pontificado, nos interesa ahora destacar que ese “Papa bueno” aprobó plenamente, el jueves 2 de abril de 1959, el texto que le presentó el Cardenal Prosecretario del Santo Oficio : “Se ha preguntado a esta suprema sagrada congregación si, en las elecciones de los representantes del pueblo, está permitido a los ciudadanos católicos dar sus votos a los partidos o a los candidatos que, aunque no profesen principios en oposición con la doctrina católica o que se atribuyen inclusive la calificación de cristianos, se unen sin embargo en la práctica a los comunistas y los favorecen en su acción.  El miércoles 25 de Marzo de 1959 los Eminentísimos y Reverendísimos Cardenales encargados de la defensa de la fe y de las costumbres han decretado que se debía responder NEGATIVAMENTE según el decreto del Santo Oficio del 1° de Julio de 1949”.
Juan XXIII expidió pocos meses más tarde su encíclica Ad Petri Cátheram donde dejó claramente establecido que aquellos que quieran conservar el nombre de cristianos “tienen el muy grave deber de conciencia de mantenerse absolutamente al margen de estas doctrinas engañosas que nuestros predecesores, particularmente Pío XI y Pío XII han reprobado y que Nos reprobamos nuevamente”.
Entre los artilugios del marxismo para disimular su agresividad se encuentra la de emplear cada vez menos el término comunista sustituyéndolo por un cofre de afeites y caretas.   Y así los marxistas infiltrados en la Iglesia intentan hacer creer a los incautos que es en algún grado compatible el “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” de Cristo en la Cruz, con el “Yo soy materialista” de Marx clavado en su soberbia.  Y bien, hermanos, ¿qué cabe hacer frente a la onda expansiva del comunismo? ¿Cuál es nuestra misión como católicos? Comencemos por admitir que la Iglesia, como ha dicho Cornelio Fabro, se encuentra en situación de emergencia.  La alegría eclesial se ha transformado en fatiga, aridez, inseguridad e indiferencia.  Es el resultado de la autodemolición perpetrada por el liberalismo, el modernismo y el progresismo.  Los católicos estamos encomendando nuestro espíritu pero no se sabe a quién.  Sin duda, lo primero que debemos hacer es convertirnos.  Sí, convertirnos al catolicismo auténtico, al eterno, fundado en el dogma y la tradición, y fiel al magisterio de la Iglesia.  Nos hemos apartado en diverso grado y debemos retornar, sacerdotes y laicos.
Mientras la Teología se mantuvo en sus límites teocéntricos, el marxismo no pudo infiltrarla sino atacarla.  Pero en cuanto se ha convertido en antropocéntrica y sociológica, el marxismo la ha contaminado y, fomentando su división, no ha vacilado ya en mostrarse descaradamente como en Puebla, donde teólogos marxistoides sesionaban en los altos del número 112 del Portal de Morelos, paralelamente a Juan Pablo II y la CELAM.  Altas autoridades eclesiásticas desgraciadamente han caído a veces en las trampas del marxismo.  Así se explica que en Puebla y a partir de Puebla se haya aceptado que hay “estructuras de pecado” en Latinoamérica.  Creíamos que el pecado respondía a la libre determinación de cada persona porque, como la ha repetido el Magisterio de la Iglesia, sólo el hombre posee razón, libertad y responsabilidad por sus actos.  La socialización del pecado que los curas rojos pretenden descubrir en Hispanoamérica, y no alcanzan a descubrir en los países comunistas, es un concepto o un análisis absolutamente marxista, incompatible con la doctrina católica.  Pero propiciado por los malos católicos que sustentan la Teología de la Liberación y la Teología de la Violencia.  Aceptar este análisis marxista implica negar la misión espiritual de la Iglesia, cuyo objetivo es la cura del alma para que el hombre, transformado por la Gracia de Dios, transforme a su vez la sociedad en que vive. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura”.
El Episcopado peruano expidió el 29 de Octubre de 1961 una Pastoral Colectiva sobre “Los católicos y la Política” en el que sostenía: “Los católicos no pueden apoyar a los partidos ni votar por los candidatos que tengan las tachas siguientes : 1) Que pertenezcan a organizaciones, partidos o movimientos condenados por la Iglesia, cual es el comunismo marxistas que en muchos países escoge diversos nombres para ocultar su organización. 2) Que profesen doctrinas reprobadas por la Iglesia, contrarias a la Fe y a la moral cristiana, cuales son el materialismo, el liberalismo, la lucha de clases, el  socialismo económico o colectivismo, el materialismo económico, el evolucionismo científico-técnico y el absolutismo o socialismo de Estado”.
Esto no tiene nada de particular.  Así habló siempre la iglesia, con claridad meridiana, llamando a las cosas por su nombre.  Recordamos,  hermanos, el énfasis con que hablaba Pío XII.  Al escucharlo en el Año Santo de 1950, nos impresionó la vibración de su lenguaje y la claridad de sus conceptos.  Con un guía así, no era posible extraviarse.  Pero luego llegó el “aggiornamento”, le estilo liberal, la aceptación del mundo, la adaptación a él bajo el engañoso concepto de que hay que cristianizarlo todo, inclusive al demonio.  Y el mismo Episcopado que eran tan enérgico en 1961, diez años después se adaptaba a la revolución política de corte izquierdista, haciendo esta triste declaración : “Ante el surgimiento de gobiernos que buscan implantar en sus países sociedades más jutas y humanas, proponemos que la Iglesia se comprometa en darles su respaldo, contribuyendo a derribar prejuicios, reconociendo sus aspiraciones y alentándolas en la búsqueda de su camino propio hacia una sociedad SOCIALISTA con contenido humanista y cristiano”.
¡Qué tremenda confusión, hermanos!  El socialismo condenado en 1961 se convertía en el pan del alma en 1971.  Por supuesto que es absurdo propiciar un socialismo converso porque entonces ya no sería socialismo, o un cristianismo socialista porque ya no sería cristianismo.  Pero en 1985, dicho Episcopado vuelve a cambiar para enseñar que no debe recurrirse a la violencia ni a la lucha de clases, que todo depende de la concepción del hombre y de la sociedad.  Es el nuevo lenguaje de la Iglesia.  Un enfoque esquinado, conceptual, difuso, que dice pero no dice, que afirma pero no aclara, que niega pero no condena, que se contenta con emitir apreciaciones, pero no más, sin llamar a nada por su nombre.  ¿Qué sabe el fiel cristiano sobre concepción del hombre y de la sociedad?  En el Perú nada, salvo contadas excepciones de algunos estudiosos de nivel superior o de dirigentes adoctrinados con verdades a medias.  Este es el eco de una de las más increíbles traiciones en la Iglesia, la perpetrada por los agentes de la “autodemolición” confesada por Pablo VI, la llamada política de distensión o entendimiento con los regímenes socialistas, la famosa ostpolitik de la Secretaría de Estado, la misma que sacrificó al cardenal Mindszenty, y a miles de sacerdotes auténticamente católicos, para dar paso a un clero formado en Europa del Este y China con la participación del Estado comunista.  Este lenguaje es que recientemente se aplicó a la Teología de la Liberación, cuyos sostenedores, obispos y teólogos latinoamericanos y principalmente peruanos, regresaron de Roma satisfechos porque la tal doctrina pro-marxista no había sido condenada.
Aclaremos, pues, hermanos, la posición de la Iglesia.  No se puede ser buen católico y socialista verdadero.  El socialismo se disfraza.  Y por eso, cualquiera sea su color, por definición coloca al Estado o a la sociedad sobre el individuo, en tanto la Iglesia Católica concibe la hombre con un ser trascendente que está por encima del Estado.  El socialismo resulta totalitarista así se declare demócrata.  Y ateo, aunque propagandísticamente se diga que ser socialista es lo mismo que reafirmarse cristiano.  Contra la verdad no hay propaganda que valga.  Y las condenaciones de Pío XI y Pío XII, incluidas las del Santo Oficio, están en plena vigencia.  No han sido levantadas.  El que quiera ser socialista, comunista, marxista, materialista, dialéctico, determinista, estatista, ateo, que lo sea, pero que no se diga católico porque eso no es verdad.
Necesitamos en esta hora verdaderamente crucial responder positivamente al llamado de Dios y acatar su voluntad testamentaria en la cumbre del Calvario.  Es preciso crear convicciones y ejercitar la fe.  Nada de esto es posible sin el amor a la Tradición, pero ¿qué es la Tradición? Escuchen hermanos, escuchen porque Jesucristo está muriendo en la Cruz y la Tradición desciende de sus labios.  “La Tradiciones la Palabra de Dios no escrita sino comunicada de viva voz por Jesucristo y por los Apóstoles, transmitida sin alteración de siglo en siglo por medio de la Iglesia hasta nosotros.  A la Tradición hemos de profesar el mismo respeto que a la palabra de dios contenida en la Sagrada Escritura.  Las enseñanzas de la Tradición se contienen principalmente en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres, en los documentos de la Santa Sede y en las palabras y usos de la Sagrada Liturgia”   Lo dice San Pío X, Papa, en su Catecismo Mayor.
Los protestantes proclaman “solamente la Escritura”.  Los católicos auténticos defendemos la Tradición con la misma integridad con que defendemos las Escrituras.  Y ambas fuentes nos exigen en este Vienes de Dolor, FIDELIDAD a Dios, en todo momento, en toda actividad, en toda circunstancia.  Pero cuando todavía no estaba escrito el Nuevo Testamento, ya había Tradición y la exigencia de creer en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, en el “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu”, que exige todavía hoy la conversión del mundo y de la propia Iglesia.  Conversión al cristianismo auténtico, al tradicional.  La Jerarquía y el Clero deben darnos el ejemplo.   Para que los fieles recobremos interés en las cosas de Dios.  Para que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz sea renovado de veras en la Santa Misa, sin concesiones a la herejía cismáticas y con respeto a la Misa canonizada definitivamente y para siempre por San Pío V.   Para que se recobre la convicción, ahora diluida en obscuras teorías escatológicas, de que sólo hay salvación en la Iglesia Católica,  Apostólica y Romana. Repoblando los seminarios y las misiones.  Para que la Iglesia recobre sus signos de mortificación, de abnegación y renuncia.  Para que los sacerdotes sean y vistan como sacerdotes y los fieles con un poco de mayor pudor y respeto.  Para que se ponga fin a las licencias “arqueológicas” de la comunión en la mano que sólo es admisible si se ofrece pan y no el cuerpo de Cristo.  Para que el Espíritu Santo vuelva a reinar plenamente y tengamos la alegría de luchar contra todas las formas de pecado, encabezados por nuestros obispos, cerrando el paso a la heterodoxia, haciendo misiones, ganando conciencias con oración y ayuno, como aconsejaba Jesucristo para lanzar los demonios.  Y al fin, para que recuperada la plenitud espiritual de la iglesia, podamos todos, con nuestro papa, nuestros obispos, nuestros sacerdotes, nuestros hermanos laicos, repetir ante la magnitud de nuestra redención la frase del centurión al pie de la Cruz : “Verdaderamente que este hombre era Hijo de Dios”. Amén.



  
  


   

“Si algún día consagro obispo no lo haré nunca con intención de crear una iglesia paralela”. “NI HEREJES NI CISMÁTICOS”.
Mons. Lefebvre
 





·         La vinculación ….(etc.) 

Comentarios

Entradas populares de este blog

GUERRA EN EL VATICANO No 5 : LEFEBVRE: LAS MISAS DEL PAPA SON ESCANDALOSAS